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Madres e hijos

Por Martín Kohan* "Primero mató a la madre, y ahora mató a las Madres." La sonora declaración de prensa pertenece a Eduardo Duhalde y hace referencia, claro está, a Sergio Schoklender. No hay motivos para negar que la frase es bastante sugestiva.

 Por lo visto, a Duhalde se le dan realmente bien las frases con juegos de repetición verbal, del tipo de aquella otra que en su hora también pronunciara: "El que puso dólares va a recibir dólares". No obstante esto que dijo hace días sobre Schoklender, al igual que aquello que dijo sobre los ahorros, es falso en un sentido cabal. Que Schoklender mató a su madre es cierto: está probado ante la Justicia. Pero no está probado ante la historia que haya matado a las Madres con su desfalco de maniobras turbias. Nuestro ex presidente interino se apuró con su veredicto, o expresó no tanto un parecer como una intuición o un temor o un deseo.

Más verdadera, en todo caso, creo yo, es la frase que entregó Elisa Carrió: "De qué vale decir que son de izquierda, si andan en Ferrari". Admito que por lo común me cuesta congeniar con lo que dice Lilita: presiento que me iría mejor accediendo al remolino de sus trances místicos o creyendo en ese Dios que ella invoca y con el que cuenta. Como no me sucede jamás ni una cosa ni la otra, suelo quedarme bastante afuera de lo que formula, contemplando un tanto absorto su ferviente pasión por la verdad, un poco como si esa verdad fuese dicha en otro idioma, un idioma que no hablo. Sin embargo, en este caso, leí sus palabras en el diario, reponiendo sobre la impresión gráfica la gracia de sus entonaciones irónicas. Y me dejé persuadir por su cáustico argumento. En efecto, me dije: de qué vale decir que son de izquierda, si andan en Ferrari.

Por supuesto que no mezclo izquierda con franciscanismo, ni supongo que para sostener esta clase de ideología deba hacerse ningún voto de pobreza. Es tramposo presumir que hay en la izquierda algún gusto por la miseria o que el reparto de la nada forma parte de sus plataformas. Todo eso es erróneo en su concepto, si es que no un ejercicio de la mala fe; pero puede pese a eso decirse que es verdad que un cierto recelo respecto de lo suntuoso forma parte de su sensibilidad. El lujo como tal, lo grosero de la opulencia, lastima el temperamento de izquierda: es un sello de injusticia en un mundo de explotación que produce desigualdades intolerables.

Dicho con otras palabras, y de forma más concreta: cabe desconfiar por definición de quien tenga una Ferrari. Y si además de la Ferrari tiene un yate, y si además del yate tiene un avión, tanto más. Sin que importe demasiado dirimir si adquirió tales bienes sin visos de ilegalidad, lo que además no parece ser el caso, porque la legalidad en última instancia no aliviana la ilegitimidad del origen de toda gran riqueza. Es decir que incluso no habiendo dolo, y además parece haberlo habido, habría sido mejor desconfiar de un apoderado tan poderoso: no gustar de una persona que guarda Ferraris en su garage.

¿Desdibuja esta situación el lugar histórico de las Madres de Plaza de Mayo? Al contrario, lo fortalece. ¿Ha matado Schoklender a las Madres, como ha dicho Eduardo Duhalde? Al contrario, las vivifica. Porque las Madres no son madres sin más: son madres de hijos que faltan. Y faltan por las razones que ya sabemos: porque formaron parte de un proyecto de transformación social que fue vencido con los más feroces recursos, con los más terribles métodos. Las Madres son madres de esa falta y de esa ausencia. Y esa falta y esa ausencia tienen bastante que ver, a la vez, con que perdure la indignidad de un mundo con hambre y con miseria y también con Ferraris y con yates.

¿Pudo acaso suscitar Sergio Schoklender algún tipo de figuración imaginaria de una especie de filialidad restablecida? Según parece, así sucedió. Vino a paliar, como entenado, a la par de su hermano Pablo, la vacancia de los hijos que hace años se perdieron. Sus mentiras de estafador no dejan de subrayar una verdad de la historia política: que esos hijos no se perdieron por nada. Su Ferrari, su yate, su avión confirman por la negativa, desde su abyección fraudulenta, el sentido histórico de las Madres de Plaza de Mayo: lo que hizo que aquellas madres fuesen las Madres. Porque están fundadas sobre una falta, porque están fundadas sobre un lugar vacante. Y lo que vino a demostrar Sergio Schoklender, así fuese de manera miserable, es que el lugar de aquellos hijos, los que faltan, no se ocupa con facilidad, ni tampoco cuando uno quiere.