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Muchos males en una sola oración

Por Milagros Senders. "Dios me puso una panza así enorme para que nadie crea que yo era linda. Si no, no iba a ser gorda, iba a ser puta". Analicemos "el chiste" y enfrentémonos con lo patético.

Lo inverosímil queda en el imaginario. Quizás lo haya hecho para empatizar, para generar risas, para provocar ira. La realidad es que no podemos permitir ciertas frases que encierran prejuicios vigentes en nuestra sociedad. A su vez, agradecemos que se exprese con tanta impunidad, nos deja servido el modo de pensar (si se puede llamar así) de ciertos sectores.

Vayamos paso a paso:

1.- “Dios me puso panza”: hace años quienes padecen obesidad están luchando para que se tome en serio, como una enfermedad, con diagnóstico y tratamiento. Se busca inclusión, dejar de lado el bullying, la cargada; darle un espacio de escucha. Pero Dios, como ser divino y todopoderoso, supuestamente la bendice con la panza.

2.- “Para que no sea linda”: se deduce que si tiene panza no es linda. Campañas de todo tipo para evitar los desórdenes alimenticios que derivan en parte de afirmaciones tan básicas y repugnantes como esta. Alimentar un estereotipo de belleza hegemónico y publicitario que solo genera frustración y depresión.  

3.- “y puta”: la frutilla del postre. Ser linda y ser puta casi que van de la mano. Ser gorda y ser puta sería un oxímoron. Ser puta estaría mal, por eso la panza es su salvación mística. ¿A quiénes les estaría llamando “puta”? Porque si Dios está en el mismo renglón, creo que la idea del goce sexual femenino ya estaría en jaque, o ¿al intercambio de sexo por dinero?

En un país con problemas de integración, de trata, de prostitución infantil, de falta de derechos en situaciones vulnerables. En un país donde las mujeres luchamos día a día para evitar el acoso naturalizado, en el que tenemos todavía que revisar qué ponernos y cómo nos queda. No podemos admitir esta falta de respeto, este nivel de soberbia.    

Obviamente se respalda en estar hablando sobre ella misma. Pero la agresión, la violencia y los conceptos retrógrados están ahí, en sus palabras. Palabras llenas de machismo, de censura, de prejuicio, de discriminación. No lo dice cualquiera, lo dice una funcionaria, una señora que forma parte del poder, que tiene acceso a los medios y a la toma de decisiones.

No se trata de una frase, supongamos que un exabrupto lo puede tener cualquiera (aunque ciertas personas deberían pensar más antes de emitir opinión); se trata de develar una ideología que ningunea una lucha presente y necesaria. Para la psicología no hay chistes, para nosotros –ciudadanos- tampoco debería haberlos.      

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