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Murió el cineasta Mario Sábato, hijo de Ernesto Sábato, a los 78 años

El hijo del prestigioso escritor realizó una quincena de films a lo largo de cuatro décadas. 


El realizador Mario Sábato, autor de una quincena de películas a lo largo de cuatro décadas, a partir de su debut en Y que patatín, y que patatán (1971), falleció a los 78 años. Hijo del escritor Ernesto Sábato, había nacido el 15 de febrero de 1945. La información fue confirmada por el periodista Pablo Morosi a través de sus redes sociales en la mañana del sábado 3.

El 8 de mayo, bajo el título “Vanidades que sepultan”, había escrito en sus redes sociales una serie de reflexiones sobre el cine, su proyecto trunco y su retiro de la actividad. El texto cobra una significación diferente tras su muerte:

“Siempre rehuí algunas tristezas. Las oculte con el humor que me permite soslayar dolores, y sobre todo, esquivar resentimientos, que suelen ser patéticos, y tan desagradables. Pocas cosas me molestan tanto como incurrir en la autocompasión, y detesto obligar a otros a sentir como propias un dolor que debe ser solitario.

Pero esta noche, oscurecido como me siento, me inclino por declinar el humor con el he intentado disimular algunos golpes que me han desgarrado el alma. No es del todo cierto, como dije tantas veces, que abandoné el cine a pedido del público y de la crítica especializada.

No tuvo tanta importancia, al menos para mí, que mis últimas películas tuvieran una escuálida repercusión. No me arrepiento de haber filmado Al Corazón , y me sigue conmoviendo Ernesto Sabato, mi Padre. Y sigo creyendo que India Pravile es la mejor película que filmé.

Me permito seguir conjeturando que India Pravile detonó la antipatía de la crítica cinematográfica. Ofendió, y lo hizo a propósito, todos los preceptos que dictaban los críticos, y que debían ser obedecidos, como mandatos religiosos, por lo cineastas.

Aunque aquellas directivas que ensalzaban el aburriendo de los espectadores, hayan pasado al olvido, como corresponde a las modas, que por definición están condenadas a pasar de moda, la antipatía persiste, y persigue a todas las películas que hice.

Ninguna de mis obras figura en la encuesta que determinó las cien mejore películas del cine argentino. Ni siquiera “El Poder de las Tinieblas”, que en su momento tuvo una gran repercusión y una crítica entusiasta.

Luego de esta confesión que ya me estoy arrepintiendo de haber escrito, vuelvo al tema de mi abandono del cine, que no fue voluntario ni tan amable como pretendí convencerme.

Siento, sé que me ocurrió, cuando podía filmar mejor de lo que lo había hecho hasta entonces.

Tenía un proyecto, “Nada está suelto”, que encaré con el entusiasmo que me provocaba una historia chiquita, que podía parecer imperceptible, pero que abordaba los temas que me apasionan. La magia de lo cotidiano, el encanto de las ilusiones de la infancia. Una fábula, si se quiere, sobre lo que más importa, y que tan pocos advierten.

Aunque no tuviese nada que ver con Platero y yo, sentí que aquel relato sobrevolaba la historia que yo quería contar. Durante cinco años me esforcé para que fuera posible.

Todavía me duelen las miserias que me terminaron por desalentarme, y no las relato porque fueron muy desagradables. Sé que hubiera sido mi mejor película, pero no pude filmarla.

Luego de esta confesión, que no me podré perdonar, volveré al humor para justificar mi abandono del cine. Porque las sonrisas, las mías y la de ustedes, sirven para ahuyentar las tristezas”.

En 2010 estrenó su última película, el documental Ernesto Sabato, mi padre, en el que reunió antiguas filmaciones familiares, muchas de ellas inéditas. Cerraba así un ciclo de cuatro décadas y quince largometrajes, que se había iniciado en 1971 con Y que patatín y que patatán, realizada en forma cooperativa y confrontando con los sindicatos, que se pudo terminar gracias a un premio obtenido en Venecia.

Una década antes, a los 16 años, se plantó delante de su padre –el célebre escritor Ernesto Sábato- y le dijo que no iba seguir una carrera universitaria sino que se dedicaría al cine. Dos años después tuvo un auspicioso debut con el cortometraje Nacimiento de un libro, que describía el proceso de escritura de Sobre héroes y tumbas contado por su propio padre.

“El resultado fue nefasto: ganó el primer premio del Primer Festival de Arte en la Argentina. Me subí a una nube de pedos a los 18 y me costó mucho no creérmela. Por eso durante muchos años la odié”, contaría Sabato.

A partir de los comienzos de la dictadura dirigió sagas de comedias familiares por encargo bajo el seudónimo de Adrián Quiroga: Los superagentes biónicos (1977); Los superagentes y el tesoro maldito (1978); Los Parchís contra el inventor invisible (1981); La magia de Los Parchís (1982); Las aventuras de los Parchís (1982) y Superagentes y titanes (1983).

"Las asumí como un aprendizaje y nunca escondí que tras ese seudónimo estaba yo", señalaría años después.

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