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Una banda de blancos adinerados

Tanto tiempo sin peluquería, dan ganas de cortarse el pelo cortísimo. Y después arrepentirse, claro.

El pelo de una mujer puede ser tan provocativo que algunas comunidades religiosas solo permiten que lo vea el esposo. En Occidente una buena cabellera es un talismán infalible de seducción y el pelo corto es casi un atrevimiento. Sin contar a Audrey Hepburn porque ella siempre fue un ser de otro mundo, quien provocó estupor con su corte fue Jean Seberg en la película de 1958 Bonjour, tristesse, de Otto Preminger: una chica preciosa con el pelo cortísimo. ¡1958! Todavía usábamos ruleros. La chica con el pelo cortísimo rompió la pantalla en un gesto de notable independencia. Renunciaba a una herramienta de probada eficacia para darle todo el protagonismo a la cara. Para eso hay que tener coraje y también hay que tener una cara.

 

Mi pelo es capaz de hacer un montón de cosas diferentes

—Prince

 

Judi Dench es la chica de tapa de la reciente edición inglesa de la revista Vogue. Tiene 85 años y odia hablar de la vejez. Hay algunas cosas que ya no puede hacer: por ejemplo manejar el auto y escribir cartas a mano. Judi Dench es la clase de persona que escribe –o solía hacerlo– cartas a mano. Es toda una definición. Cuando cumplió 81 años se hizo un tatuaje en la muñeca: Carpe diem. Dice que es horrible depender de los otros, pero su hija Finty Williams afirma que en realidad todos dependen de ella. Para el editor de Vogue esa tapa, Judi con su vestido floreado, una sonrisa esbozada y la proverbial chispa en sus ojos azules, esa tapa fue un rayo de luz en medio de la penumbra de una pandemia ingobernable.

Judi Dench siempre usó el pelo así de corto, incluso de jovencita. Por supuesto era divina, pero todas las chicas jóvenes son lindas. La cuestión es tener esa belleza a los 85 años, sin haber pasado nunca por un quirófano. Me animo a decir incluso que es más linda ahora, con la cara más definida, la mirada más aguda, el talento a la vista. Aunque hizo todo lo que puede hacer una actriz, desde Julieta con Zeffirelli hasta la más estremecedora Lady Macbeth en el Old Vic de Londres y por supuesto la inolvidable M de la serie de James Bond, la dama no quiere ni oír hablar de retirarse. Y los guiones llueven sobre su escritorio; el teléfono nunca deja de sonar. Detesta que la consideren un “tesoro nacional” y no tiene inclinación mediática, pero dice la hija que cuando volvió de la sesión de fotos para Vogue se sentía Beyoncé.

Judi Dench siempre usó el pelo corto. Es rara la mujer que no se abandone al menos por un tiempo a la sensualidad del pelo largo. Algunas siguen usándolo largo incluso cuando ya no les conviene. Otras, como Helen Mirren, saben lo que les conviene y siempre están perfectas. Las chicas experimentan: largos, cortos, flequillos, rapados, colores inesperados, provocaciones, incluso canas. Aun en esta época, abrumada por un humor social sombrío, las mujeres rediseñan sus vidas, eligen sus batallas y salen al mundo no con un equipo sino con una declaración de principios.

Odio todo

Me molesta el uso del aplauso en los funerales. Ya sé que es inevitable. Cuando muere un artista querido, el público acude al cementerio y aplaude. Un héroe muere en acción y la gente aplaude en su despedida. El aplauso se convierte entonces en la forma más sencilla y también la más gruesa de manifestar emoción. Es adecuado en el teatro y los espectáculos en general. Es festivo en las bodas. Pero en los funerales, donde impera la congoja y la condolencia, donde nos enfrentamos una vez más a lo inexorable y queremos honrar a quien perdimos, en los funerales, decía, el aplauso me resulta estridente e inoportuno. Más respetuoso es el silencio. Es difícil guardar silencio ante la emoción desatada, lo sé, pero creo que un acto de silencio es mucho más enaltecedor que un aplauso. Y más difícil.

Palabras

La preposición a tiene varios usos; uno de ellos es expresar dirección. Es decir, uno va a tal lugar. Con el mismo sentido se incorpora a algunos adverbios. Si la frase expresa dirección o movimiento se va adentro, afuera, atrás, adelante, etc. Si se trata de algo estable, una sensación, un objeto, entonces ese algo está dentro, fuera, tras, delante, etc. Los muebles no están adentro de la casa, están dentro. El hombre no se detuvo adelante del cartel, se detuvo delante. Ya sé que a casi nadie le importa pero lo comento igual, disculpen.

Ese disculpen lo tomo prestado de Homero Alsina Thevenet, a quien citamos días atrás. Él hacía una sección que se llamaba Disculpe! para una publicación de Montevideo: “Única sección periodística mundial que no viene a llenar un vacío en el ambiente”. Disculpe! Gran título.

