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Me tatue a San Expedito cuando me cure de la Bulimia

Llegó a Buenos Aires hace poco más de diez años con una meta concreta: consagrarse como actriz.

Pero lo que Miriam Lanzoni (29) jamás imaginó era que en sus primeros días en la Capital se iba a topar con el hombre de su vida: Alejandro Fantino (40). "Desde que nos conocimos, empezó algo especial. Nunca dejamos de vemos más allá de que él tenía su pareja y yo la mía. Nos encontramos por primera vez en el Vilas Club: él estaba jugando al tenis y yo haciendo una promoción. Se me acercó, me habló, me pidió el teléfono y le di el de la pensión donde alquilaba.

Nunca imaginé que íbamos a terminar casados, porque lo nuestro comenzó como algo energético y hasta te diría sexual. No quería que él fuera mi novio ni nada, pero de un día para el otro terminamos casados.

De hecho, ni siquiera hubo presentación de familiares: nuestros padres se conocieron en el Registro Civil", repasa Miriam. Aunque el casamiento fue en el más absoluto anonimato, en la localidad santafesina de San Vicente, de donde es oriundo el conductor de Animales sueltos, la pareja ya lleva seis años de casados. Ellos disfrutan de su intimidad puertas adentro y en rara ocasión se muestran juntos en público. "Es para separar nuestras carreras y no quedar todo el tiempo pegados", explica ella. Sin embargo, días atrás surgieron rumores de que el matrimonio se había separado. "Fue un fin de semana caótico, me llamó todo el mundo para preguntarme qué había pasado con Ale, pero preferí hacer oídos sordos a las mentiras", afirma la actriz.
-¿Cómo tomaste los rumores? -Con sorpresa y a su vez me dio gracia la situación. Ni siquiera me preocupa, porque cuando lo que se dice no tiene fundamento, cae por su propio peso. Sí le tuve que decir a mi familia que estaba todo bien, porque ellos me llamaron muy respetuosamente para saber cómo estaba, pero más allá-de eso no tuvo mayor trascendencia para mí.

-Entonces no se separaron.

-¡Para nada! Con Ale estamos en un muy buen momento. Llevamos seis años de casados, y nos amamos más que nunca.

Nuestro amor no se termina así nomás, no sé qué tendría que pasar para que se acabe lo nuestro. De hecho, ahora en junio nos vamos de viaje a París y a Londres, porque hace dos años que no nos tomamos ni dos días de vacaciones.

-¿De dónde creés que salieron los comentarios? -No tengo la menor idea, pero ya me causa gracia. Me enteré por una periodista, que me llamó y me dyo: "¿Viste la tapa de Crónica?".
Me asusté porque pensé que había pasado algo con mi familia, pero resulta que era esta mentira. Después me llamó muchísima gente el fin de semana pero no respondí porque no tengo mucho para decir. Como el amor no vende tanto como una separación, no colma las expectativas de nadie.

Durante el transcurso de la entrevista, varias personas se acercaron a saludar a Miriam, quien este año se lució como la mucama Carmen en Dulce amor, la novela éxito de Telefe. "Terminé hace 15 días, y fue fabulosa la experiencia. Es el culebrón del año, y el clima en las grabaciones es de fiesta.

Pude componer un personaje y más allá de que era chiquito, me generaba laburo actoral Carmen era tan opuesta a mí, que fue un desafío. ¿Por qué me fui de la novela? Siempre quiero más, me gusta contar historias, y como el personaje estaba estancado e iba a ser así todo el año, preferí crecer en otro lado", comenta la actriz.

-Fue tu primera experiencia televisiva en un programa tan visto.

-Sí. ¿Y sabés qué me pasa? Lo que viste recién: por la calle me para un montón de gente y me llama con el nombre de mi personaje.

¡Y eso que Carmen es muy diferente a mí desde lo estético! Antes hice miles de cosas, pero nada tan masivo. Laburé mucho en el teatro off y en el comercial con giras por el interior del país. Pero si no estás en la tele, la gente cree que no estás laburando.

