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Malvinas, 30 años después

Reiterar la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas es una posición irrenunciable, pero se deben medir con prudencia, responsabilidad e inteligencia los caminos a seguir por la vía diplomática.

Desde que la Argentina perdió la Guerra de las Malvinas en 1982, quedó abierto un solo camino: el de largas negociaciones con Gran Bretaña, hasta lograr, por vía de la diplomacia y no de las armas, objetivos mínimos que apuntaran al reconocimiento de nuestra soberanía sobre las islas y a que estas volvieran a formar parte del territorio nacional. Hasta 1982 había posibilidades de negociar, e incluso se habló de una "soberanía compartida" y el uso de dos banderas –o sea una especie de doble nacionalidad– hasta tanto se pudiera arribar a una solución más consistente.

Se decía entonces que a los británicos no les interesaban demasiado las Malvinas, y que les entusiasmaba más un tratado argentino-británico que contemplara los intereses de ambas partes.
En aquellas circunstancias era imposible determinar la veracidad de las intenciones de cada uno, pero lo cierto es que la guerra alejó las posibilidades de cualquier acuerdo en esos términos. Y desde ese momento Gran Bretaña se aferró a una vieja doctrina: que la última palabra la tenían los habitantes de las Malvinas, que son súbditos y ciudadanos británicos, que no han dado la más mínima muestra de querer abandonar esa condición e integrarse a la Argentina, sino todo lo contrario.

El tema tiene sus bemoles, pues no se habla solamente de la propiedad de un territorio, sino también de la decisión de sus habitantes.

La Argentina tiene sobradas razones históricas para reclamar su soberanía sobre las Malvinas, como lo ha hecho la presidenta de la República en la reciente asamblea general de las Naciones Unidas. Lo que está en discusión es si su amenaza de cortar los vuelos desde Argentina a las Islas es una decisión diplomáticamente correcta. El gobierno británico no demoró su respuesta y reiteró su posición de que la última palabra la tienen los isleños, que son ciudadanos británicos, hablan inglés y no reconocen la nacionalidad argentina ni la soberanía de nuestro país.

Sin embargo, es de interés de los propios isleños mantener un contacto con el territorio continental.
Las Malvinas están demasiado lejos de Gran Bretaña y demasiado cerca de la Argentina. Este argumento tuvo mucho peso antes de la guerra de 1982 y quizá lo vuelva a tener en el futuro.

De ahí entonces que la Argentina debe medir muy bien los pasos a seguir. La invasión a las islas, decidida por una dictadura cuyo único objetivo era perpetuarse en el poder, es un dato insoslayable en cualquier análisis sobre las Malvinas. Y la derrota de nuestro país en esa guerra que nunca debió ser declarada ni llevada a cabo también es un dato de la historia que pesará por mucho tiempo.