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Un libro que aún no salió y ya es polémica: ¿Javier Milei es el producto de laboratorio del que se habla?

Esta semana se filtró el capítulo de un libro en preproducción sobre procesos de imagen, posicionamiento y consolidación de artistas, deportistas, famosos, y políticos entre otros tantos perfiles.

En tiempos electorales, ansiedad política, y en el salvaje "todos contra todos", no cesan los ataques cruzados, los carpetazos y asoma  también la ambiciosa idea de desenmascarar las estrategias y tácticas de propios y ajenos para que los desprevenidos votantes no compren a sus candidatos por el packaging sino por sus ideas y potenciales propuestas superadoras.

Esta semana se filtró el capítulo de un libro en preproducción sobre procesos de imagen, posicionamiento y consolidación de artistas, deportistas, famosos, y políticos entre otros tantos perfiles.

Precisamente el capítulo número nueve del libro "El Manager", bajo autoría de Jorge Zonzini, y que fuera titulado "El Político" se adueñó de un debate inesperado lleno de intrigas y adivinanzas. En referencia a éste capítulo escrito por el manager de medios se cuentan los procesos de contratación para la instalación vertiginosa de un candidato presidenciable, los aportes y su mecenas, entre tantas otras sabrosas cuestiones. Allí, Zonzini, relata en primera persona dicho proceso estratégico de instalación de imagen pero, hábilmente, como en los otros capítulos titulados 'La vedette", "El Mentalista", "Hackers e Influencers", "El Boxeador", etc. utiliza el recurso de nombres de no propios a pesar de dejar en claro que las historias son absolutamente reales.

Quienes pudieron leer el capítulo filtrado se preguntan si los personajes protagonistas de dicho capítulo, tanto el contratante "Rigodón" como el político posicionado "Miguel" no son nada más y nada menos que el influencer de las finanzas Carlos Maslatón y el candidato presidencial de los libertarios Javier Milei. Varios párrafos donde el autor describe las situaciones vividas durante tal actividad profesional desprenden algunas pistas sobre las que algunos afirman que se trata de ambos personajes célebres y otros, tratan de despegarse raudamente de tal circunstancia.

Algunos de esos textuales citados en el libro sostienen:

"- Espero no haberlo cansado, Zonzini. Esto es para que sepa quién soy. Y que va a cobrar por su trabajo. Va a cobrar bien. Ahora quiero que me escuche: esto es lo que quiero. Me dijo que el propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Que ese hombre que soñaba tenía que ser versado en economía, porque la economía lo era todo, o era la base (“no hubo mejor lector de Adam Smith que el mismo Marx”); que tenía que distinguirse de cualquier otro que anduviera rondando por la clase política; que tenía que saber atraer a los desencantados; que debía hacerlo en un lenguaje que a la vez que llegara a todos, también fuera hermético (“a la gente le fascina concordar con ideas que no puede explicar con sus propias palabras”); que hacía falta crear una cofradía y hallar una palabra que definiera al amigo y al enemigo; que necesitaba que esa persona soñada tuviera una presencia permanente en los medios; y había que hacer de esa persona un presidenciable.

- Tengo a esa persona.

No lo dije yo: lo dijo él. Me mostró en su celular una foto, me hizo leer de la pantalla un nombre y un apellido. El encargo era concreto, las instrucciones eran claras, estaba el sujeto soñado con integridad minuciosa y prefijado su destino: yo debía construir la figura que lo impusiera a la realidad. Un desafío, no parecía difícil, aunque fuera un desafío arduo, de esos que prometen emociones y mucho trabajo. Me dio un plazo y me dijo una cifra que supera lo que pensaba pedir. Iba a darle la mano para acordar –porque el Manager no firma contratos- cuando recogió la suya que me había extendido, y me dejó pagando:

- Hay una condición, Zonzini: el hombre no debe saber ni de su existencia ni de mi encargo. Proceda".

