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Una imagen que pierde brillo

Lo mismo que otros mandatarios de países democráticos, Cristina Fernández sabe muy bien que su propio rating depende de la evolución de la economía.

Lo mismo que otros mandatarios de países democráticos, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sabe muy bien que su propio rating depende en buena medida de la evolución de la economía: subirá si se difunde la sensación de que está avanzando a un ritmo satisfactorio y bajará si los problemas comienzan a multiplicarse sin que el gobierno logre solucionarlos.

Puesto que a juicio de muchos Cristina debió su triunfo contundente en las elecciones del año pasado al boom de consumo que fue posibilitado por su negativa a enfriar la economía a pesar de la amenaza planteada por la inflación, quienes piensan así dan por descontado que correría el riesgo de perder el grueso del capital político así supuesto en el caso de que la economía entrara en crisis. Parecería que la presidenta comparte dicha opinión y que, al enterarse de que la ciudadanía está reaccionando de manera negativa frente a la desaceleración que se ha registrado últimamente, se ha mostrado reacia a persistir en la "sintonía fina", es decir el ajuste, que inició en los días que siguieron a la jornada electoral. Con todo, es de suponer que es consciente de que no tendrá más alternativa que la de tomar algunas medidas poco populares en los meses próximos, razón por la que quisiera que la ciudadanía se preocupara más por temas desvinculados de la marcha de la economía, de ahí el nacionalismo cada vez más combativo del que está haciendo gala.

Pues bien, aunque le ha brindado a Cristina algunas ventajas políticas la estrategia basada en su voluntad de desafiar al resto del mundo negándose bajo diversos pretextos a honrar viejas deudas, de reactivar la campaña irredentista por las Malvinas, de resistirse a acatar los fallos de tribunales internacionales y de expropiar las acciones de YPF que tenía la empresa española Repsol, además de seguir difundiendo estadísticas fraudulentas y pronunciar discursos altaneros en las cumbres a las que ha asistido, los beneficios así conseguidos no pueden ser sino pasajeros. Tales gestos siempre sirven para cosechar aplausos, pero una vez apagados los gritos de aprobación hay que vivir con las consecuencias. Por cierto, no cabe duda de que los problemas ocasionados por la crisis energética que a partir de mayo del 2003 el gobierno kirchnerista se las ingenió para provocar nos afectarán por muchos años.

Asimismo la inflación, que según el Indec apenas llega al 10% anual –tasa que en otras latitudes motivaría pánico pero que aquí sería tomada por evidencia de estabilidad–, no muestra señales de reducirse y los esfuerzos por mantener un superávit comercial adecuado impidiendo el ingreso no sólo de bienes prescindibles sino también de insumos esenciales está motivando un sinfín de problemas en el "aparato productivo", mientras que el aislamiento financiero nos está privando de inversiones.

Una proporción nada desdeñable de los problemas que enfrenta el gobierno de Cristina puede atribuirse a la miopía que siempre ha sido su característica más llamativa y a su falta de interés en la administración. Es que, comprometidos como están con la teoría del relato según la cual las impresiones subjetivas importan más que la realidad, los kirchneristas tienen la costumbre de anteponer la palabra a la gestión. Parecería que a Cristina no le interesa en absoluto la eficiencia –a juicio de los populistas, el "eficientismo" es intrínsecamente malo–, de ahí su voluntad de repartir los cargos más importantes entre sus favoritos personales. Aunque hasta hace algunos meses el desprecio de la presidenta y sus colaboradores más influyentes por los aburridos detalles administrativos parecía no acarrearles costos políticos, ya que triunfaron por un margen insólitamente amplio en las elecciones de octubre pasado, a partir de entonces ha comenzado a incidir en el estado de ánimo de la ciudadanía. Según algunas encuestas, el nivel de aprobación de la gestión de la presidenta ha caído mucho: se habla de entre 17 y 20 puntos. El que ningún dirigente opositor se haya visto beneficiado por la pérdida de confianza en las dotes de líder de Cristina no constituye un consuelo; la mala imagen de Fernando de la Rúa en las fases finales de su gestión no se vio compensada por el mejoramiento de las de otros integrantes del elenco político nacional, de ahí la popularidad de la consigna anárquica "que se vayan todos".