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Una verdadera soberanía

*Por Ernesto Poblet. LA "soberanía" que gustaba preservar don Juan Manuel de Rosas era la de sus potestades "delegadas" para imperar cómodo y a sus anchas por encima del antiguo territorio virreinal.

Esa delegación graciosa se fundamentaba en un frágil pacto atado a los intereses aduaneros del puerto de Buenos Aires, que facturaba tasas e impuestos en la enorme cuenca del Plata contra buques y carretas de toda procedencia que él manipulaba y tutelaba en nombre de un curioso federalismo.

No había nación en tiempos de Rosas. Ingleses y franceses llegaron al Río de la Plata con el objetivo de acceder a nuevos mercados encerrados entre los ríos Paraná, Uruguay, Paraguay y Pilcomayo, y remontarse hasta las costas de agua dulce enfrentadas entre Bolivia y Brasil o hacia el Guayrá, para acceder a los ríos del lado occidental del inmenso Brasil. Hasta ahí llegaban los "propósitos imperialistas" o las sencillas expectativas de expansión comercial. Lo que no hicieron las potencias del Viejo Mundo fueron los pertinentes estudios de mercado. Es raro que no hayan imaginado o previsto que los puertecitos y aldeas de Corrientes, Santa Fe, Uruguay, Entre Ríos, Paraguay, el desierto o pantanos chaqueños y demás tierras guaraníes no justificaban "venirse al cuete" con semejantes flotas.

La sobreactuada aventura bélica ordenada por Rosas en la Vuelta de Obligado no empaña el heroísmo de Lucio N. Mansilla, oficiales, soldados y pueblos adherentes, tal como tampoco en el episodio del 2 de abril de 1982 se disminuye la honra y el patriotismo de los muertos y otros héroes de las Malvinas. Lo lamentable fue gastar tantas vidas, entre argentinos y extranjeros, en las dos frustradas hazañas bélicas, ambas generadas por gobiernos de facto. Hubiese sido mejor que la Argentina apareciera ante el mundo, ya en esos tiempos, con el ropaje institucional del que gozaban nuestros vecinos del Cono Sur: Brasil, Uruguay, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia,Venezuela.

La mano dura de Rosas no le otorgaba soberanía ni competencia suficiente para decidir sobre este espacio anarquizado y dividido, pero "mandoneado" hábilmente por el "Gran Hermano" porteño, que sujetaba desde su puño a trece provincias sometidas. Resulta curioso escuchar a ciertos comentaristas que reprochan a Urquiza "rumores" garibaldinos de secesión, cuando la provincia de Buenos Aires fue la que protagonizó una segregación total por más de una década, pretendiendo soberanía y al mismo tiempo el sometimiento colonial del resto del país.

Algunos neorrevisionistas detestan la máquina a vapor de franceses e ingleses en sus flotas marítimas de entonces. Eso recuerda que durante los veintidós años de la supremacía de don Juan Manuel aquel país vivió alejado del mundo de la Revolución Industrial. No es de extrañar que renieguen de nuestro pasado "europeísta", como si los argentinos debiéramos haber llegado al continente caminando por el estrecho de Bering, milenios atrás.

La soberanía no consiste en exhibirse como bárbaros o heroicos guerreros para eternizarnos en amañados e interminables conflictos; en ese tablado seremos tan perdedores como el gallo enfrentando al tigre. La soberanía reside en la respetabilidad y confianza que inspiran las instituciones de la civilizada comunidad internacional.

La soberanía no se emblematiza con proclamas encendidas de patriotismo vocinglero festejadas con fuegos artificiales, o acumulando días sin producir. Las más grandes expresiones de soberanía que lució la Argentina -junto a la apacible revolución de 1810, las hazañas del Ejército de los Andes en el Pacífico y la Constitución de 1853- fueron las convenciones internacionales de 1907 y 1917 en las que el mundo instituyó como norma internacional obligatoria la doctrina de Luis María Drago, canciller del presidente Julio A. Roca. Gracias a esa norma de derecho y de política internacional, las naciones -al ser soberanas- no pueden caer ejecutadas por deudas. Nuestra república merecerá eternamente ese prestigio adquirido al instaurar en el orbe el sagrado alcance de la auténtica "noción de soberanía" que gozan las naciones, más allá de gobiernos autoritarios que aíslan a los argentinos como si fuéramos parias de la humanidad.