Tras ese arranque, Zonzini, sigue contando:

“Pueden ustedes llamarme Ismael”. Así comienza la célebre novela Moby Dick. A este economista que tenía que imponer a la realidad como político, pueden ustedes llamarlo Miguel.

No les voy a contar cómo fue que hice invitar a Miguel a dos o tres programas aburridos de temas de actualidad y económicos en unas FM que nadie escucha, pero cuyos podcasts quedan subidos a la web para siempre. El Manager no cuenta sus secretos de cocina. Lo hice invitar siempre junto con otro perejil ante el cual se pudiera lucir. Una vez que tuve ese material para mostrar, hice interesar en este sujeto a otros periodistas especializados en economía y finanzas, pero de medios nacionales. Claro que, para disimular, lo metía en una bolsa junto con otros aspirantes a economistas mediáticos. Pero hice una jugada de pinzas: aprovechando que contaba con todos los recursos que pedía, me propuse fijar algún signo especial a su imagen física, anticipándose a que en algún momento saltaría de las radios y los diarios a la televisión. Entonces, arregle que se le aproximaran, en el curso de algunos meses, varias chicas que so pretexto de ser estudiantes de Económicas, lo entrevistaran y le coquetearan, pero con el cometido de conseguir que modificara su peinado achatado con gel y raya al costado, por otro diseñado por los más avanzados estilistas experimentales de París y Milán. Creo que a esta altura saben que la obsesión por el peinado es una característica del Sello del Manager. Conseguido esto, Miguel estuvo listo para llegar a la pantalla. Acá vale decirles que, para ocultar mejor mi tarea, había tomado con honorarios irrisorios la instalación de varios opinólogos mediocres entre los cuales introducía a Miguel al momento de suministrar invitados a las productoras ávidas de contenidos y que siempre me preguntan si tengo a mano gente para invitar. Con lo que me pagaba Rigodón, la cuenta estaba saldada con creces. Y así llegó a los estudios de televisión: primero los de streaming, luego a los canales de cable y de inmediato a los de aire".

Así mismo, ya con más datos que se pueden entremezclar entre una ficción americana y una realidad triste sobre que todos somos marca sin interesar lo que "El Principito" decía sobre que "lo escencial es invisible a los ojos" el polémico capítulo espresa:

"Yo contaba con algo que era parte intrínseca del sujeto: Miguel tenía las mismas ideas que Rigodón quería difundir y mi tarea era darle espacio para que se explayara. Pero ¿cómo intervenir en las líneas de su discurso, las extrínsecas, sin poder darme a conocer, sin participar directamente de su construcción mediática? Él debía creer, todo el tiempo, que se estaba armando solo: no tenía que notar los tirones de la tanza invisible que lo conducía. Le hice saber esto a Rigodón –a través del contacto que me lo había presentado- y por la misma vía me llegó otra cita en un bar de Puerto Madero.

- Va bien Zonzini, no tengo queja.

- Se me hace difícil algo: tengo el punto, se está conformando un contorno, pero necesito dominar el trazo. Y no puedo si no le hago llegar algunas pautas.

- ¿Qué necesita, Zonzini?

- Mire: yo no tengo idea si el tipo dice sandeces o es un genio en lo suyo. Pero es árido y aburrido. Latoso. Necesito que lo escuche otro segmento de público, y eso no se puede lograr si yo no puedo intervenir.

- ¿Qué necesita, Zonzini?

- Necesito algún escándalo. Que la gente lo recuerde por cómo se comporta o cómo dice las cosas más que por lo que dice. Porque lo que dice no lo entiende nadie.

- ¿Algo más?

- Usted me dijo que necesitaba que este sujeto creara una cofradía, un espacio de pertenencia, y que tenía que hallar una palabra que definiera al amigo y al enemigo. Me gustaría generar algo que fuera como “civilización o barbarie”.

- Resultó sarmientino, me gusta. ¿Qué necesita, Zonzini?

- Que definamos a los que están con él con alguna palabra. Si la vida en la sociedad es una jungla, como se dice en la calle, y él es el “humano”, la civilización, entonces, los que no estén con él (la barbarie) tienen que ser... la fauna. Y así confrontamos al hombre, lo civilizado, con los bárbaros salvajes de la jungla, los que se comerían al hombre si este no se impusiera.

