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La clave de El Eternauta: el líder como símbolo de valentía y del ser argentino

El Eternauta nos enseña que el líder no siempre es quien está más preparado técnicamente, sino quien puede sostener emocionalmente a los demás.

Por Carlos Sosa – Autor de Liderazgo 360°

Hace más de medio siglo, Oesterheld escribió algo más que una historieta. El Eternauta es una épica nacional, una metáfora que, como todas las grandes obras, se resignifica con el tiempo. Bajo la nieve mortal que cae sobre Buenos Aires, se esconde una reflexión profunda sobre liderazgo, comunidad y resistencia. Porque, en definitiva, el liderazgo verdadero no surge de los grandes discursos, sino del gesto cotidiano de quien se pone al frente cuando el miedo paraliza.

Juan Salvo —el protagonista— no es un héroe clásico. No tiene poderes, no tiene jerarquía, ni responde a un liderazgo vertical. Es un vecino. Un padre. Un tipo común. Y precisamente por eso, se convierte en un líder. No por lo que impone, sino por lo que inspira. En tiempos de crisis, el liderazgo se vuelve visible no en la teoría, sino en la acción: el que decide cuidar a los suyos, el que propone un plan, el que escucha antes de mandar. El que actúa sin garantías de éxito.

En Liderazgo 360° hablamos de un liderazgo que combina el SER, el SABER y el HACER. Juan Salvo los encarna con una fuerza inesperada: tiene claridad interna (SER), se informa, colabora, se adapta (SABER), y, sobre todo, se la juega (HACER). No lidera para ser aplaudido, sino porque entiende que no hay alternativa cuando se es parte de algo más grande. Cuando hay otros que dependen de nuestra calma, de nuestras decisiones, de nuestro ejemplo.

El Eternauta nos enseña que el líder no siempre es quien está más preparado técnicamente, sino quien puede sostener emocionalmente a los demás. El que encuentra coraje en medio del desconcierto. El que, aun con miedo, da un paso adelante. Y ese es quizás el aprendizaje más profundo que podemos traer al mundo organizacional de hoy: el liderazgo no es una cuestión de estatus, sino de actitud.

En la Argentina actual, donde la incertidumbre se volvió paisaje habitual, El Eternauta nos recuerda algo esencial: que el liderazgo no siempre tiene que ver con mandar, sino con sostener. Con acompañar. Con ser símbolo, incluso en el dolor. Porque liderar también es abrazar el miedo del otro y seguir adelante, aunque no sepamos con certeza qué camino nos espera.

Oesterheld entendió algo que los libros de management muchas veces olvidan: que los líderes no son producto de un curso, sino de una decisión. Y que, en los momentos difíciles, es la comunidad —no el ego— la que guía el camino. Por eso, el liderazgo argentino, ese que vemos en cada pyme que resiste, en cada educador que enseña sin recursos, en cada madre que organiza el día con lo que tiene, tiene mucho de Juan Salvo. El liderazgo argentino tiene rostro humano.

Además, El Eternauta nos habla de la inteligencia colectiva. Nadie sobrevive solo. Juan Salvo se apoya en sus compañeros, escucha otras ideas, se replantea decisiones. Este liderazgo compartido, que valora lo grupal por encima del lucimiento personal, es una lección urgente para las organizaciones modernas. No se trata de héroes solitarios, sino de equipos cohesionados por un propósito común.

No hay liderazgo sin valentía. Y no hay valentía sin amor. El Eternauta no pelea por gloria ni venganza: pelea por los suyos. Por eso es eterno. Por eso nos representa. Por eso es, también, un espejo de lo que podemos ser cuando decidimos liderar desde el compromiso y no desde el orgullo.

Y ahí está la clave del liderazgo argentino: liderar con el corazón en la mano, aun cuando el futuro esté cubierto de nieve.

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