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Una tarea para la oposición

Por Daniel Larriqueta* Es improbable derrotar electoralmente a un modelo populista en el ápice de su éxito material. Lo hemos vivido en la presidencial de 1951, cuando a la desgastada fórmula Perón-Quijano se oponían nada menos que Balbín-Frondizi.

Lo mismo sucedía durante el Proceso, cuyo milagro de la "plata dulce" hizo soñar a Massera y a Galtieri con la perpetuación. Y en 1995, que vio a un Menem desprovisto de autoridad moral imponerse cómodamente en la primera vuelta. Y en 2007, que nos dio el muy poco republicano paisaje de un Néstor Kirchner eligiendo a dedo a su propia esposa para la Presidencia.
Así es que los argentinos somos ya expertos en populismo y nuestros dirigentes políticos deberían estar diplomados también en lo que pasa después.

La esencia de los modelos populistas es dedicarse a fabricar un presente dorado sacrificando siempre el futuro y usando para ello desde recursos del pasado, como ahorros públicos y privados y el capital de la infraestructura, hasta bienes del porvenir, como la capacidad de endeudamiento y la destrucción de los fondos previsionales. A esa regla básica se agregan las desprolijidades institucionales requeridas para ensordinar las críticas, que después serán vallas infranqueables para conseguir acuerdos genuinos en la emergencia.

Porque llega el después, siempre. Por la sencilla razón de que se ha gastado por encima de lo prudencial instalando al mismo tiempo una sensación de blindaje que descalifica el diálogo: "Vamos por más".

El populismo kirchnerista es igual a los otros, con la atenuante casual de que una buena situación externa ha permitido gastar recursos extraordinarios del presente, sin despreciar otros manotazos, como lo muestra el deterioro de la infraestructura. Hubo un momento en que ese clima dorado se percudió, en 2009, como consecuencia de los inciertos vientos externos, y al oficialismo le costó caro en las elecciones parlamentarias de aquel año.

Esto dicho, no estoy echando por tierra méritos ciertos de esta última década, como el énfasis en el desarrollo del mercado interno, el desendeudamiento, la inversión privada en la producción y las reformas sociales y culturales. Ojalá estos buenos trabajos puedan ser mantenidos cuando llegue el tiempo del desencanto. No se trata de dinamitar todo, como sugieren algunos sectores de la oposición para espanto inteligente de la opinión pública.

Este paisaje conocido y complejo deja un espacio para los sectores opositores que tengan la cultura y el talento de ver esta realidad y anticipar su desarrollo: bonanza presente y crisis subsecuente. En la bonanza, los resultados electorales son los previsibles, pero en el momento después, la sociedad busca con ansiedad los directivos que han sabido prever los sucesos y se han mostrado capaces de gobernar con tormenta, con esa tormenta que viene. Cuando las fuerzas políticas democráticas no han asumido ese rol de conocedoras y protectoras del futuro, nos ha ido muy mal, como en 1976 y en 2001.

Por esto, la pelea electoral de aquí al 23 de octubre no es por el presente, sino por el después. O sea, aprovechar este tiempo que parece anodino, o que no pocos dirigentes llenan con peleas de campanario y mensajes desalentadores de cortar boletas, combinar arreglos personales y abrumarnos con denuncias de poco calado, para decirle a la sociedad lo que puede pasar, los problemas que se vislumbran y, sobre todo, cuáles son las ideas con que construiremos el futuro.

Esas ideas no son mágicas. La difusión de la crisis mundial acarrea intensos debates sobre la naturaleza filosófica y política de la economía mundial y los mejores y peores medios para resolver la coyuntura y el porvenir. No vemos mucho de esos debates en los contenidos de nuestras campañas electorales de hoy, ni en los discursos, "relatos" y planteamientos de los voceros partidarios. Pero los debates están entre nosotros, circulando discretamente en los medios académicos y de pensamiento.

Hace pocos días, por iniciativa e invitación de Alfonso Prat-Gay, estuvo de visita en Buenos Aires lord Robert Skidelsky, eminente profesor inglés de historia económica, biógrafo canónico de Keynes y agudo crítico de la situación inglesa e internacional. En sus intervenciones y tertulias, con la participación de los principales empresarios y académicos lugareños, Skidelsky dejó, entre otras enseñanzas, un postulado: "Si la economía es una ciencia natural como pretende la escuela de Chicago, ¿cómo se entienden, se regulan y se gobiernan las relaciones entre el mercado y el poder?"

De estas regulaciones y de la articulación crítica de la economía argentina con la economía mundial deberemos ocuparnos en cuanto termine este interregno populista. Y entonces la sociedad, los ciudadanos, buscarán entre la polvareda a los dirigentes que hayan instalado estas cuestiones y mostrado su idoneidad para tratarlas. Ocupar ese lugar de privilegio con vistas al futuro inmediato es la chance de la oposición.

Es improbable que algún grupo opositor desbanque al oficialismo populista el 23 de octubre, pero esta presunción es también una oportunidad: no volvernos a dejar a los argentinos, como otras veces, huérfanos de talento y coraje cuando haya pasado el festival. Pero para eso hay que salir del debate del corto plazo, de la chicana, del "arreglo" e instalar ahora un discurso realista de porvenir, de esfuerzo y, sobre todo, de esperanza. ¿Que puede sonar adelantado? Probablemente. Pero ésa es también la probabilidad del éxito.