-¿Dónde naciste? -En Pampa del Infierno, Chaco. Es un pueblo muy chiquitito, tanto que ni siquiera tiene calles de asfalto. Tiene dos mil habitantes, y es un lugar mágico. Me crié sin televisión, y recién de grande tuvimos un canal lluvioso, en el que miraba María la del barrio. Mi infancia fue así: me crié haciendo tortas de barro, y cuando llovía mucho y se llenaban las cunetas de agua, jugaba a bañarme ahí. Allá escasea el agua, y cuando llovía nos tirábamos en las cunetas como si fuesen piscinas. Salvo los de dinero, nadie tenía pileta.

-¿De qué clase social provenís? -Media, pero después cuando crecí mi familia fue de clase media-baja. Mis viejos se trasladaron a Resistencia y se les complicó Ella es maestra y él albañil, y tuvieron que laburar mucho. Encima nosotros somos tres hermanos: el mayor se llama Carlos Canteros (33), y la menor, Magalí Lanzoni, que nació cuando no había un mango. Yo soy la del medio.
-¿Por qué tienen distintos apellidos? -Esto nunca la conté. Mi papá, en realidad, es mi padre adoptivo. Mi mamá, Liliana Melgratti, y mi papá biológico se separaron cuando yo era muy chiquitita. Tenía 3 o 4 años cuando él se fue de casa y nunca más apareció. Después mi mamá armó pareja con Miguel Lanzoni, mi padre adoptivo. Yo tenía 7 años y él me dio su apellido. Recién cuando fui mayor de edad pudimos hacer los trámites de adopción. Mi papá adoptivo es muy joven, tiene 52 años, y es el amor de mi vida. El me salvó, es un santo.

-¿A tu papá biológico nunca más lo viste? -Como se fue cuando tenía 4 años, algún que otro recuerdo vago de él tengo. Después, ya de grande, me lo he cruzado. Es raro lo que me pasó, porque le dije "hola, ¿qué tal?", y seguí, como si fuese un desconocido.

¿Si me duele? No, porque la vida me recompensó con mucho más. Me dio a mi papá Miguel, que es lo más de lo más.

Siento que Dios o una energía mágica nos puso en el camino. El se enamoró de mi mamá y se hizo cargo de un familión, porque ella llegó con dos chicos y la pelearon sin un mango. Por eso, no creo en la sangre sino en los vínculos.

-Después llegó tu hermana menor, que sí es Lanzoni.

-Claro. Por Magalí tengo una devoción especial, porque ella es igualita a mi viejo, hay una cosa mágica. Siento que la eneigía nos encontró en la tierra, y no en otro lado.

De hecho, me parezco mucho a mi viejo.

No en lo físico sino en la personalidad. Nos miramos y nos entendemos sin hablamos.
Mi mamá es mi mamá y la amo, pero con mi papá tengo una debilidad especial.

-Cuando pensás en tu niñez, ¿qué imagen se te 1ene? -Muchas, porque de chica era muy soñadora, y me volaba pensando lo que quería.

La primera persona en la que pienso es en mi abuelo materno, Luis Melgratti, que era mi rey divino. Tenía barracas de cuero y acopiaba algodón. Recuerdo que colgaba bolsas de arpillera de un árbol, soltaba un hilo y caía algodón, ¡que para mí era nieve! Hace dos años, estando en Nueva York, se largó a nevar en el Central Park y me vino el recuerdo vivido de mi abuelo. ¡Me largué a llorar como una boluda! -¿1i abuelo faUeció? -Sí, de cáncer, y fue justo cuando me vine a Buenos Aires, a los 17 años. Fue todo coincidente y medio traumático, porque mis papás no querían saber nada con que me viniera sin plata y sin trabajo. "¿A qué maestra jardinera y dejate de joder", me dijeron.

No les di bola, me vine medio peleada con mis viejos, y lógicamente después se fue acomodando todo. Pero el golpe duro fue la muerte de mi abuelo. El era el que me alentaba y me decía: "Andá, sé que la vas a romper y vas a ser la mejor, no lo dudes".

