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Si no alcanza el amor: ¿sirve el espanto?

Por Carlos Caramello. El amplio arco opositor que está presto a desalojar a Cambiemos del poder pasa por una situación similar a la de las parejas en crisis.

Pasa muchas veces que las parejas en crisis deciden emprender un viaje juntos, o empezar algún tipo de obra (refacciones en la casa, una pileta, un quincho) o intentar un negocio a medias. Suele ocurrir, también, que una vez que la meta se realiza, se separan… inexorablemente. “Pusieron el proyecto afuera”, sentenciará, entonces, impasible, el analista al cual han acudido a hacer terapia de pareja para que la disolución sea menos cruenta. No hay que ser psicólogo para llegar a esa síntesis: ya no hay un proyecto vital sino uno empresarial o comercial, o hedonista… pero nunca de vida.

El amplio arco opositor que está presto a desalojar a Cambiemos del poder (esto no incluye a la izquierda boutique, aclaro) pasa por una situación similar a la de las parejas en crisis. Es más: las PASO han oficiado como final de obra y ya empiezan las rencillas por la decoración de interiores: tironeos por los cargos en los distintos gabinetes; opiniones disímiles sobre cuáles son las cuestiones urgentes y cuales las trascendentes; ideas que se chocan a la hora de abordar el diagnóstico sobre la rechoncha herencia; percepciones distintas sobre el ejercicio del poder preanuncian un panorama complejo para los días posteriores al 27 de octubre y ni te digo para después del 10 de diciembre, cuando la suerte de tirios y troyanos esté echada.

Es que la conspicua unidad está alimentada por proyectos heterogéneos: de negocios, de hábitat, de placer… Falta (se hace evidente) un proyecto de vida en común. En este caso, un proyecto de país. Mejor dicho, de Patria, que sería lo ideal. Pero la política no lo es. Por el contrario, es apenas el arte de lo posible. Mucho más en esta modernidad tardía donde las personas parecen volcadas al ejercicio del voto castigo para avisar que sus deseos, esperanzas, reclamos y exigencias no han cristalizado.

Así las cosas, a falta de horizontes más loables, lo primero que la unidad ganadora del 27 de octubre deberá tener en cuenta es que sólo desplazan a Macri. Bueno, a él y a algunos de sus secuaces (nótese que pongo énfasis en la palabra algunos), perejiles casi todos, que ofrendarán sus miserables honras en el altar de los dioses Neoliberalismo, Libremercado y Anarcocapitalismo. Recordar esto es vital porque la Argentina jádeputa seguirá allí, atendida por sus propios dueños.

Deberán recordar también que esa Argentina a la que hago referencia es una construcción de más de 200 años: de la Revolución de Mayo a esta parte hay apellidos que se repiten cíclicamente y no han estado nunca del lado de los patriotas. Usemos, sólo como ejemplo, a don José Martínez de Hoz, natural de Castilla la Vieja, quien fuera designado al frente de la Aduana por el coronel William Beresford durante la primera invasión inglesa de 1806. El patriarca de tan patricia familia se dedicaba, por entonces, al contrabando y al comercio de esclavos. Memoria imprescindible para tener presente que siempre seremos oposición, aunque nos creamos un partido de gobierno. 

Finalmente, ante el menor crujido de esa unidad atada con alambre, habrán de tener muy en cuenta que, de 2001 a esta parte, se ha producido una maduración democrática muy importante en las napas más jóvenes del pueblo argentino que ya no pide que se vayan todos porque puede distinguir perfectamente quiénes son los responsables.

Tiro ideas terapéuticas a la manera de un psico analista político, a favor de una unidad que ya muestra fisuras: sutiles rendijas que, acaso hallen justificativo en la necesidad de espiar la realidad pero tienen como evidente fin último restaurar la grieta.

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