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Sin pena ni gloria

Las sucesivas ediciones de la Cumbre de las Américas brindan a los mandatarios de la región oportunidades para intercambiar algunas palabras con el presidente norteamericano de turno.

Las sucesivas ediciones de la Cumbre de las Américas brindan a los mandatarios de la región oportunidades para intercambiar algunas palabras con el presidente norteamericano de turno, quejarse por su escaso interés por lo que está sucediendo en el "patio trasero", lamentar la ausencia de la dictadura cubana y procurar conseguir el apoyo de sus homólogos por sus obsesiones particulares. La que se celebró la semana pasada en Cartagena de Indias no fue una excepción. Aunque Barack Obama trató de dar la impresión de compartir las preocupaciones de sus interlocutores, entre ellos la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, no estaba dispuesto a ceder ni ofrecer nada, lo que puede entenderse ya que lo último que necesita es tener que enfrentar más problemas del tipo que "los bolivarianos" latinoamericanos quisieran provocar. Según se informa, en su reunión breve con Cristina, en la que se comunicaron a través de intérpretes, Obama aludió a las diferencias comerciales que han surgido merced al accionar heterodoxo de Guillermo Moreno pero manifestó su confianza en que los "equipos técnicos" de los dos países lograrían superarlas. O sea no se resolvió nada.

Aun cuando Obama mismo quisiera reincorporar a Cuba a las organizaciones panamericanas, tendría que tomar en cuenta la resistencia a permitirlo de la oposición republicana que insiste en que sería mejor mantenerla afuera hasta que el régimen castrista se haya visto reemplazado por un gobierno democrático, tema éste que, según parece, no interesa al grueso de los dirigentes de la región. Su punto de vista se basa en lo que podría calificarse de nacionalismo latinoamericano, mientras que el de Estados Unidos acusa la influencia de la poderosa comunidad conformada por exiliados cubanos y sus descendientes. Con todo, es posible que dentro de poco el problema se solucione al dejar el escenario los hermanos Castro, de los que el más joven, el actual presidente Raúl Castro, está por cumplir 81 años, y, por motivos de salud, el caudillo venezolano Hugo Chávez que les brinda, 110.000 barriles de petróleo diarios mediante, el apoyo financiero que antes recibían de la Unión Soviética. Bajo Raúl Castro, Cuba ya está transitando por un camino que la llevaría al capitalismo y no sorprendería en absoluto que el derrumbe del sueño económico "revolucionario" se viera seguido por reformas políticas, ya que la dictadura siempre ha considerado la supuesta necesidad de defender el modelo socialista contra sus muchos enemigos la fuente principal de su legitimidad.

Si algo ha cambiado en los años últimos, se trata de la renovada confianza de casi todos los países latinoamericanos en su propio futuro por un lado y, por el otro, al pesimismo que se ha apoderado de las elites norteamericanas que parecen haberse convencido de que Estados Unidos está por compartir el destino del Imperio Romano. Exageran tanto los optimistas del sur como los derrotistas del norte. El crecimiento económico que América Latina ha disfrutado en años recientes se debe más que nada al aumento sostenido de los precios de las materias primas y los productos agrícolas causado por la expansión vertiginosa de China y, en menor grado, la India, pero aún así sigue siendo enorme la brecha que separa a la región de Estados Unidos, dueño de una economía que es aproximadamente siete veces mayor que la brasileña y con un ingreso per cápita que es cuatro veces más elevado. Por lo demás, a pesar de los problemas gravísimos ocasionados por el endeudamiento excesivo y por el estancamiento de los ingresos de los sectores menos "competitivos" de la población, Estados Unidos parece estar recuperándose del golpe asestado por la crisis financiera del 2008 con más brío que la Unión Europea o el Japón, mientras que China podría estar por entrar en un período de crecimiento relativamente lento, lo que le supondría una multitud de problemas sociales, y Brasil, la locomotora regional, también está frenándose. Así las cosas, sería prematuro suponer que, por haber cambiado tanto la realidad económica y por ende geopolítica, esté por modificarse radicalmente la relación de Estados Unidos con América Latina, ya que para que ello ocurriera tendríamos que depender mucho menos de materias primas y mucho más de la inteligencia e iniciativa de los habitantes de la región.