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Racing salvó el fin de semana

* Por Vìctor Hugo Morales. El fútbol, con tanto pueblo en las tribunas, en un atardecer de nubes rosadas sobre una franja celeste portadora de buenas noticias, como el sábado en el Bajo Flores, es siempre una maravillosa promesa.

La postal entusiasma. La gente se acomoda, se saluda y, de pronto, gira, se levanta, y grita con los demás. Con nosotros. Por nuestra pertenencia, por esa que ha sido la mejor elección de la vida. Los brazos desnudos del verano, el viento de las banderas agitadas como en una llegada de carrera de autos. Y la ilusión intacta, mil veces herida, pero intacta. Perdiste la semana pasada, pero hoy es hoy, un nuevo día, otro partido, y hoy sí que la rompemos. Ahora, una mirada a los "otros", que se han puesto a cantar. De qué la van, qué dicen esos cosos, con qué me vienen a mí, si los conozco, son hijos nuestros.

Los escuchan un ratito, y luego proceden a tapar las voces con todos los "nosotros". Y en eso empieza el partido. No siempre hay una correspondencia entre la pasión y la realidad de los hechos, pero a veces se exagera la pobreza. San Lorenzo y Boca desestimaron prontamente la invitación a la belleza de la tardecita porteña, y el fuego sagrado que bajaba desde las tribunas. De inmediato quedó claro que tenían estudiado cómo neutralizar lo bueno del adversario, y vaya si lo consiguieron. No hubo uno mejor. Hubo apenas un zapatazo que le dio la razón a un técnico y metió en un pozo de sombras al otro. Boca ofreció cuatro cabezazos de Martín Palermo, casi siempre forzado y con uno de ellos pudo ganar. San Lorenzo vivió de los centros de pelotas paradas y también Jonathan Bottinelli pudo convertir. Esos grupos escultóricos de las plazas con cabezas y cuerpos entreverados era la foto del único momento en que podía esperarse la eventualidad, la contingencia de algo emocionante.

Pero lo más esperado, lo único, no sucedió. El partido se definió en una corazonada de Aureliano Torres que avanzó tanto con la pelota dominada que parecía denunciar el hastío de Boca de salir a marcar. Así que le pegó, bien, como le pega él, y ese golazo le devolvió a los de San Lorenzo las ganas de vivir y los de Boca les llevó los dedos a los labios para que el silbido saliera mejor. Cuando Nicolás Colazo juega como si no advirtiese la oportunidad que la vida le ofrece y Walter Erviti sale apichonado por lo tarde que lo ponen y la hostilidad de los parciales de San Lorenzo, la impresión más fuerte es que no siempre el asunto pasa por los números. No es cuestión de 4-4-2, 4-3-1-2, 3-5-2, u otras combinaciones que sumen diez, si no hay compromiso constante con el juego, si se la pasan al rival casi siempre, si no hay quien se anime a lo que hizo Torres, acaso porque como nadie lo marcó, no la pasó, y lo único que le quedaba era lanzar el pelotazo que rompió la noche.

SÓLO EL FRÍO. Pocas horas después, Vélez le ganó a un River tan modesto como meritorio, pero también defraudaron cuando de ellos siempre se puede esperar algún episodio futbolístico mucho más disfrutable del que brindaron.  El equipo de Juan José López exhibió la modestia que se le conocía, sin perder orden en un partido que pudo haber ganado, pero que arrancó abajo por una verdadera desgracia de su arquero Chichizola, y perdió después, cuando el juego era muy parejo y podía ser para cualquiera de los dos. Fue para un equipo como el del Tigre Gareca, que rescató el aspecto positivo de haber encontrado la necesidad de superarse en este tipo de partidos, de ganarlos para volver a creer en sí mismo y volver a ser Vélez.

Nos merecíamos un domingo que fuese mejor. Pero fue otra tarde para desperdiciar, para alejar de la memoria, que le dio continuidad a la anterior, salvo por el clima, la temperatura, ese refresco que ofreció al caer el sol en el Monumental.

Como para refrendar que hay un sólo equipo que dignifica la excepción. Un conjunto que le pone suspenso a todos los demás, a un Estudiantes que no levanta la cabeza, a un Boca esquivo, a un San Lorenzo que se recupera, a Vélez que consiguió un triunfo pero que todavía no está a la altura de lo que ha sido en los últimos tiempos. Es  Racing: ha encontrado una línea, el poder de convicción de Miguel Ángel Russo y se convierte en un referente importantísimo de este campeonato.<