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Tres generaciones amontonadas

"No es bueno que el hombre este solo", pero tampoco amontonados, agregaría, cuando recuerdo a experiencia de ver amuchadas a tres generaciones de mujeres .Todas unidas por la continuidad de los vientres y la locura, en cada una distinta, pero siempre abundante.

¡Socorro!

Todo comenzó con el anuncio de mi nena en Córdoba avisando que se tomaba unos días de vacaciones en Buenos Aires. Me alegré recordando cuanto la extraño, y me olvidé que hace muchos, muchos años que no vivíamos juntas.

Entró una mañana con su pelo de gitana y armé su cama en el living. El primer día fue de plena armonía, un calido chismorreo atrasado y esas antiguas complicidades que terminan en carcajadas. Al segundo día mostré la hilacha: "Hija mía yo estoy en pleno trabajo así que durante algunas horas necesito silencio y computadora".

Me miró raro, noté en ella un inminente ataque de abstinencia por los jueguitos. Para compensar cada mañana la despertaba amorosamente con el desayuno. Al tercer día me preguntó con cara de hartazgo: "¿Vos siempre hablas tanto?

Me ofendí hasta el caracú. Después me explicó que ella desayunaba en silencio (claro. pensé con maldad, tu gato no te contesta).No estaba cómoda y se le notaba. Desde el momento en que entró declaró que quería volverse a su casa. La convencí todavía con paciencia y mientras tratábamos de acomodarnos, llegó la abuela

Mi mamá, al igual que mi hija, también quería volverse a su casa solo que de un modo menos aparatoso, simplemente, si alguien dejaba la puerta abierta ella se iba. El problema era que ya no se acordaba donde vivía.

Por otro lado la pobrecita tuvo que ser ubicada en una camita al lado de mi hija. Eso obligaba a saltarles por encima con lianas cuando alguien quería ir a la cocina. Pero esto era el mal menor. La abuelita confundía el día con la noche y comenzaba a despabilarse a las tres de la mañana.

El panorama era desesperante. A las tres estaba en pie, a las cuatro ya había desayunado y a las cinco armado su bolsito para irse. Todas estas actividades aun hechas en silencio no propendían al buen sueño de nadie, en particular de la nena que la tenía de vecina de cama.

La primera noche se la pasó corriendo detrás de la abuela, (cosa que normalmente hacía yo) pero esta vez la dejé a ella para que fuera aprendiendo para cuando me tuviera que correr a mí. La segunda noche optó por darle conversación cosa que a mi vieja le encantaba pero mi hija amaneció con ojeras y hecha un estropajo. La tercera noche se escuchó, valga la paradoja un silencio extraño desde el living, me levanté en puntas de pie. Todo estaba oscuro ero la abuela se contorsionaba de un modo raro en su camita. La nena me hizo señas... la muy guanaca había inventado una especie de corralito donde la abuela daba vueltas como una cucarachita panza arriba.

Como era tan prudente no se animaba a despertar a nadie. Pasó la noche tratando de encontrarle la vuelta para escapar y la nena pensando en patentar el invento.

Los días subsiguientes los han cubierto una bruma de espanto. Tres mujeres al unísono buscando sus zapatos sus calzones y mamá, sus dientes. ¡Fue demasiado!

Cuando todo termino me quedé pensando en "mis" vacaciones, un lugar utópico donde durante algunos días no fuera madre, ni hija. Aunque me temo que entonces no seré nada.