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Transparentes en un mundo opaco

Las cosas son ahora más visibles que antaño. Comparen la visita a una biblioteca gótica para leer un solo libro propiedad de no sé quién con el acoso en las pantallas de los móviles, las ocurrencias de los fans en los blogs y no digamos lo que nos cuenta la televisión durante todas las horas del día.

Acabo de ver un vídeo de un niño de ocho meses que ha aprendido a pulsar su índice para ver pasar un dibujo tras otro en el iPad con pantalla digital táctil que le dejó su padre; el mismo niño tiraba literalmente al vacío una revista después de haber apretado inútilmente con el índice la página elegida para que le salieran otras.

La mayor flexibilidad de los soportes tecnológicos permite visualizar lo que viene con menores márgenes de error que en el pasado. Estos cambios afectarán a la vida cotidiana y el ánimo de la gente, sus resortes y apoyos artificiales como las nuevas formas de vida, el volumen y perfil de la construcción, la participación presencial y, por supuesto, la naturaleza de los Estados que velarán por la gestión adecuada de los excedentes generados.

No es difícil predecir, por ejemplo, que se agotará el carbón y las demás fuentes fósiles de energía, como el petróleo o el gas, en los próximos cien años. En el campo de la energía será muy difícil empecinarse en la continuidad del actual despropósito; no es imposible elucubrar cambios radicales en los medios de transporte. ¿Quién seguirá creyéndose que es posible mantener en el futuro un sistema que para transportar a una sola persona que pese de promedio setenta kilos recurre a un carromato que pesa más de dos mil quinientos kilos?
A la luz de lo que está ocurriendo con la estructura del Estado y el número de funcionarios en continuo aumento, no es previsible que disminuya su poder. A 100 años vista y hasta a 100.000 mil años, el poder del Estado seguirá aumentando sin ninguna duda y el sentido de desprotección ciudadana, exacerbándose. Tampoco aumentará el bienestar de los que vivan en las grandes ciudades; el desorden imperante irá en aumento, la inseguridad se irá extendiendo y las comunicaciones serán cada vez más difíciles por el encarecimiento del transporte.

Lugares de moda como Las Vegas, en Estados Unidos, estarán demasiado lejos de cualquier sitio y, por lo tanto, perderán gradualmente su atractivo. Barriadas enteras, como los suburbios dormitorio, también perderán su ya escaso valor. Nadie querrá pagar más por el transporte a la ciudad refugio que lo que abona como alquiler.

En cuanto a los ciudadanos, los sociólogos hablan ya de la "desaparición del cuerpo", en el sentido de que la huida de la realidad se concretará todavía más en una mayor ausencia de la vida presencial y un contacto casi exclusivo recurriendo a las redes sociales. La comunicación ya no es por carta –que han desaparecido– y se efectúa cada día más por e-mail o apoyada por medios tecnológicos.

¿Cuál será el sello de la comunicación digital? Para imaginárselo, basta con comparar este tipo de comunicación con el soporte utilizado hasta ahora, el papel; o con la memoria humana, extremadamente imprecisa, como están poniendo de manifiesto los últimos experimentos; o comparar las tarjetas de crédito con el dinero contante y sonante.

En definitiva, se habrá aumentado la transparencia. Seremos más transparentes a los demás, pero, al mismo tiempo, el mundo también será más opaco e incomprensible para el individuo. Desapareció para siempre la privacidad a la que estábamos acostumbrados y, poco a poco, tendremos que ir habituándonos a formar parte de muchas más comunidades ajenas y desconocidas.