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Pobres y hambrientos... Pero "libres"

Por Carlos Caramello. La crisis que atraviesa hoy a parte importante de Sudamérica reconoce tantos antecedentes que, sólo enumerarlos, demandaría un libro.

“La redención discursiva

de una pretensión de verdad

lleva a la aceptabilidad racional,

no a la verdad”

Jürgen Habermas

La crisis que atraviesa hoy a parte importante de Sudamérica reconoce tantos antecedentes que, sólo enumerarlos, demandaría un libro. Sus orígenes se remontan a los días mismos de la Conquista y, acaso, rascando un poco la superficie, se podrían trasladar hasta los orígenes de la Humanidad. La Dialéctica del Amo y del Esclavo, en este caso, es bastante más que la construcción intelectual hegueliana que rebalsa de los escritos de Marx y Engels y en la que tantos creen atisbar el embrión de ese fantasma que recorría Europa allá por la mitad del siglo XIX. Con diferentes formas, bajo distintos disfraces, ataviado de las más insólitas maneras, el conflicto de sometimiento del Hombre por el Hombre ha marcado y sigue marcando época.

El último informe de la ONU sobre la cuestión del hambre en Latinoamérica advierte un aumento del 11% entre 2014 y 2018. A este dato escalofriante, Argentina le ha aportado, por lo menos, la duplicación de la cifras del hambre en los últimos 4 años. Dependiendo de la fuente, en nuestro país había, en 2015, entre 2 y 2,5 millones de personas que pasaban hambre. Hoy son alrededor de 6 millones los argentinos que lo padecen de acuerdo al estudio realizado por la Universidad Católica Argentina (UCA).

Como contracara de estos números, los datos de la FAO para 2018 indican que “los niveles de subalimentación en la población boliviana disminuyeron más de 10 puntos porcentuales en el periodo 2006-2017, desde 30,3 hasta 19,8 por ciento”. Esto, claro, durante los gobiernos de Evo Morales.

Otro si digo: en septiembre pasado, el Observatorio de la Deuda Social Argentina informó que la pobreza en nuestro había crecido al 35.4%, casi 16 millones de personas (es necesario advertir que ese informe estaba realizado sobre la base de datos que no incorporaban la brutal devaluación post-PASO que provocó Mauricio Macri con el fin de “castigar” a los argentinos que no lo habían votado). En Bolivia, en cambio, entre 2005 y 2017 se redujeron del 38,2 al 17,1% las cifras de la extrema pobreza, según los datos que ofreció el Carlos Aparicio, embajador boliviano en Roma, ciudad sede de la FAO.

Sirvan estos números (que “como los trajes de baño, muestran todo menos lo importante”), para espejar la realidad política de dos países que representan los vértices de la Región en disputa. Bolivia creciendo y Argentina cayendo -ambos a ritmos alucinantes- provocan golpe de estado a la Prosperidad vs. salida democrática a la Crisis. Claro que además Chile, y Ecuador, y Haití, y Brasil, y Venezuela ingresando cuadro por cuadro en esta película de un tablero de ajedrez político con piezas que avanzan y retroceden.

 Los protagonistas, en los todos los casos, una derecha anquilosada pero con chupines que se aferra a lo más rancio del martirologio judeo-cristiano y promete el paraíso pero, siempre y cuando, sobrevivamos al infierno; una izquierda on the rocks que tintinea sólo por deporte, para llamar la atención, sin otra pretensión que molestar estilo llovizna: sin mojar nunca y, en el medio, el Pueblo, el pueblo en la calle, en las urnas… en la lucha.

Para muchas y muchos, la salida es como un auto de fe: creer que lo “no nombrado” desaparece (idea por demás arcaica y de probada ineficacia: si así fuese, el peronismo se hubiese desvanecido en 1956).

Error. Tratar de llenar de discurso el vacío político es un error. Tratar de diluir con palabras una violencia que se alza como una ola de cuchillos, es una pésima idea. Tratar de mitigar el espanto con una batería de acciones semiológicas es, por ahora, el único juego incruento que se le ocurre al usurpador para esta América plagada de ritos, de dioses menores, de alegorías naturales y símbolos chamánicos que resisten por la certeza de la pertenencia y la contundencia de la identidad. No estaríamos retrocediendo 70 años, estaríamos volviendo cinco siglos atrás.

El resto podrá ser sangre. Horror con cámara de TV apagada. Persecución, rapto, incendio y, cuanto más, silencio. Pero NUNCA será la verdad. Aunque los vencedores maten para imponerla, y los vencidos finjan tolerarla. Porque más pobres aún, y más hambrientos, elegirán una libertad autóctona, distinta de la que goza y promete el amo.

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