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Un reto meditado para imponer su liderazgo

*Por Pablo Ibáñez. "Se hartó: avisó una vez, avisó otra. Hasta que se hartó". Básico, casi primitivo, el argumento recorrió anoche la Casa Rosada como única pista de la ráfaga, innominada pero sin dudas respecto del destinatario, que Cristina de Kirchner descargó ayer sobre Hugo Moyano.

Los bloqueos con que Pablo Moyano, desde Camioneros, caotizó la provisión de nafta y el paro comandado por el moyanista Rubén Fernández que paralizó Aerolíneas Argentinas brotaron como episodios útiles pero insuficientes para explicar la rabia presidencial.

Los persistentes desafíos que, por acción o por omisión, apaña el jefe de la CGT -sus aliados, o hasta su hijo, encabezan las protestas más ruidosas y conflictivas- son el componente esencial del enfado de Cristina y exceden el marco del orden público.

El estallido contra Moyano tiene, en el fondo, una sola matriz: Cristina observa al camionero como el único dirigente de la galaxia K que se subleva a su liderazgo, que desobedece a la jefatura que comenzó a amasar tras la muerte de Néstor Kirchner y está en plena cocción.

Esa incompatibilidad se manifestó apenas empezó a diluirse el luto. Cristina redujo al mínimo el diálogo con el jefe de la CGT y modificó, dramáticamente, las reglas con las que el sindicalista interactuaba con su esposo: el vandorista «apretar para negociar».

«Yo no negocio» avisó la Presidente. Obstinado, ingenuo o convencido de la oportunidad del combate, Moyano no entendió el mensaje, subestimó su solidez o, quizá, prefirió desconsiderarlo. Lo hizo montado en su poder; en particular, su poder de daño.

Sin Kirchner, Cristina se abocó a la trabajosa tarea de construir su liderazgo político. Aníbal Fernández fue la primera víctima de ese proceso: el jefe de Gabinete intentó irrumpir como nuevo ordenador K, ocupando el vacío que dejó el patagónico. El costo fue altísimo: perdió areas clave en una sangría bestial que recién frenó dos meses atrás. Castigó al ministro más poderoso que, a los ojos de la dirigencia, se constituiría en el brazo ejecutor de los movimientos políticos del kirchnerismo sin Kirchner.

La sanción a Aníbal, ejemplificadora, fue eficaz. Abortó los gestos autónomos y perfiló una autoridad presidencial que, hasta entonces, estaba en duda. Moyano no leyó esa novela o creyó que ese ejercicio de disciplinamiento no lo incluía. Se equivocó.

Tampoco decodificó otros mensajes: la extrema centralidad en la elección del candidato K para la Capital, la cerrazón sobre quién será su vice y la voluntad de dibujar, según su criterio y antojo, las boletas de octubre, son vértices de una misma geometría.

Dos operadores K sumaban ayer al rosario de desafíos moyanistas la jugada de Omar Viviani al impulsar a Sergio Massa como candidato a gobernador. Ese movimiento no tuvo, previamente, luz verde de Olivos. Es decir: ignoró la lógica centralista de Cristina.

Anoche, de urgencia, jerarcas sindicales se citaron para analizar cómo pararse ante las críticas de la Presidente. Habló, silvestre, Pablo Moyano: «(Moyano) no se sostiene por la alianza con un gobierno, sino por su compromiso con el movimiento obrero».

Antes, vía Twitter, Julio Piumato, interrogado sobre una potencial ruptura entre la Casa Rosada y la CGT, tecleó una frase que puede volverle convertida en ácido: «Nadie se suicida y menos la Jefa». El judicial espera la bendición K para ser diputado por Capital.

Más tarde, Piumato repitió el salmo que manoteó el ala moderada del moyanismo luego de las críticas del lunes: «Hay que revisar métodos de protesta», dijo Juan Carlos Schmidt; Omar Plaini habló de establecer una «relación inteligente» con los empresarios vía «el diálogo».

Moyano hace equilibrio entre dos tendencias que conviven a su lado: Viviani, patrocinante de la postulación de Massa, encabeza el grupo ortodoxo que incluye, entre otros, a «Paco» Manrique de SMATA; Plaini, Schmidt, Horacio Ghilini (Sadop) y Piumato quieren mayor identificación con el Gobierno.

Para unos y otros, un dirigente K tradujo las palabras de la Presidente. «Les dijo que no va aceptar ningún apriete. Si insisten, que se hagan cargo. Después van a tener que suplicarle que vaya por la reelección...», dijo y recordó la vigilia para pedir que Eva Perón sea vice. Aquella no funcionó.

La metralla presidencial contra el camionero acepta otra lectura. Detestado, Moyano es el dirigente con peor imagen del país. Su cercanía es nociva. Cristina lo sabe. Dice conocer la reglas profundas del marketing político.

Ayer, al amenazar con no pelear por su reelección, la Presidente no sólo confirmó que competirá en octubre; quizá eligió, también, su objeto de campaña.