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Perejil

*Por Ernesto Tenembaum. Por supuesto que la cobertura mediática de las tragedias es parte de la realidad, y merece ser debatida, pero en un recuadro, nunca como nota central.

Cada tanto me da por pensar –muy cada tanto, no crea usted que es un hábito ni una adicción– que está pasando algo grotesco en el debate sobre el estado del periodismo en la Argentina. No es que sea grave: al fin y al cabo, lo grotesco no necesariamente es negativo. Pero puede tener un efecto confuso sobre los jóvenes que cometen el grave error de querer ser periodistas. En los últimos tiempos un grupo importante de colegas –algunos bastante grandulones como para no saber cómo son las cosas– comenzó a confundir el periodismo con el análisis de medios, la disciplina de moda.

Y dieron pie a todo tipo de confusiones, porque en realidad es mucho más sencillo leer Clarín o La Nación o Perfil –de ahí no se mueven, no sea cosa– que investigar la red de juegos de azar de Cristóbal López o el desparramo de subsidios del transporte o, para ir al quid de la cuestión, a los capos de la Policía Bonaerense (como hacíamos muchos de nosotros en la década del noventa).

Esta semana se dio un caso extremo de esa deformidad profesional, viveza criolla o atajo para vagos, como se lo quiera llamar. Una nenita de once años fue secuestrada y asesinada. La Policía Bonaerense cambió varias veces en pocas horas las hipótesis de investigación.

Filtró a la prensa información clave. Luego del descubrimiento del cadáver –que apareció a pocas cuadras de la redada policial–, se apresuró a encontrar lugares, detener gente humilde, desparramar nuevas hipótesis. Los vecinos de los barrios de los detenidos los respaldaron de una manera que es muy difícil encontrar antecedentes similares: regaron la puerta de una de sus casas con ramos de perejil. En este panorama, donde la policía debe ser interpelada, investigada, puesta en cuestión, muchos colegas se dedicaron exclusivamente a debatir el rol de los medios, la cobertura que se hizo.

Por supuesto que la cobertura mediática de las tragedias es parte de la realidad, y merece ser debatida, pero en un recuadro, nunca como nota central, en una historia donde hay asesinos, asesinados, policías ineptos o cómplices. Está claro que a los policías corruptos y a sus mandantes políticos –tan complicados como ellos– les conviene correr el eje de lo que ocurre, y entonces muchas personas salen raudas a defenderlos y levantar el dedito contra los medios.

Tienen todo el derecho del mundo.

La democracia es la democracia y cualquiera puede decir cualquier cosa.

Además es más sencillo leer y subrayar Clarín, La Nación y Perfil –de allí no se mueven, no sea cosa– que investigar a la maldita policía. Y la sencillez de la vida tiene su encanto.

Pero no siempre lleva hacia el mejor periodismo.

Por suerte, cuando el análisis de medios reemplaza al periodismo, el periodismo suele volver por los caminos menos pensados.

La doctora Florencia Arietto, por ejemplo, escribió en su blog:

"Mi temor es que no encontremos a los responsables y que la desesperación lleve otra vez a ese cuentito repetido de agarrar un par de perejiles para calmar a la sociedad.

"El título tiene que ver con eso: cuando existe la negligencia y posible connivencia policial, cuando existe la falta de especialidad de los cuadros jóvenes para investigar delitos complejos, cuando existe la poca transparencia en los concursos para fiscales (cualquiera con un buen padrinazgo se convierte en fiscal), cuando existe la necesidad de los funcionarios públicos de hacer creer a través de los medios que tienen todo bajo control, cuando existe la demagogia como política criminal, cuando se produce ese combo, termina de explotar en la cara de una sociedad que se siente amenazada.

"Hoy escuchaba a Juan Alonso, periodista y editor de policiales del diario Tiempo Argentino, decir algo muy interesante: la Policía Bonaerense está entrenada para desaparecer gente, no para encontrarla. Fue la policía de Ramón Camps. Esa matriz no se ha modificado, no se ha reformado.

