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Terrorismo

*Por Marcelo Zlotogwiazda. Hay quienes creen que el default y el consecuente abandono del euro por parte de Grecia o de algún otro país de la zona podrían tener consecuencias terribles.

A ningún extranjero se le ocurriría sostener que la Argentina debe resignar su soberanía en materia de política económica para mejorar su situación. Y si lo hiciera, sería raro que alguien lo acusara de ofensivo o lo tratara de delirante. Lo más probable es que fuera totalmente ignorado.

Lo anterior es válido ahora. Porque antes, en marzo de 2002, dos reputados economistas del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el ya fallecido Rudiger Dornbusch junto con el chileno Ricardo Caballero, propusieron que la Argentina debía "declinar su soberanía en todos los asuntos financieros" porque "su gobierno carece de reputación y sus instituciones son disfuncionales".

En concreto, recomendaban que durante al menos cinco años una junta de experimentados banqueros centrales de países serios se hiciera cargo de la política monetaria, que los pesos fueran impresos en el exterior, y que las decisiones de gasto público y la recaudación tributaria quedaran bajo responsabilidad ejecutiva de otro grupo de calificados economistas designados por el FMI. Si a eso se agregaba un agresivo programa de privatizaciones y financiamiento del FMI, la solución sería posible aunque "demoraría no menos de una década".

Hoy, eso suena disparatado a todos. Pero hace casi diez años el plan Dornbusch-Caballero fue considerado lo suficientemente razonable como para ser publicado en uno de los dos diarios económicos más leídos del mundo, el inglés Financial Times, bajo el título "La Argentina no es confiable".

El grado de humillación que pueden alcanzar las opiniones sobre un país pareciera ser un estetoscopio eficaz para auscultar al paciente. Lo que se viene diciendo de Grecia abona la idea. Cuatro meses atrás el ministro de Economía holandés, Jan Kees de Jager, anunció que como condición para el salvataje "no los obligaremos a vender la Acrópolis, pero sí todo lo que puedan privatizar". Era consciente de que "esto que digo a los griegos no les gustará nada, pero no me importa".

Los griegos le pusieron bandera de remate a casi todo, pero la ignominia continúa. La semana pasada la máxima autoridad de energía de la Unión Europea, el alemán Günther Oettinger, opinó que "lo mejor sería que funcionarios cualificados del resto de los países de la UE trabajen como asesores y ejecutores de la administración del gobierno griego durante un largo tiempo". Lo fundamentó en que "las autoridades griegas tienen bajo rendimiento, no consiguen recaudar los impuestos ni vender las propiedades del Estado", y en que los extranjeros "podrían trabajar sin hacer caso a las resistencias y acabarían con los derroches". El eurocomisario (así se denomina el cargo) fue todavía más allá con el ultraje. También propuso que "la bandera de los países que pequen con demasiado endeudamiento ondee a media asta en los edificios oficiales de la UE". Aclara que "no sería más que una medida simbólica, pero tendría efectos aterradores".
Como sus palabras. Aterradoras. Causan terror.

También los escenarios que se plantean para Europa dan la pauta de lo dramático de la situación. Con el paso de los días aumenta el número de analistas, especuladores y banqueros que consideran casi inevitable el default griego. Una nota publicada en el portal Bloomberg el lunes pasado se titulaba "El riesgo de default en Grecia salta al 98 por ciento". El cálculo estaba basado en el costo del seguro antidefault. Hasta los funcionarios dejaron de lado el tabú y ya hablan abiertamente de la probabilidad de default, como lo hizo nada menos que el vicecanciller alemán Philipp Rösler. Tanta es la exaltación discursiva, que Rösler fue desautorizado por su ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble, y hasta la canciller Angela Merkel se vio obligada a pedir públicamente que "todos midan sus palabras con suma precaución, porque lo que no necesitamos es nerviosismo en los mercados financieros, dado que la inseguridad ya es demasiado grande". Contrariamente a su solicitud, gente responsable y moderada como el ex presidente del gobierno español Felipe González reclamó que se asuma la gravedad de la crisis y se admita que "Europa está al borde del precipicio".

Hay quienes creen que el default y el consecuente abandono del euro por parte de Grecia o de algún otro país de la zona podrían tener consecuencias terribles. Tan terribles como un golpe militar o una guerra civil. Y no es algo que piense un loquito suelto. Lo escribió días atrás Paul Donovan, el principal analista de la economía global de la Unión de Bancos Suizos, en un informe titulado "La ruptura del euro y sus consecuencias": "Los costos económicos de la ruptura no es lo que más debe interesarle a un inversor. La fragmentación del euro provocaría costos políticos. Europa perdería influencia internacional. Y, además, también vale la pena tener en cuenta que en la era moderna ninguna unión monetaria se rompió sin que diera lugar a alguna forma de gobierno autoritario o militar, o a una guerra civil".

Esta última afirmación fue objetada por otros analistas que citan como antecedente en contrario a lo que, por ejemplo, ocurrió en algunos países que integraban la Unión Soviética y que abandonaron el rublo con muy poca inestabilidad política. Pero más allá de la controversia, el economista de la UBS se apoya en las consecuencias políticas catastróficas que según él tendría el abandono del euro para minimizar las chances de que se cumpla ese escenario.

De todas maneras, impresiona que gente influyente considere que en Europa occidental hay riesgo de gobierno militar o de guerra civil.

También impresiona ser testigo de cómo está cambiando el poder mundial. El mismo Financial Times que en 2002 se hizo eco del disparate que propusieron Dornbusch y Caballero para la Argentina, ahora se dedica a informar sobre la ayuda que Europa recibiría de parte de los las potencias emergentes nucleadas en el grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). El primer ministro chino, Wen Jiabao, la condicionó a que "los países en problemas pongan primero su casa en orden". La asistencia se concretaría mediante la compra de bonos públicos emitidos por los países europeos en dificultades (conocidos como los Pigs por sus iniciales en inglés: Portugal, Italia, Grecia y España), y se decidiría en una cumbre de los Brics que tendrá lugar la semana próxima en Washington, según anticipó el ministro de Economía brasileño Guido Mantega.

Es decir que los Brics saldrían al rescate de los Pigs. Una prueba más de que el Primer Mundo está en serios problemas, y de que las relaciones de poder mundial están cambiando vertiginosamente.