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Paren el mundo, dejen de matar

Cuántas veces pensamos que eran cosas de gente vestida rara, con otra lengua, que vivía otro tiempo, que no tenían nada que ver con estas tierras.

Por Valeria Carreras
@dravaleria

La televisión era en blanco y negro, a veces los noticieros mostraban imágenes de lugares tan lejanos que ni conocíamos. Guerras internas, conflictos bélicos contados en otro idioma, edificios en ruinas, gente llorando. Muerte.

En ese tiempo, no había control remoto, y pronto venia la propaganda y el próximo bloque o el próximo programa, nos hacían olvidar esas imágenes.

Pasaron años, la tele era a color, y aquellas crónicas internacionales, se multiplicaban. Nosotros con una mezcla de egoísmo e inocencia, creíamos que el control remoto nos mantenía a salvo de esas calamidades también remotas.

No fue así. Luego de nuestras heridas, de muertos sin tumbas, de héroes sin islas, de madres sin hijos, aquellas crónicas nos metieron en una realidad que nos era distante, ajena e imposible pero fuimos embajada de Israel y fuimos AMIA.

No habíamos terminado de reconocer el ruido de explosiones cuando advertimos que se habían ido las cámaras, los diarios titularon otros escombros, se sumó otra carne sin vida, por otro atentado.

¡Cuántas veces nos sentimos distintos al resto del mundo!

¡Cuántas veces pensamos que eran cosas de gente vestida rara, con otra lengua, que vivía otro tiempo, que no tenían nada que ver con estas tierras!

En esa anestesia de la soberbia y la ignorancia, seguimos años, incluso sin justicia por nuestros muertos e igualmente sentíamos que nada nos podía pasar.

Sin embargo desde hace un tiempo, la sinrazón, la muerte, la sangre, y los noticieros se vinieron al Occidente, a la Ciudad Luz, a la poderosa Alemania, a la intocable Inglaterra y a la tierra hispana, donde se llora en español y se reza al crucifijo.

Otra vez un ataque en Europa, primer mundo al que miró. Nuestra Argentina desde su nacimiento, otra vez en España, la Patria de algún ancestro nuestro. Todo se puso borroso sin límites geográficos, ni ciudades amuralladas, no le queda al mundo un sótano o altillo donde esconderse.

Porque entendimos a fuerza de atentado tras atentado, que nos pasó , que nos puede volver a pasar y a la vez al llorar la muerte de personas desconocidas nos acercó, nos hizo iguales, nos dio dimensión de sabernos EXPUESTOS, EN PELIGRO, SIN PROTECCIÓN Y ESPECIALMENTE PARTE DEL MUNDO.

Ahora falta empezar a entender para poder buscar una solución en vez de armas más sofisticadas. Seguramente la historia empezó antes de la tele en blanco y negro que no vimos con interés y empatía.

Ahora que la calle, la rambla, la plaza, el tren, la embajada, el recital son blanco fácil, querría pedir que paren el mundo y dejen de matar.