- Me gusta: el Estado es un elefante, solemos decir.

Rigodón, que desde siempre venía siendo un activo tuitero, reprodujo el hilo y enlazó al streaming de Instagram. Así provocó su primer encuentro oficial con Miguel. El Creador y la Creatura. Mientras tanto yo me seguí ocupando de que fuera invitado a programas de mayor audiencia o a medios escritos de alcance nacional, donde seguían apareciendo contendientes que, ahora, eran de signo opuesto a sus ideas. Como Miguel no era tonto, notó que ese estilo franco le había granjeado muchas simpatías en el vivo de Instagram y persistió en esa línea, que era parte de mi trazo. Persistió en difundir escuelas económicas exóticas –como su peinado, otro de mis trazos- y autores aburridos, pero tomó como estilo mezclar algunas guarangadas que remedaban el habla popular. Mandé hacer un análisis de sus seguidores en redes: de predominar inicialmente en nivel ABC1 pasó a fidelizar muchos seguidores en la clase media baja (C3) y el segmento superior de la clase baja (D1). En pocas semanas, todas las palabras asociadas a “libertad” iban de la mano de Miguel en los hashtags: #liberacion, #liberismo, #liberrimo, y hasta instaló la aspiración de establecer una “liberadura de los cansados” como alternativa a la clase política, a la que llamó “la fauna”, a los que calificó como parásitos de un Estado enorme, lento y fofo como un elefante. Advirtió: “les hago una libertencia: vamos a poner un tope para que se vayan solos y dejen de presentarse a elecciones o los vamos a echar a patadas en el culo.” Las poco concurridas protestas y caceroleos de “indignados” contra toda clase dirigente política se volvían más animadas si asistía Miguel, y como es de suponer, proliferaron estas movidas “espontáneas” mediante convocatorias de Twitter, Instagram y Facebook luego subidas al canal Youtube de Miguel.

Siguió asistiendo a debates televisivos donde despotricaba contra los invitados de los partidos de izquierda, aunque no siempre quedara bien parado. Pero definiéndose como “anticomunista” y agitando las sábanas del fantasma que recorre al mundo, no importaba lo que dijera: fidelizaba cada vez más a sus adeptos, que le copiaban citas, insultos y peinado. Todos querían una selfie con él. Cuando no hizo falta que yo hiciera nada para que lo convocaran de más programas –recibía más invitaciones de las que podía asistir- me llegó otra cita.

- Es suficiente, Zonzini. Sigo yo.

Rigodón dejó sobre la mesa un sobre con muchos billetes bien usados, sin numeración corrida.

- Antes de gastarlos, fíjese que hay uno con su numeración subrayada con fibrón: es la clave de acceso a una fracción de un Bitcoin. Atención de la casa.

- Gracias.

- Si lo he visto no me acuerdo.

Y desde entonces solamente lo vi en las pantallas".

Si tal material del libro llena al lector de fuertes intrigas el cierre, que Jorge Zonzini le da a su escritura, genera aún más deseos de una confirmación que asevere si el producto de laboratorio es el mismísimo candidato presidencial Javier Milei y si su mentor es el descontracturado influencer de moda Carlos Maslaton.

Allí, el autor, transmite: "El capítulo termina acá en lo que tiene que ver con mi trabajo como Manager. Pero me gusta contar lo que pasó después, porque uno trabaja para imponer seres a la realidad y cobran vuelo propio. Los medios recogían cada una de las declaraciones virulentas de Miguel, como si fuera una estrella de rock en conflicto con la generación de sus padres. Atacó a un gobernador diciéndole que era un parásito, y que no pararía hasta verlo “arrastrándose como chancho por el lodo”; a una periodista que en una entrevista colectiva lo retrucó le recomendó que se fuera “a lavar los platos con la lengua, que es lo único para lo que servís.”