-¿Pudiste despedirte de él? -Por suerte, sí. Me avisaron que estaba agonizando, me costó conseguir guita para viajar al Chaco, pero fui. Desde que me dijeron que había entrado en un estado muy crítico, no llamé más. Pasaron dos días hasta que llegué, y sabía que él me iba a esperar. Todavía estaba vivo, me tomó la mano, lo sentí helado, y ahí se tenninó. ¿Podés creer? ¡Me estaba esperando para despedirse! Todo el poder y la confianza que tengo me las dio mi abuelo. El confió en mí más que nadie, y me apoyó en mi deseo de ser actriz.

-¿De chiquita fantaseabas con estar en la tele? -Sí, siempre. Para mí esto no era un juego, me imaginaba trabajando en serio de actriz.

Nunca quise ser bombero ni policía. Y siento que la profesión me eligió a mí. En un pueblo donde no pasa nada y las siestas son sagradas, desarrollás mucho la imaginación.

Comía pomelos y las cáscaras después se transfonnaban en auriculares, o jugaba a ser una bruja y las uñas eran las flores de un árbol autóctono del Chaco. A los 13, ya viviendo en Resistencia, me puse a estudiar teatro.

-¿Te acordás cuándo viajaste a Buenos Aires por primera vez? -Sí, a los 12 años. Mi mamá vendía ropa interior casa por casa y ella me mandaba a Once sola con la listita a comprarle todo.

No era el clima tan peligroso como hoy, pero como era muy desenvuelta, me mandaba sola a Once desde el Chaco. Paraba en la casa de una amiga de mamá, compraba y me volvía en colectivo.

-¿Te molesta que te llamen la mujer de Fantino? -No, porque es así y mi matrimonio es un hecho feliz, una de las cosas más lindas que me pasaron. Lo que sucede es que soy actriz y nunca me prendí de mi marido para conseguir trabajo o tener más o menos prensa.
El tiene miles de contactos, pero como sé con lo que cuento, no los necesito. Sé mejor que nadie lo popular que es Alejandro y su peso en el medio, pero me fastidia que todo el tiempo me consulten por él.

-¿Fuiste alguna vez al living de Animales sueltos? -No, nunca. Esas cosas caen por peso propio y siento que todavía no es el momento.

La he remado de una manera increíble y lo sigo haciendo sola, entonces prefiero por ahora no ir a Animales. Cuando hago un casting me dicen: "¿Por qué no avisaste que eras la mujer de Fantino?". ¡No lo necesito! Me invitaron varias veces al programa de Ale, pero creo que por ahora no es el lugar para mostranne.

-¿Viajan al Chaco a visitar a tu familia? -Son pocas las oportunidades que podemos ir juntos. Yo viajo cada tres meses porque allá tengo un negocio de ropa, que lo atiende mi hermana. Y Ale cada tanto también viaja. -¿Es cierto que conoció a tu papá el día de la boda? -Sí. Y mis suegros con mis padres también se conocieron el día del casamiento. Fue muy loco todo, porque con Ale nunca estuvimos de novios. Durante muchos años fuimos amantes, pero novios jamás. Nunca pensé que iba a terminar con él, porque siempre me imaginé sola. Sólo hicimos un Civil íntimo, en San Vicente (Santa Fe), pero no por Iglesia porque no me gusta.

