Tenga cuidado, siempre hay alguien mirando
Un hallazgo macabro sorprendió a los vecinos de Coghlan: tras más de cuatro décadas, los restos de Diego Fernández Lima aparecieron enterrados en una casa del barrio. La sospecha recae sobre Cristian Graf, excompañero de colegio de la víctima, acusado de encubrimiento y sustracción de evidencias.
El ojo de un vecino curioso y los hábitos de mirar a las casas vecinas fue lo que destapó el hallazgo de los restos de Diego Fernández Lima, quien había desaparecido sin dejar rastros hace 41 años.
Un vecino se encontraba mirando qué pasaba en la obra de al lado de su casa, hasta que vio que los obreros encontraban restos humanos, sobre todo un cráneo, y como percibió movimientos raros —como de querer hacer desaparecer los mismos para no detener la obra— decidió llamar al 911. El resto es historia conocida.
A las autoridades policiales las llama un tercero ajeno a la casa: no el arquitecto, no los albañiles y no los moradores de la casa, como cuentan los abogados de Cristian Graf. La víctima estuvo sepultada por 41 años en la casa donde vive esa familia desde 1974 y en la que Cristian aún vive con su madre, su segunda esposa y un hijo menor.
Para la investigación, la reacción del “Jirafa” Graf, a partir de la aparición en relación con los huesos, fue fundamental para pedir su declaración indagatoria por encubrimiento agravado y sustracción de evidencias. El homicidio está prescripto por el paso del tiempo.
El capataz de la obra de Congreso 3746/48 —que es un proyecto de construcción de un edificio de 10 pisos, en el predio donde vivió dos años Gustavo Cerati— había comenzado unas semanas antes. Llamó al arquitecto responsable y le dijo: "Vení, que encontramos algo". Después de ver los huesos, el arquitecto les tocó el timbre a los vecinos de Congreso 3742 porque los restos se habían derrumbado desde su lado de la medianera. Lo atendió Ingrid Cristina Graf (60), hija de la dueña de casa, que estaba en la ciudad de casualidad. Vive en Chubut y es profesora de inglés; vino para cuidar a su madre, Susana Grassle (87), que está recién operada. Ella fue la primera que dijo que los huesos podían relacionarse con una antigua iglesia que había en la manzana. Cristian (el sospechoso), compañero de colegio de la víctima, arriesgó dos hipótesis más: una vieja caballeriza y un trabajo de nivelación del jardín para construir una pileta, para el cual compró un camión de tierra. "Eso es imposible, al descargar se hubieran dado cuenta", concluyó uno de los obreros, al que los otros le preguntaron qué pensaba. Todos en la obra recuerdan que el señor de la casa de Congreso 3742 cuidaba particularmente que no se acercara nadie a un arbolito que no estaba del lado de su propiedad, pero que él había prohibido tocar. El arbolito, luego quedó claro, quedaba casi pegado a la tumba.
Sabemos que, para la investigación, hay un sospechoso de encubrir y de tratar de sustraer evidencias. Los expertos del Equipo Argentino de Antropología Forense determinaron, sin dudas, que "el enterramiento original se encuentra completamente ubicado dentro del predio contiguo, en dirección este, fuera de los límites del obrador". Es decir, en Congreso 3742, desechando las dudas que tratan de poner los moradores de la casa.
Esta es la parte de la historia que hasta ahora se conoce y a la que todavía le falta una parte importante: saber quién mató a Diego y por qué. Pero, de seguro, para los investigadores, el “probable homicida” no estaría lejos de allí…
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