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Superclásico: el doble discurso y la guerra del vale todo

La trilogía no hizo más que exponer los intereses, negociaciones a oscuras y el doble discurso constante que tenemos todos los fanáticos del fútbol.

La trilogía de Superclásicos no hizo más que exponer los intereses, negociaciones a oscuras y el doble discurso constante que tenemos todos los fanáticos del fútbol.

Vayamos por partes. Primero, lo que sería menos grave: la incoherencia del hincha. El 'ganar como sea' manifiesto en la piel del fanático de River y de Boca, que va cambiando de discurso dependiendo la conveniencia personal.

¿O nos olvidamos quiénes son los ídolos de Boca? Giunta, Bermúdez y Serna no se caracterizaban precisamente por el buen pie, sino más bien todo lo contrario. Sin embargo, las agresiones que antes eran aplaudidas (Krupoviesa a Montenegro o Paletta a Buonanotte), cuando las sufre su propio equipo son motivo de repudio(Vangioni al Burrito Martínez, Funes Mori a Pérez).

El árbitro fue otro punto de inflexión en el criterio del hincha de Boca en los últimos dos Superclásicos. Pero vamos, seamos serios: ¿no es Riquelme el que, en privado, confiesa que le decía a sus compañeros que 'si hay que pegar, peguen, que están en la cancha de Boca y al árbitro siempre le cuesta sacar la amarilla'?

¿Todavía no se sigue recordando el penal que Roma le ataja a Delem en el '62, ytomando como hecho burlón que se adelantó hasta (casi) los pies del pateador?


Pero la teoría del doble discurso no se aplica solamente a un lado de la cancha: el hincha de River cambió el histórico paladar negro por el 'si hace falta pegar para ganar, peguemos'. ¿O acaso es normal que el Beto Alonso haya salido a justificar la labor de Delfino y la pierna fuerte?

Históricamente, River fue el que jugó bien, mientras que era Boca el que se llevaba los puntos a pura 'guapeza y pierna fuerte'. Hasta octubre del año pasado eso era fuertemente criticado (y hasta menospreciado) por el fanático riverplatense, pero la serie de la Sudamericana marcó un antes y un después.


De todas formas, las ambivalencias del Superclásico no fueron expuestas solamente en las tribunas. Los dirigentes de ambos clubes y los medios de comunicación tomaron un papel trascendental en la formación de la opinión pública y el condicionamiento a futuro.

Tras el papelón de los supuestos cambios de fecha llegaron los rumores de infidelidad de la mujer de Osvaldo con Gago y de la mujer de Sánchez (o Barovero, nunca se definió) con Cavenaghi, y las imágenes de los dirigentes de River viendo el partido en el vestuario de Boca, para exponer a los locales que, supuestamente, no los recibieron como hubieran merecido.

Y faltaba la frutilla del postre: Delfino. Un árbitro que eligió River (1-0) y que demostró constantemente que los partidos importantes le pesan, tuvo su noche fatídica, donde debió haber expulsado a Vangioni, Sánchez, Funes Mori, Cubas, Gago y Pérez, aunque sólo lo hizo con Teo Gutiérrez.

La presión mediática no tardó en llegar: otra recorrida (esta vez de Juan Simón), tapas de diarios, informes televisivos y críticas radiales tuvieron como objetivo condicionar al árbitro de la vuelta, sea quien fuera.

Hace tiempo que se venía hablando de que Boca prefería a Herrera o Ceballos y no a Pitana, por el famoso #NoFueCórner que todavía celebra la gente de River (otro ejemplo de doble discurso).


Finalmente, Herrera debutará internacionalmente ni más ni menos que en el partido más importante de la década, mientras que Ceballos será el cuarto árbitro, el que entrará si al titular le ocurre algo (para que no queden dudas). Punto para Crespi, el inventor de la frase 'el fútbol es para vivos' (y del partido contra Vélez que lo clasificó a la Copa): 1-1 y a penales.

Así diagramada la realidad, el "Todos contra Boca" que buscan implantar y el famoso "Paladar Negro" riverplatense quedan ridiculizados por la desesperación por un triunfo, las ansias electorales y la desconfianza constante.

Mientras tanto, el que pierde es el fútbol.