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Libros y soberanía popular

La restricción oficial a la importación de piezas culturales dio lugar a disparatadas justificaciones y a erróneas concepciones

El inicio de la tradicional Feria Internacional del Libro de Buenos Aires siempre es motivo de alegría, de optimismo y de orgullo.
Sin embargo, esta vez el máximo evento cultural del año no estará exento de las tristes controversias que han desatado la extemporánea decisión del gobierno nacional de restringir las importaciones de libros y las lamentables apreciaciones que, acerca de esa cuestión, han formulado importantes funcionarios.

El protagonista de uno de los mayores pasos en falso ha sido el secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, quien al hablar en la ciudad de Formosa durante un encuentro del Pre-Mercado de Industrias Culturales del Noreste Argentino afirmó que "así como hay una soberanía económica, también hay una soberanía cultural, que consiste en que tengamos cada vez mayor capacidad para decidir qué se debe editar".

Paralelamente, Coscia mencionó la importancia de evitar que sean los grandes centros editores del mundo los que definan lo que podemos leer en el país. Como es ya habitual, el funcionario criticó además a los medios que informaron sobre las medidas que afectaron la importación de libros y que dieron pie a hablar de la existencia de una censura en ciernes.
Ante el rechazo que provocaron sus desafortunadas palabras, el secretario de Cultura, evitó ahondar en la polémica desatada y afirmó que no había tenido la intención de promover la censura ni prohibir la edición de libros. Afirmó que, por el contrario, pretendía para nuestra vida cultural el fortalecimiento de la decisión soberana de editar.

Sorprende que un funcionario del área cultural hable con tamaño desconocimiento, que alerta sobre la posibilidad de que se adopten políticas totalmente equivocadas ante diagnósticos erróneos. En la industria del libro, las decisiones sobre los títulos por publicarse sólo pueden ser tomadas en el nivel local, dado que únicamente alguien muy atento a lo que pasa en el país y a las tendencias literarias del mercado argentino puede tener la sensibilidad que le permita elegir y acertar con las expectativas y los gustos del público local.

Por otro lado, es fácil comprobar, por medio de las listas de best sellers que se publican regularmente, la enorme cantidad de autores argentinos que llegan al top del ranking de los más vendidos, lo cual ratifica la presencia de la cultura local en los catálogos de todas las editoriales, sin necesidad de defensa u orientación estatal de ningún tipo.

Dos términos de rico contenido político y social se han aliado en las palabras del funcionario: por una parte, "soberanía"; por otra, la calificación de "cultural". Ambas palabras poseen densidad semántica y la historia de una evolución en el tiempo. La soberanía denota la cualidad del soberano, del que es reconocido como autoridad suprema del poder público, condición que confiere carácter constitutivo al Estado. A partir de la concepción democrática originada en las últimas décadas del siglo XVIII, la soberanía popular es la base de la potestad del Estado.

En lo que concierne a cultura, cabe decir que se trata de un término más complejo, que admite distintos enfoques y definiciones. Para citar algunos conceptos, debe recordarse que tradicionalmente se considera culta a una persona que ha desarrollado su educación con gusto y ha avanzado en capacidad crítica. La cultura alude también a una condición del espíritu que se revela en el juicio y el nivel de sus sentimientos. Los anglosajones han optado por otorgarle a esta palabra el sentido de todo lo que hace el hombre por encima de la naturaleza. Y no puede omitirse la idea de que cultura está cerca del significado de cultivo, que puede aplicarse a distintas actividades: físicas, estéticas, religiosas.

Ante esta diversidad parcialmente referida, ¿cómo entender "la soberanía cultural"? No es fácil la respuesta. Se requiere una unidad conceptual que no existe. A ello hay que agregar que el poder cultural apto para influir dentro y fuera de nuestra sociedad no depende de promociones editoriales ni de aperturas ni cierres aduaneros para los libros. Lo fundamental es el desarrollo creativo de calidad en diversas áreas culturales del país.

Es oportuno preguntarse: ¿por qué es tan influyente Estados Unidos en tecnología de las comunicaciones? ¿Por qué Italia mantiene el predominio de la lírica y del lenguaje en las obras musicales? ¿Por qué Francia no abandona su liderazgo en materia literaria y de moda? ¿Por qué nuestro país ejerce una poderosa atracción en el área del teatro y la vida artística o por qué hay tanto interés internacional por nuestros avances científico-técnicos en la industria agropecuaria? Lograr metas deseables como las citadas no exige tomar medidas rígidas; todo lo contrario, hay que dejar abiertas las puertas de la libertad para la acción y la creación.
La estrategia económica de "vivir con lo nuestro" en materia de consumo de bienes cotidianos ya de por sí es discutible. Si, además, quisiera trasladarse este principio a los bienes culturales, en donde los libros cumplen un papel fundamental, estaríamos condenándonos a un empobrecimiento cultural en el mediano y el largo plazo, tan grave como cuando en otros tiempos se planteó la consigna "alpargatas sí, libros no".

Podríamos imaginar también que si todos los países hubieran seguido esa línea directriz, nuestro genial Jorge Luis Borges sería un escritor ignoto en el mundo, cuando ha sido publicado en decenas de idiomas, enriqueciendo el acervo cultural de tantas otras naciones, a las que jamás se les habría ocurrido restringir los libros importados en nombre de una pretendida soberanía cultural.