Organizó una fogata con boletas de impuestos en una plaza, y pronosticó que en hogueras como esta quemaremos a los políticos chupasangre que esquilman a la gente emprendedora. En un almuerzo de Mirtha Legrand dijo que la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo “le va a costar al país un nuevo hospital por año en abortos gratuitos y pastillas del día después” para luego agregar, sin despeinarse, que cada cual tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que se le canta el culo pero sin hacerle gastar guita al Estado. Por idénticos motivos propuso un mercado libre y desregulado de sangre, semen, médula ósea y óvulos. “¿Acaso con el pelo ya no se hace lo mismo?”

Finalmente los medios lo instalaron como candidato presidenciable, y comencé a verlo a Rigodón a un costado en los escenarios de los actos, y más de una vez como orador de apertura, a modo de vieja leyenda urbana del librepensamiento (otro modo de denominarse que popularizó Miguel, aunque ese pensamiento no tuviera contenidos cabales).

Después de mucho tiempo, este reivindicador de las políticas económicas que llevaron a la Argentina hacia todas sus crisis, rodeado de defensores y vindicadores de genocidas presos, sacó una interesante cantidad de votos para las ideas neoliberales, sobre todo en los grandes centros urbanos. Se lo asociaba al fascismo y no parecía molestarle ni lo desmentía.

No fue elegido Presidente, pero sí diputado y quedó como un candidato en ascenso que amenazaba entrar en un futuro ballotage. A través de su figura se había reinstalado una marca (las ideas de derecha) y ganado para la misma una cierta base social de sustento.

Cuando Rigodón comenzó a enfrentarlo en las redes sociales, comprendí todo el juego del que había sido el noveno peón del tablero.

Los alfiles de cada uno se cruzaron, las redes sociales se poblaron de guapos detrás de las pantallitas. Cada faltazo de Miguel a una sesión del Congreso era aprovechada por Rigodón para explicar cómo hubiera debido votarse en cada proyecto para mejor defender al liberalismo. Esto lo hacía en intensos streamings en vivo, en los cuales aparecía acariciando a su gato Alberdi sentado sobre la falda. En poco tiempo las posturas eran tan irreconciliables que no se podía entender que pertenecieran a la misma alianza.

Súbitamente le estallaron los escándalos a Miguel: empleo de prebendas estatales, violencia de género, reivindicación de los genocidas presos por delitos de lesa humanidad, plagio de un libro entero, fondos de campaña de origen difuso. Cayó en las encuestas vertiginosamente. Rigodón hizo leña del árbol caído. Tras ello, se postuló como precandidato presidencial en el mismo espacio y exigió internas abiertas, picando en punta en las encuestas. Mientras Miguel se defendía de acusaciones y atajaba las defecciones de seguidores, Rigodón recogía a estos desencantados y comenzaba a caminar el país, fotografiándose en las redes sociales con exponentes la juventud de las oligarquías provinciales extraídos de las universidades privadas confesionales y los campos de polo. No descuidó, tampoco, las fotos debatiendo amablemente con oficialistas y opositores, desde el peronismo hasta la extrema izquierda. Como un estadista.

Así está a la fecha de entrada de este libro a la imprenta: disputando con ventaja la propiedad de una marca que se reinstaló sin ningún riesgo ni desgaste de su parte. Mientras las penas son de Miguel, Rigodón tiene todo el futuro por delante" cierra el capítulo.

Por ultimo, tras ser consultado su autor, Zonzini, respondió acompañado de una sonrisa complice:

"En medios nada es lo que parece pero la ficción y la realidad suelen fusionarse de manera irresistible. De todos modos es sabido que toda contratacion obedece a pactos de confidencialidad por lo que solo puedo invititarlos a prestar atención a las frases textuales de la presentacion del capítulo El Politico". Dichas frases dictan: "Para conocer si la figura es verdadera o falsa debemos compararla con la realidad. No se puede conocer sólo por la figura si es verdadera o falsa. No hay figura verdadera a priori". Dichas frases firmadas por Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico- Philosophicus.

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