Creo en Dios pero no en la Iglesia como institución, y nunca fantaseé con el vestido blanco.
-¿Cómo te Uevás con Nahuel, el hijo de Alejandro? -Bárbaro. Tiene 20 años, no nos llevamos tanto, y somos amigos. Es un pendejo adorable, recontra piola, un pibe bueno. Hace de todo, va a la facultad, estudia Diseño Gráfico en San Francisco (Córdoba). Siempre lo cargo y le digo: "Qué bueno que viniste educado, crecido, comido". Lo adoro, nos viene a visitar seguido con Yanina, su novia. Para cargarme me dice: "Mirá, que te hago abuelastra". ¡Nos matamos de risa! -¿Sos espiritual? -La mejor religión es amar al prójimo y no joderle la vida a nadie. Que cada cual crea en lo que quiera: Buda, Alá, Dios, pero para mí lo importante es no joderle la vida a nadie. Sí soy devota de San Expedito, y me tatué el nombre en la muñeca por una promesa.
-¿Cuál? -Durante 15 años tuve una enfermedad y no podía salir. Entonces, le prometí a San Expedito que si me daba la fuerza para salir y curarme, me tatuaba. Hice un click, me curé y hace dos años me tatué.

-¿Podés contar qué enfermedad tenías? -Bulimia. A los 13 años empecé, así que estuve 15 años con la enfermedad. La adolescencia es una etapa muy difícil de la vida, y es justamente eso: adolecer, sufrir.

Estás en pleno cambio, viendo quién sos, adonde te plantás, salís al mundo. Siempre fui muy precoz y tuve inquietudes muy grandes para mi corta edad. A los 12 años, cuando venía a comprar ropa interior a Once, entraba en el micro por la Panamericana y ya pensaba cómo iba a hacer cuando me viniera a vivir acá.

-¿Tenías complejos con tu cuerpo? -No, nunca. Lo peor de todo es que la gente cree que la bulimia viene por complejos con el cuerpo pero no siempre se da por eso. Es una enfemiedad psicológica, como cualquier adicción. Siempre desencadena en un desorden alimenticio, pero no arranca ahí. Comer y vomitar te provoca eso.

-¿Til familia estaba al tanto o te escondías? -No, recién les conté a los 3 años de que empecé a hacerlo. Es una enfermedad que consiste en esconder y mentir, y uno se va volviendo hábil en eso porque es un entrenamiento diario el mentir. Como no engordaba ni adelgazaba, no había nada visible que me delatara y mi familia ni siquiera sospechaba. No sé ni cómo caí ahí, pero una vez que se te instala en el cuerpo, se te hace rutina. Es una adicción, y la seguí acá cuando me vine a Buenos Aires.

-¿No te dabas cuenta de que te autodestruías? -Sí, claro. Siempre supe que estaba enferma, y de hecho fui sola a un tratamiento. Caí en el peor lugar del mundo, una institución muy reconocida pero que es espantosa. La directora es tremenda, dio nombres de gente famosa, todo vergonzoso. Fui sola y me banqué cuatro meses ahí porque me había costado decidirme a ir y no quería aflojar.

La directora decía barbaridades: "Ahora te mostrás estupenda pero cuando llegues a tu casa vas a estar triste y mal". Por suerte, yo podía dilucidar el mensaje pero es un problema que se lo diga a adolescentes, que son más frágiles.

-¿Cómo lograste salir? -Fue dificilísimo, pero no imposible. Nadie sabía que estaba bulímica, ni mi mejor amiga, que es como mi hermana. Cuando se lo conté, no podía creerme. Alejandro tampoco nunca sospechó nada. "¿Dónde, cuándo, cómo?", me preguntaba, sin poder creerlo.
Tengo una contextura ósea y muscular tan fuerte que si me mirás pensás que no puedo tener ni gripe. Como hago deportes y como bien, no me enfermo nunca. Me fui de esa institución nefasta y la peleé sola. Fue difi cilísimo salir porque uno crea una rutina durante años, a modo de escape, y cuesta sobre todo porque la relación con la comida es compleja. Uno pone ahí angustia, ansiedad, frustraciones, dolores, expectativas. Pero no se puede dejar de comer porque es vital.

-¿Decís que tu marido nunca se dio cuenta de tu enfermedad? -Hasta que se lo confesé, no. Se me iba la vida ocultándoselo. Imagínate que en casa somos dos nomás, y no es fácil caretearla con esta enfermedad, porque te agarrás un atracón, vomitás, te descomponés, te sentís mal. Uno ahí se vuelve el mejor de los actores, porque convive con un demonio interno y no te animás a contarlo. Lo bueno es darse cuenta de esas miserias y contar la verdad. Cuando lo hablé con Ale por primera vez, me dijo: "Gringa, ¿cuál es el problema? No pasa nada, hay que darle para adelante". Incluso me vio más grossa que antes.

