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Subtes: ¿arte o vandalismo?

Criticar u oponerse a algunas formas de expresión artística implica siempre el peligro de que sea interpretado como censura.

Nota extraída del diario La Nación.

Criticar u oponerse a algunas formas de expresión artística implica siempre el peligro de que sea interpretado como censura. Hasta los grafitis, que en los últimos años se vinieron adueñando libremente de paredes y calles ciudadanas, han dejado ahora de ser perseguidos como actos de vandalismo para ser considerados muchas veces muestras de arte urbano; incluso, hay ya artistas grafiteros que se han hecho conocidos por el excelente nivel de su obra.

Sin embargo, aquello que puede ser comprendido y aceptado dentro de los parámetros siempre amplios del arte, no puede ser permitido cuando se compromete la seguridad de propiedades que pertenecen a toda la comunidad. Nos referimos a los grafitis aparecidos hace varias semanas en más del 70 por ciento de todas las formaciones de las seis líneas de subte y el Premetro, cubiertas en la actualidad con símbolos, dibujos, formas, letras y, en algunos casos, pintadas que llegan a cubrir casi por entero los vagones e incluso las ventanillas.

Lamentablemente, esto ha ocurrido porque, como Metrovías ha reducido los gastos al máximo para hacer frente al déficit financiero al que supuestamente se estaría enfrentando por la quita de parte de los subsidios al boleto, no sólo recortó la limpieza de las formaciones, sino también la seguridad. Por esa razón, los pasajeros están a merced de los punguistas, y los vagones, a merced de los pintores transgresores. Y el hecho de que ninguna formación de la línea H tenga pintadas se debe a que los grafiteros no han logrado acceder a sus cocheras, porque tienen mayor seguridad.

Es evidente que esta situación no sólo trae aparejados enormes trastornos a los pasajeros del subte cuando tratan de ver en qué estación se encuentran -la empresa se limita a mantener despejadas las ventanas del maquinista y el número de formación, por cuestiones operativas-; también implica enormes costos cada vez que se quiere limpiar un vagón: entre 35.000 y 40.000 pesos es el dinero que Metrovías debería gastar cada vez si quisiera repintar cada uno de los vagones vandalizados.

La anarquía expresada en las pinturas de los jóvenes grafiteros, que conjugan una mezcla de rebelión, posiciones políticas y fanatismo hip-hop, parece corresponderse con la situación administrativa en que se encontraba uno de los medios de transporte público más importantes de la ciudad y que, en algún momento, allá lejos y hace tiempo, fue un motivo más de orgullo para los argentinos.

Estas pintadas y el estado de suciedad y de indefensión al que se ven sometidos los pasajeros habituales y no habituales del subterráneo no parece que vayan a cambiar en lo inmediato. Incluso, y conocidos ya los nuevos diseños de vagones encargados por Metrovías para reemplazar los viejos, es de temer que la historia se repita con ellos.

Ahora que el gobierno de la ciudad se ha hecho cargo del subte, es de esperar que se logre llegar a un acuerdo definitivo con Metrovías y los gremios sobre este medio de transporte esencial para sus usuarios, y que esta forma de expresión artística pueda transformarse en una verdadera muestra de arte, quizá llamando a concurso a los propios grafiteros, como se hizo antes con los creadores de los atractivos murales que adornan en la actualidad muchas estaciones de las distintas líneas porteñas.