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Una excursión a la patria adventista

Quizás hayan sido apenas dos días de lucidez y salud sobre los siete a los que estaba comprometida en el plan para dejar de fumar, del cual me volví tan lastimosamente. Pero esas escasas horas de ese otro mundo me dejaron llena de imágenes, de sorpresas y de preguntas.

Por Cristina Wargon
@CWargon

A la seis de la mañana, una voz inundaba el corredor anunciando la primera caminata del día. A esa hora, en "esta vida", ya hace rato estoy despierta. He hecho zapping por todos los informativos, y me he empapado de todas las miserias del mundo. Suelo estar con el tercer café de la mañana y el quinto cigarrillo cuando toca el timbre Daniel para llevarme al trabajo. No describiré mi trabajo, salvo para recordar que en el Paraíso, Adán Y Eva se rascaban el pupo. Teniendo en cuenta lo anterior, deberán creerme que bajaba a caminar por los húmedos caminos de Entre Ríos con el mejor ánimo del mundo, aunque el físico no me acompañara con el mismo entusiasmo.

 Allí comenzaba el día que no paraba nunca hasta las diez de la noche, copio la cartelera del domingo: caminata, estiramiento, desayuno, stretching, masajes, fomentos, piscina libre, almuerzo, descanso, orientación del programa, dinámica de integración, apoyo tabáquico, gimnasia, hidrogym, caminata, merienda, hidroterapia, masajes, cena, caminata social, 22 horas descanso.

Incluía además  todo tipo de aparatos, dos momentos de charla con un pastor (saludos a Walter) y a las 22 horas una se podía desmayar sin culpas. Por suerte nada es "obligatorio" en ese lugar, y la mayoría de las actividades son gratificantes.

Hay especial énfasis (o así me pareció) en la zona de hidroterapia, donde se puede tener dos masajes por día, ser manguereada con agua caliente o pasar por un pulido corporal hecho con sal gruesa que te deja la piel como un bebé recién nacido. Pese al cariño y dedicación que ponen las chicas (cariños a Liliana) es fácil darse cuenta que ninguna de esas actividades están hechas para la estética o el placer, lo que se persigue es la salud.

La cuestión me fue explicada porque, conociendo la técnica de los spa de acá, me resultaba extraño por ejemplo que el pulido con sal, que tiene resonancias tan sensuales, me hicieran sentir como un chancho al que están adobando con energía para meter al horno. Nada tengo que decir sobre las charlas, porque pertenecen al sagrado ámbito confesional. Por el contrario, bien puedo aportar una de cal y una de arena al panorama general. La de cal, es la alegría y devoción con que atienden a cada uno de los internados. La de arena, ¡ay la comida ovo, lacto, vegetariana! Cada vez que me sentaba a la mesa, me atravesaba en un segundo la ira, la rebeldía, el agnosticismo mas atroz y finalmente la resignación. Dentro de las tantas preguntas que me traje, brilla la primera: ¿para ser saludable hay que comer semejantes cosas? ¿Por un churrasquito chiquitito así, uno se va al infierno a fumar para siempre?

Como el lunes me enfermé y quedé boca arriba en la pieza, con un suero en vena, tuve más tiempo para seguir preguntándome cosas. Pero esto intenta ser humor y no filosofía, así que me las reservo. Dejo en claro que me traje la enfermedad de afuera, porque la comida sana, si bien me resulta intragable, no envenena.

Tengo un voucher moral para volver dentro de sesenta días y completar mi intento de dejar de fumar. Aunque creo que si me vuelvo a enfermar, con el trabajo que les di, me ahogan en la pileta.