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La deuda del periodismo

* Por Claudio Gómez. El final del periodismo debería ser la Filosofía. Un periodista para concebir que finalmente consagró su trabajo, debe llegar a la última de las preguntas: ¿Qué somos?

El final del periodismo debería ser la Filosofía. Un periodista para concebir que finalmente consagró su trabajo, debe llegar a la última de las preguntas: ¿Qué somos? Definitivamente, ésa debería ser la premisa de ingreso a una nota, a un artículo, a una opinión. Preservar siempre la pregunta, ante la imposibilidad de la respuesta total o definitiva.

Hurgar, ir un poco más allá, bucear en el contexto, en la historia; tratar de entender, intentar un auxilio a la capacidad social de encontrar las respuestas a los problemas sociales, a los interrogantes sociales, a la incertidumbre.

Es importante encontrar satisfacción en la imposibilidad de saber la verdad, porque es Divina o es ajena al conocimiento humano o el destino humano es nada más que preguntarse y preguntar. Pero, de ninguna manera, el periodismo puede ni debe arrogarse la capacidad de dar una respuesta definitiva.

En esa certeza, es preciso centrar el discurso periodístico: en lo provisorio de sí mismo, en lo que de anecdótico oculta su narración, en lo ocasional de su planteo, en lo abstracto del lenguaje.

Puesto que quienes razonan, evolucionan, esperamos de la práctica del periodismo y de sus cultores un desarrollo positivo. No ya la cornisa aviesa que toma la parte trágica de la vida, la más triste, la que hay que transformar, por el todo. Porque los periodistas debemos recrear un rumbo difícil, comprometido y más concentrado y responsable que este que, afortunadamente se desvanece, en no más de un zapping. Y que pronto será un registro que perdurará sólo en la memoria de los desmemoriados de hoy.

Ese placer de intentar una respuesta en el golpe bajo se tiene que acabar. Se tiene que terminar ese aparatoso muestreo de miserias que deleita a algunos productores, periodistas y conductores de programas y noticieros, con el mismo regodeo con el que el diablo observa el martirio.

Escenas de pobreza, de delincuencia, infamantes, cuyo seguro servicio es lograr la alarma colectiva, alteran la cultura popular, afectan negativamente la mirada nacional.

Una delimitación confusa entre la locura y la cordura, no ya de esos jóvenes hombres y mujeres que son exhibidos sin pudor en cámara, sino de quienes producen y reproducen la tragedia, lo que construyen una realidad fatal y ocultan, en paralelo, lo que de esperanza tienen estos tiempos.

Es una deuda del periodismo devolverle la esperanza al Pueblo. Ese compromiso es mayúsculo, imprescindible e impostergable. Quien crea que el pobre es sólo objeto no entiende esta época y será cómplice de su vanidad.