Es la misma acusada de hacer desaparecer a Luciano Arruga, la que desapareció y mató a Miguel Bru, la que tuvo la responsabilidad de buscar y encontrar CON VIDA a Candela y no sólo montaron un show patético televisado sino que los asesinos le tiraron el cuerpito dentro de una bolsa en sus narices.

"La otra pata es el poder judicial: ¿donde está el juez de garantías que entendía en el caso de Candela? ¿Por que nunca trascendió? El poder judicial de Morón es uno de los peores de la provincia de Buenos Aires, bastión estratégico del terrorismo de Estado, el fiscal general de Morón Nieva Woodgate fue denunciado por el Serpaj de Adolfo Pérez Esquivel por complicidad civil con la dictadura. Tiene pedido de destitución en la bicameral de juicio político del Parlamento provincial, fue quien junto a otros tantos rechazaba hábeas corpus y juraba por el estatuto de la dictadura. Su subalterno, el fiscal que entendía en la causa de Candela, nunca tuvo un rumbo, los policías se lo fumaron en pipa.

La tercera pata del combo fatal es el político: el ministro de Seguridad y Justicia de la provincia es un ex agente penitenciario. Esa es la impronta que le da el gobernador a la seguridad y la Justicia en la provincia de Buenos Aires, advertido innumerables veces por el CELS, APDH, Serpaj, expertos en política criminal y todo ciudadano comprometido con una sociedad mejor y menos violenta que estaba errando en la aplicación de la política de seguridad en la provincia, nunca nos escuchó y sólo mostraba: algún secuestro de droga (digitado-cantado), miles de pibes muertos por la bala policial, las cárceles colapsadas de presos y la tasa de criminalidad igual.

"Este combo fatal nos entrega hoy a Candela sin vida. Sin una planificación estricta y responsable, sin control civil en serio sobre ese ejército oscuro que es la Policía Bonaerense, sin una reforma hasta el cuajo de esa fuerza de seguridad, sin fisionar o romper ese núcleo duro de marginalidad-armas-droga, todo lo demás es chamuyo".

Es una suerte que haya personas que, aunque no son periodistas, entiendan tanto de periodismo.

Realmente una suerte, y una demostración de que siempre habrá seres humanos sensibles que se harán las preguntas más dolorosas, independientemente de lo que piensan acerca de quienes gobiernan.

A cuento de nada, sólo para mostrar cómo era el periodismo cuando el periodismo era duro en serio, la semana pasada recordaba en estas páginas una tapa de Veintitrés en la que el entonces superministro Domingo Cavallo aparecía desnudo, en una magistral caricatura de Miguel Rep. Esta semana me dio nostalgia otra tapa de aquellos tiempos. Es posible que muchos jóvenes no recuerden la masacre de Ramallo, el episodio al que hace referencia.

Ocurrió en septiembre de 1999. Un grupo de delincuentes intentó asaltar una filial del Banco Provincia. Tuvieron mala suerte y la policía los rodeó. Llegó la tele. Transmitió en directo todo lo que ocurría, ante un país electrizado que seguía los hechos minuto a minuto. El desenlace fue realmente trágico. Los delincuentes prometieron que no matarían a nadie si los dejaban huir. Así, al parecer, fue pactado. Se subieron al auto con un rehén y la cana los acribilló. El rehén murió en el acto.

Un mes después, en octubre de 1999, nosotros sacábamos esa tapa: "La Policía Bonaerense armó Ramallo".

El gobierno podía argumentar tranquilamente que esa tapa era una "operación", ya que apareció en los quioscos apenas dos semanas antes de las elecciones. Digamos: una operación de un componente lateral de la corporación mediática para usar a favor de la oposición una tragedia escalofriante. De hecho, ante estas y otras noticias, el menemismo apelaba a los mismos elementos conspirativos que muchos funcionarios –y sobre todo, muchos periodistas– agitan hoy.

Pero a nosotros mucho no nos importaba. Nuestro trabajo era contar historias y una de ellas era –y sigue siendo– la manera en que funcionaban –y funcionan– las cosas en la Policía Bonaerense.

Qué lindas que eran, por otra parte, aquellas tapas.

Qué lindas y qué desprolijas.

Qué fuego tenían.

¿O será que me estoy volviendo viejo y nostálgico?

Ha de ser eso.