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Oriel Briant, sin justicia ni tumba

Fue uno de los primeros casos que la televisión cubrió masivamente. ¿Qué sucedió?

Martes 10 de Julio de 1984. Hacía mucho frío en las arboladas calles de City Bell, en La Plata.  Los vecinos llevaban media hora escuchando llorar a un nene. Tenía tres años y se había despertado asustado al no ver a su mamá. Estaba solo. Aurelia Catalina Briant, la madre, había desaparecido. No faltaba nada de la casa, la mujer sólo se había ido con la ropa de dormir: un camisón y medias hasta la rodilla de color celeste.

Oriel, como todos la conocían, tenía por entonces 37 años y atravesaba un divorcio conflictivo con su marido Federico Antonio Pippo, un profesor de Literatura y Filosofía con quien se había casado en 1971 y tenía 4 hijos. Era el comienzo de uno de los casos, que en pocos días cumplirá 27 años, que más conmocionó al país.

Tres días después, el 13 de julio, encontraron el cadáver de Oriel Briant a la altura del kilómetro 75 de la ruta 2. Solo tenía las medias celestes. Había recibido 22 puñaladas, varios cortes (incluso algunos provocados cuando ya había fallecido) y dos disparos: uno en la cara y el restante en el glúteo derecho.

A pocas horas del hallazgo del cadáver de Oriel, una profesora de Inglés criada en el seno de una familia acomodada de La Plata, la Policía detuvo a un comerciante vecino de ella, con quien había iniciado una relación al desmoronarse su matrimonio. Lo acusaron de haberla matado por celos. Esa sospecha era un disparate: Alberto José Mensi no tenía nada que ver. Y fue liberado.

Por esos días se tejieron varias hipótesis, muchas de ellas descabelladas: que había sido secuestrada y asesinada por una secta, que era un crimen cometido por agentes de inteligencia por el origen británico de Oriel, entre otras historias sin sentido.

Para entonces, el juez de la causa, Julio Desiderio Burlando, ya había recibido en su despacho un informe sobre la vida de la víctima. Sabía que esa mujer rubia y de atrapantes ojos pardos se había distanciado del profesor Pippo cuando, después de recurrentes discusiones, había sido amenazada con un cuchillo. Y ese sí era un conflicto para tener en cuenta.

El juez dio con un tal Carlos Davis, un alumno y amigo de Pippo. Ambos habían realizado un viaje juntos a Egipto y Europa. Davis declaró: un par de meses antes del crimen, cuando caminaban juntos por la avenida Santa Fe, el profesor le había contado que planeaba matar a Oriel, porque temía perder la tenencia de sus hijos y el chalé de City Bell. Pippo y Davis fueron a prisión, pero por poco tiempo. No había pruebas.

El 25 de agosto de 1984, el juez allanó un stud en el Barrio Pin de Lobos. Ese predio pertenecía a los Pippo, donde por entonces vivía y tenía un taller de plomería un primo del profesor, Néstor Romano.

Un geólogo de la Policía tomó muestras de tierra y pasto de las camas para los caballos, además notaron que en el piso había limaduras de hierro. La tierra y los pequeños trozos de hierro eran idénticos a los hallados adheridos a las medias celestes de Oriel. Además, Romano confesó que la noche del crimen vio a Federico, el hermano Esteban Ramón Pippo y a su tía Angélica Rosa Romano de Pippo en el stud llevando a una mujer rubia. El 16 de septiembre, todos fueron encarcelados.

"El Clan Pippo", como se los señalaba por entonces, terminó en el complejo carcelario de Lisandro Olmos. Los acusaron de "secuestro seguido de muerte", un delito que por entonces se podía castigar con la pena de muerte. La pena capital fue derogada, poco después, por el entonces presidente Raúl Alfonsín, quien dejó sin efecto la Ley 21.338, que había sido promulgada en 1976 por el dictador Jorge Rafael Videla.

Para los investigadores, Oriel en la noche del 9 de julio abrió la puerta de su casa porque conocía al visitante, posiblemente su ex marido o algún familiar directo. La drogaron y la llevaron a Lobos, de donde eran oriundos los Pippo. En el stud estuvo dos días secuestrada hasta que fue brutalmente torturada y asesinada. Varias de las puñaladas las había recibido en la zona genital.

Pero el diablo metió la cola en el expediente. La defensa de los acusados apeló. Romano, el primo, volvió a declarar y dijo que había "fabulado", presionado por la Policía, sobre la presencia de sus familiares aquella noche en el stud. Y lo más inexplicable: el comisario que redactó las actuaciones en la ruta 2, cuando encontraron el cuerpo de Oriel,  escribió todo mal, tal mal que se olvidó de anotar entre otras cosas las medias celestes de la mujer, donde estaban las principales pruebas de cargo: la tierra, el pasto y las limaduras de hierro compatibles con las halladas en Lobos. Y si no figuraban en el expediente, esas pruebas eran nulas.

La causa fue girada a la Cámara Penal de La Plata. Ante la falta de pruebas, los fiscales ni siquiera pudieron acusar a los detenidos. Tras un año en la cárcel, todos fueron liberados y se les dictó el sobreseimiento definitivo.


El cuerpo de Oriel Briant fue depositado en una tumba del Cementerio de La Plata. Nunca le llevaron flores ni tampoco nadie pagó la tasa municipal de sepultura, por lo que en 1991 los restos fueron sacados del lugar y arrojados en un osario común.  Fue, en definitiva, un final aún más cruel para un crimen que quedó impune para siempre.

El profesor Federico Pippo, tras ser liberado por falta de pruebas, se volvió un hombre ermitaño. 

Regresó a su casa de City Bell, donde vivió con uno de sus cuatro hijos. En el año 2001, tuvo que ser internado varios meses en un hospital psiquiátrico debido a que fue encontrado deambulando, perdido, entre los camiones que pasaban por una ruta de La Plata.

Ya nada quedaba de ese hombre elegante, delgado, que vestía prolijos trajes de moda. Pippo, en sus últimos años de vida, salía muy poco de su casa, no se cortaba el cabello ni se afeitaba la barba.

En junio de 2009, el profesor Pippo murió a los 68 años, llevándose a la tumba los secretos de un crimen brutal e incomprensible que lo tuvo como principal sospechoso hasta el día de su muerte. Para entonces ya habían fallecido su madre Angélica y su primo Néstor Romano.

Al igual que el resto de sus familiares, Federico Pippo no volvió a comentar nada sobre el caso que lo tuvo como protagonista.