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Kiev, Caracas, ¿Buenos Aires?

Sobre la acción de La Calle, Protestones comparados.

Por Carolina Mantegari

Para Jorge Asís Digital


Introducción: lenguaje político de "La Calle"

"La Calle", en Kiev, logró echar a Víktor Yanukóvich.

Para Ucrania, en adelante, llega el invariable turno de la división.

Entre los vanguardistas alucinados que planifican anexarse a la modernidad europea, y los conformistas que prefieren resignarse a la cultura imperial rusa.

En Caracas, en cambio, Nicolás Maduro aun resiste. Se muestra más inclinado en seguir la receta incomparable de Damasco, del trágico Bashar al Assad, quien no vacila en aumentar la cifra de muertos. Tiene el antecedente triunfal (de La Calle) en El Cairo, que se llevó puesto a Mubarak y luego a Morsi, para poner el país al servicio del general Al Sisi, el Milani de Egipto.

La Calle tiene también el inicial antecedente de Túnez (donde La Calle desalojó a Ben Alí) y de Trípoli, con la masacre excesiva de Kadafi.

Maduro prefiere disputar por el control de "La Calle". Saca cotidianamente a los disciplinados bolivarianos suyos, ataviados de rojo.

La Calle no se lo va a llevar fácilmente puesto a Maduro. Como a Yanukóvich o Mubarak.

Con otras características, menos ofensivas y nada violentas, en Buenos Aires también supo registrarse el inquietante lenguaje de La Calle.

Pero los servicios de inteligencia realizaron, según informa Oximoron, un trabajo eficaz de cooptación que facilitó la estrategia divisoria.

La dispersión que a los Sigilosos Programadores de la Improvisación les cuesta reagrupar.

Osiris Alonso D'Amomio
Director Consultora Oximoron

La Doctora baila y Maduro canta


Así como La Doctora sensualmente baila, Maduro rítmicamente canta.

Temas de Rubén Blades, canta Maduro, en la concentración bolivariana, mientras luce, en la remera, la imagen estampada de Lenin.

En su show Maduro lo invita a Obama a dialogar. Pero Obama saca, de pronto, chapa fácil de estadista. Ayudado por la complacencia paralizante de la señora Dilma Rousseff, que no se atreve siquiera a liderar la organización de un campeonato. Y de las sobreactuaciones de La Doctora, aquí en defensa propia.

Para Oximoron, el apoyo de La Doctora a Maduro resulta racionalmente comprensible. Ocurre que a la Venezuela Bolivariana se le deben miles de millones.

Y si La Calle, en su accionar, lo arrastra también a Maduro, como si fuera un Ben Alí cualquiera, se agravará la problemática de los detectados funcionarios argentinos, que se especializaron en los beneficios de la marroquinería política (ampliaremos).

También Maduro lo desafía al "insolente" de John Kerry. Mientras lee, en voz alta, para la austera multitud, el texto del Departamento de Estado, pero intercalado por la diplomacia de sus burlas. Sin la gracia natural de Chávez, que resultaba mucho más efectiva para atenuar la indeclinable vocación por el ridículo.

Convocatorias e infiltraciones


Mientras tanto en Santa Teresita, un balneario de albañiles italianos situado en la provincia inviable, los dirigentes del peronismo se atragantan de utilitaria lealtad. A los efectos de someterse a "la conducción estratégica" de La Doctora. Como están (mal) jugados, signan un documento para solidarizarse con el "gobierno democrático de Venezuela", que preside el cantante aficionado de la remera de Lenin.

Pero también llaman, desde Santa Teresita, riesgosamente a "ganar La Calle". A través de una movilización para el sábado 1° de marzo, en la Plaza del Congreso. El motivo es brindarle a La Doctora una suerte de complemento popular para el dilatado discurso inaugural de las sesiones parlamentarias. Con la euforia de "los pibes para la liberación" alcanza sólo para llenar los palcos.

La movilización de los atragantados del cristinismo representa, en simultáneo, un desafío comparativo para los "Sigilosos programadores de la improvisación".

Aunque las 45 organizaciones informáticas fueron infiltradas, se planifica igualmente la organización, según nuestras fuentes, de otra protesta opositora. Para copar nuevamente la escenografía de "La Calle". Se programa para los inicios del otoño, antes o después de la Semana Santa, y con el formato tradicional, aquí llamado "cacerolazo". Es una modalidad surgida en aquel Chile "momio" de los primeros setenta. Cuando las damas de Providencia -el barrio alto de Santiago- salían originalmente a protestar con las ollas vacías, ya que no había qué cocinar en ellas en tiempos de la Unidad Popular.


Los Sigilosos Programadores de la Improvisación se encuentran en plena etapa de reagrupamiento. Es que después de la última protesta se habían relajado. O los habían inteligentemente anulado.

Pero los episodios de Venezuela volvieron a brindarles fuerzas, aunque predomina, entre ellos, según nuestras fuentes, la desconfianza.

"Los empomaron", sentencia la Garganta.

"Es hora de reagrupar la tropa dispersa", confirma la Garganta de los Sigilosos.

La tropa se encuentra, en realidad, cooptada. Como era previsible, "la tropa" organizadora fue penetrada por la contrainteligencia. Infiltrada. A los efectos redituables, hasta hoy, de dividirlos, desintegrarlos.

Los Capriles

De todos modos, aunque se tiente la comparación, los protestones de Buenos Aires apenas mantienen en común la referencia de "La Calle".

Los inofensivos expresionistas del hartazgo argentino tienen muy poco que ver con la virulencia contenida de los hartos de Kiev que se cargaron a Yanukóvich (y hasta liberaron a la señora Timoshenko, para algarabía de la centro derecha europea).

Pero tampoco los hartos de Buenos Aires contienen siquiera la furia de los hartos de Caracas.

Aquí no existe ningún boceto audaz de Leopoldo López que planifique alterar la hegemonía de los innumerables bocetos de Capriles.

Los tres o cuatro Capriles autóctonos que se inscriben para reemplazar a La Doctora, preferiblemente nunca antes de 2015.


Los Capriles aguardan que La Doctora se disuelva sola, en la salsa del fracaso.

Sin percibir aún que La Doctora logró sobrevivir al peor verano que se tenga memoria.

Mientras ejecuta, en la práctica, el ajuste despiadado que en la narrativa niega. Y mientras hace exactamente lo contrario de lo que supo, en su momento, celebrar.