-¿El cuerpo te pasó factura en algún momento? -No, nunca. Hay gente a la que hasta se le caen los dientes, pero a mí nada de nada.

Ni siquiera acidez, nada. Y eso me jugó en contra porque si el cuerpo me hubiera dado una señal fuerte, habría parado. "Si en 15 años no pasó nada, puedo seguir así 40 más", llegué a pensar.

-¿Qué te hizo el cück? -Para mí fue por crecimiento personal.

Dije: "Bueno, a ver, bulimia, sentate ahí, charlemos. No te tengo miedo". Soy muy de enfrentar los problemas así, y cada vez que me venía, le hacía frente. Me ayudó muchísimo también un psicólogo fabuloso, al que voy a volver porque me hizo muy bien.

-¿Tuviste recaídas? -Hace seis meses que sé que me curé posta.

Empecé a enfrentarla hace dos años y fue con todo: de tener una compuerta de hierro cerrada con 80 candados, la abrí y fue revelador.

Empecé a contarle a mi gente que era bulímica, y le fui perdiendo el miedo. Antes pensaba que el día que alguien lo supiera, yo me tenía que ir del mundo porque me iba a morir de la vergüenza. Después comprendí que era una debilidad, y hace seis meses que ni siquiera pienso en el tema. Ya no existe en mi vida.

-¿Qué mensaje le dejás a personas que pueden estar atravesando la enfermedad? -Uf, ¡qué compromiso! Es durísima la enfermedad pero hay que perderle el miedo.

Muchas veces hay tantos preconceptos de belleza que marean: la belleza no pasa por el aspecto exterior, está en otro lado. Eso rio tiene alma, no importa ser el más cool. Hay que quererse mucho y aprender que es de adentro hacia afuera. Y que nadie tiene más fuerza que uno mismo.

-¿Cómo sigue tu carrera? -En junio empiezo con un unitario, Los ovejas, y por eso también dejé Dulce amor.

En Los ovejas tengo un protagónico fabuloso: hago de portera de un colegio nocturno, un personaje con mucho compromiso, y me generaba muchas ganas de hacerlo.

Según me dijeron, puede ser para América o Canal 9, y saldría hacia fines de año. Por otro lado, en agosto estreno una obra en la calle Corrientes, Algunas mujeres a las que les cagué la vida, de Neil Labute, el autor de Gorda. El protagonista es Coco Sily, y lo acompañamos cuatro mujeres: Nora Cárpena, Andrea Del Boca, otra actriz que no está definida y yo. Esta comedia me tiene súper entusiasmada.

-Gran año el tuyo, Miriam.

-Sí, estoy feliz. Y para que hay más: tengo dos películas para filmar, una en septiembre y la otra en diciembre. La primera es una comedia, El día que te vuelva a ver, de Pascual Condito, y a fin de año tengo El encuentro de Guayaquil, que es de época, la protagoniza Leonardo Sbaraglia y cuenta el encuentro de San Martín y Bolívar. 2012 vino con todo, porque a eso le sumo una revista, que se llama IN (Inclusión). Con dos amigos hacía un tiempo estábamos con ganas de hacer algo sobre inclusión social, y le encontramos la vuelta con la revista. Es de entrega mensual, gratuita, y sale en julio.

Tenemos los números cero y uno listos, es un proyecto que nació de puro amor y estamos súper entusiasmados.



"LANZONI ES EL APELLIDO DE MI PADRE ADOPTIVO" Papá del corazón Nacida en un pueblo chaqueño de dos mil habitantes llamado Pampa del Infierno, su padre la dejó a los 4 años. Cuando tenía 7, su mamá formó pareja con Miguel Lanzoni, quien luego le daría su apellido.