Uno de cada cuatro desocupados tiene título universitario: ¿el fin del diploma como pasaporte laboral?
El 25% de los desempleados argentinos tiene estudios universitarios completos. ¿Estamos frente a un nuevo paradigma donde el conocimiento técnico ya no alcanza? Carlos Sosa, coach ontológico, autor y conferencista, plantea una mirada crítica pero esperanzada sobre el liderazgo del futuro.
Durante décadas, el título universitario fue sinónimo de progreso, movilidad social y respeto profesional. Colgar un diploma en la pared era mucho más que un gesto simbólico: era una promesa de estabilidad. Sin embargo, los datos de hoy muestran otra realidad. Según el INDEC, uno de cada cuatro desocupados en Argentina tiene estudios universitarios completos. La cifra interpela a toda una generación que apostó por la educación como salvoconducto al empleo. ¿Estamos asistiendo al ocaso de una creencia fundacional del siglo XX?
Carlos Sosa, coach ontológico, conferencista y autor de Liderazgo 360°, observa este fenómeno desde el terreno. En su trabajo con ejecutivos y deportistas de alto rendimiento, detecta un cambio de época. “Ya no alcanza con lo que sabés. Ahora importa cómo lo usás, cómo lo vivís y cómo lo compartís”, sostiene. Desde su enfoque, el liderazgo actual se juega menos en el currículum y más en la cancha emocional, relacional y ética.
A continuación, Sosa desarma algunas ideas instaladas —desde el prestigio del diploma hasta el peso del conocimiento técnico— y ofrece claves para entender el tipo de liderazgo que el mercado y la sociedad demandan hoy.
—¿Si el título universitario deja de ser el gran pasaporte laboral, qué pasa con el prestigio? ¿Estamos frente a una democratización del talento o simplemente cambian las reglas del elitismo?
—Estamos ante un cambio de paradigma. El título sigue teniendo valor, pero ya no garantiza profesionalismo. Hoy, el mercado quiere ver cómo te desenvolvés en la práctica: cómo resolvés problemas reales, cómo liderás equipos diversos, cómo te relacionás. El talento se democratiza solo si hay oportunidades para desarrollarlo, pero eso no siempre ocurre. El elitismo no desaparece: muta en nuevas formas de exclusión, como el acceso a experiencias internacionales, idiomas o redes que no se enseñan en la universidad. Si logramos equilibrar lo académico con el desarrollo integral de la persona —emocional, social y cultural— podemos construir un liderazgo más humano y accesible. Esa es la apuesta del Liderazgo 360°.
—¿Qué narrativas internas deberíamos revisar cuando el mercado deja de validar nuestros logros académicos como antes?
—Primero, hay que dejar de confundir el título con la identidad. Ser “licenciado” o “ingeniero” no define tu valor. Es parte de tu historia, no tu esencia. También es importante revisar la creencia de que el mundo “nos debe algo” por haber estudiado. El mercado cambió. Hoy hay que demostrar que podés aprender, adaptarte, liderar bajo presión y conectar con otros. Eso implica una nueva narrativa interna: la del crecimiento continuo, la humildad de seguir aprendiendo y el coraje de reinventarse.
—¿Qué lugar ocupa el saber encarnado —experiencia vivida, intuición, gestión emocional— frente al conocimiento técnico? ¿Quién está más preparado para liderar: el que sabe o el que se atreve a aprender?
—El liderazgo de hoy requiere más que conocimientos: pide sabiduría vivida. La empatía, la resiliencia, la intuición, no se aprenden en libros: se entrenan en la vida, en la derrota, en la frustración. Lo veo en deportistas que superan lesiones y vuelven más fuertes. En ejecutivos que, tras una crisis, lideran con más humanidad. ¿Quién lidera mejor? El que se atreve a aprender incluso sin tener todas las respuestas. El que dice “no sé” sin perder autoridad. El que se rodea de otros que lo complementan. Ese es el corazón del Liderazgo 360°: integrar lo que sabés, lo que sentís y lo que hacés.
—Trabajás con ejecutivos y deportistas. ¿Qué ves en común en quienes logran reinventarse más allá del currículum? ¿Qué tipo de educación es irrenunciable en este nuevo contexto?
—Lo que veo en común es actitud y humildad. No se aferran al rol o al título: se animan a salir de la zona de confort, se exponen, se entrenan emocionalmente. Tienen curiosidad, propósito, sentido de autocrítica. Y sobre todo: no se victimizan. La educación irrenunciable hoy es la del carácter. Saber escuchar, pedir ayuda, tolerar la frustración, adaptarse. Eso no se enseña en las aulas, se entrena en la vida. Es invisible, pero poderosa.
“Estamos llamados a repensar qué significa estar formado”, concluye Carlos Sosa. “El liderazgo del futuro no será del que más sepa, sino del que mejor se relacione con la incertidumbre. Y eso empieza por liderarse a uno mismo.”
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