Qué hay para ver

La película The Wife (La esposa) de Björn Runge cuenta una historia que algunas mujeres podrían reconocer como propia. Glenn Close, el pelo blanco muy corto igual que Judi Dench, esa cara más singular que bella y su porte altivo, es la esposa de un famoso escritor (Jonathan Pryce), un favorito para el Premio Nobel de Literatura, quien de hecho lo gana. Es la primera escena de la película. Resultaría fácil asociar al escritor con Philip Roth, solo que Philip Roth ganó todos los premios menos el Nobel (“La Academia me parece una banda de blancos adinerados eurocentristas que se sienten estupendos cuando miran hacia África o Asia”) y tampoco estaba casado desde los años noventa.

Algo en la falta de alegría de la esposa ante la noticia del premio se vuelve sospechoso. Hay un secreto ahí. El hijo adolescente lo intuye y adivina quién es el verdadero talento de la familia. Muchas mujeres dirán: es la historia de mi vida. Collette la primera. Como se sabe, todas sus primeras obras, la serie de las Claudine, se publicaron firmadas por su marido Willy. Le tomó varios años separarse de él.

En su formidable novela El mundo deslumbrante Siri Hustvedt relata varios casos como el de Colette, y al mismo tiempo interroga esa misma situación un siglo más tarde con un sugestivo cambio de registro. La novela de Hustvedt comienza cuando Harriet Burden está desayunando con su marido y de pronto él cae muerto sobre la mesa. Félix Lord había sido una gran figura en el mundo de las artes plásticas: coleccionista, crítico, curador y anfitrión irresistible. Harriet era la esposa, callada a un costado. Ninguno de los amigos de su esposo, artistas, galeristas y críticos de arte, prestó atención a sus trabajos: lo consideraban un hobby.

Cuando Félix murió –resumo groseramente– Harriet tuvo una idea inquietante: realizó una obra y contrató a un artista colega para que la firmase él. El otro se quedaría con las ganancias de la venta. Los créditos, todo. Y la obra fue un éxito. Harriet repitió el experimento tres veces. Escondida detrás de una columna durante la muestra sentía lo mismo que Glenn Close en la entrega de los Nobel cuando se detallaban los motivos literarios por los que esa obra merecía un premio. Pero en este caso Harriet lo había elegido con deliberación. Era un gesto de extremo orgullo, una confirmación de su propia valía que le interesaba más que la gloria. La novela es un homenaje a Margaret Cavendish, la duquesa de Newcastle, “una monstruosidad del siglo XVII: una mujer intelectual”. Anticartesiana, una exiliada de la realeza francesa que escribió novelas, obras de teatro, poesía y ensayos de filosofía. Extravagante para vestir y brillante en su pensamiento. Muchos la detestaban. Pero “esa mujer orgullosa y ridícula”, como la llamaron, fue invitada a la Royal Society para presenciar ciertos experimentos de física. En el siglo XVII. Ninguna otra mujer pudo entrar a la Royal Society hasta 1945.

Pasan los años, ahora la mujer puede firmar su propia obra y brillar sin ser considerada orgullosa y ridícula. Como la misma Siri Hustvedt, por ejemplo. Puede incluso mostrar al mundo que es mejor que su marido.

Jorge Luis Borges

“Decir mal el nombre de otro es una forma de mostrar desprecio: no darse el trabajo de aprender el nombre, darse el trabajo de decirlo mal”.

Estilo

Si hay una prenda que todo lo puede es el impermeable: puede mucho más que protegernos de la lluvia. La gabardina o el piloto, como quieras llamarlo, tiene toda clase de versiones. Llueva o no llueva es un gran favorito para la vida en la ciudad, en el campo o la montaña y es perfecto en los viajes. A cualquier hora, con cualquier clima y en toda circunstancia.

La prenda nació en Glasgow en el siglo XIX. Su primer apellido fue Mackintosh. Charles Macintosh, sin la k, inventó un tejido plástico impermeable que consistía en prensar una capa de caucho entre dos piezas de tela. El problema era el olor. Con los años fue mejorando, el Mackintosh prosperó y se convirtió en un sustantivo genérico que en Europa algunos usan todavía.

Quien llevó la prenda a la tapa de la revista Vogue fue Thomas Burberry en Inglaterra, unas décadas más tarde, a principios del siglo XX. Su compañía se dedicaba a la ropa de abrigo y creó un prototipo resistente al agua. Abrió una tienda en Londres, otra en París y pronto llamó la atención de los dueños de la moda en Estados Unidos.

En 1914, cuando comenzaba la Primera Guerra Mundial, la Armada Inglesa le encargó a Thomas Burberry el diseño de un abrigo diferente: querían reemplazar el uniforme de la época que era muy pesado. Así nació el trench, que significa trinchera, es decir, un abrigo para la guerra. Todos los ejércitos lo adoptaron, los franceses, los alemanes. Y como si esto fuera poco apareció Humphrey Bogart. A partir de Casablanca el trench se convirtió en la prenda deseada, irreemplazable, incluso para la reina Isabel II y el Príncipe de Gales.

Entre nosotros Perramus sigue la tradición del trench en su diseño más clásico y sus diversas versiones. También ha sido mencionado en el lenguaje corriente como un genérico de impermeable. Todas las grandes marcas hoy incluyen el trench: de organza transparente o cuero labrado, en brillante vinilo o la proverbial gabardina. Después del vestidito negro de Chanel, el imperativo siguiente es un impermeable.

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