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Juan Pablo Schiavi, el hombrecito de gris que masacró en el Once

Cristina Fernández lamenta que haya enfermado después de la masacre ferroviaria de Once. Pareciera que su mayor preocupación es la salud de su exfuncionario; de las víctimas y su familiares no sabe/no contesta. Historia de cómo conocí hace 10 años a este hombrecito tan gris como el otoño.

Por Jorge D. Boimvaser

@boimvaser

info@boimvaser.com.ar

Me siento a escribir sobre Cromañón o sobre la masacre del Once (es masacre, no tragedia), y el cuerpo me tiembla de dolor y de bronca. Parece un ejercicio masoquista, te sentís mal –somatizar es el término científico que define esa sensación de malestar-, pero si tenés detalles que sirven para ampliar el espectro de conocimiento sobre estos temas, te duele más pasarlos por alto que darlos a conocer.

En marzo del 2003 la Ciudad de Buenos Aires estaba en plena campaña para elegir gobernador. Los dos candidatos que peleaban la pole position eran Aníbal Ibarra y Mauricio Macri. Los demás acompañaban a la distancia como podían. Patricia Bullrich era la tercera en discordia, que le mordía un pedacito del electorado de centro derecha a Macri, con lo que favorecía a Ibarra.

Pero "la piba" llevaba de compañero de fórmula a un abogado a quien yo conocía bien desde mediados de los 80. Un hombre con ideas filo nazis, camufladas bajo el paraguas del llamado "nacionalismo católico".

El hombre (sorry que no mencione su nombre porque me produciría más malestar aún, pero lo podés googlear y saber de quién se trata) se había reciclado tras una fundación que pregonaba la ética pública. Un nazi, xenófobo, negador del holocausto y amante de la Inquisición vestido de ético se me hace difícil digerirlo y aceptarlo.

Lo peor del caso es que Ibarra ayudaba a la campaña de Patricia Bullrich con tal de restarle votos a Macri. Un allegado a Jorge Telerman me lo susurró al oído y ahí salí con los tapones de punta. ¿Por qué la gente de Telerman me lo contó a mí? Simple, la historia de este hombre que acompañaba a Bullrich yo la había contado en mi primer libro, "Historia Secreta de El Informador Público" (Editorial Peña Lillo, 1988), y alguno de los "telermanistas" tampoco simpatizaba con un nazi escondido en una boleta electoral.

O sea, quince años antes de esa elección había sido relatada la presencia de un ultraderechista dispuesto a crear una opción local al estilo de Jean-Marie Le Pen en Francia. Por si no lo registrás, Le Pen fue quien instaló el debate del odio racial y contra los inmigrantes en la Francia de los 80. Y no le fue mal. Despertó la xenofobia de los galos en tiempos de crisis y echarle la culpa a los "no puros" fue una instancia bien vista por muchos.

Detrás del personaje que acompañaba a Bullrich había un grupo de "próceres" ultraderechistas que editaba la revista "Cabildo", una publicación que no escondía su amor por el nazismo y barbaridades por el estilo. Y esa gente gozaba de ciertos dones monetarios que hacían más sencillo la financiación de campañas antisemitas en la Argentina.

En marzo del 2003 recorrí todas las librerías que vendían revistas fuera de circulación y me hice de un tendal de "Cabildo" en las que figuraban artículos de este personaje. Eran notas firmadas y en todas daba rienda suelta a su ideología de odios y xenofobias varias.

Llamé a gente conocida de la DAIA y les llevé el asunto, las pruebas eran infalibles. Como otras tantas veces, la DAIA dijo gracias y nada más. Hice algo parecido con un abogado conocido que trabajaba con Adolfo Esquivel en el SERPAJ (Servicio de Paz y Justicia). Igual que en la institución judía, me dijeron gracias pero no harían nada.

Lo comenté en algunas radios (los portales digitales recién estaban asomando y las revistas papel donde yo escribía tenían tiradas muy limitadas), hasta que un ex diputado rosarino que colaboraba en la campaña de Macri (a quien yo conocía desde los 80), me pidió que fuera a verlo junto a él al comité de campaña, instalado entonces en un predio enorme en la calle Chacabuco.

Ahí estuve, todo sea por parar a tiempo un intento de sembrar el odio racial en el electorado. Tampoco yo sabía los alcances de esa propuesta, pero no tenía que esperar que creciera para entonces salirle al cruce.

Y ahí fue cuando Macri escuchó, leyó las publicaciones y puso el tema en manos de su jefe de campaña, un rechonchito personaje vestido siempre de gris que se llamaba Juan Pablo Schiavi.

Nota al pie de página: soy un inútil para casi todo, pero para explicar un asunto que lo tengo bien claro, y bien documentado, tengo mis mañas y me sale bien. Le hablé en síntesis, le mostré los escritos de ese personaje en la revista "Cabildo", sus participaciones electorales en ese 2003 y mi libro de 1988, pero Schiavi solo bostezaba y se dormía sentado. ¿Alguna vez le hablaste a una pared? Bueno, fue eso. Hablarle a una pared.

Otra vez perder el tiempo. Me levanté de golpe, algo violento de palabras, y Schiavi tampoco se inmutó demasiado. Como que al hombre le faltaba sangre.

Después le pregunté a quién me había llevado a la sede macrista quién era ese tipo y cómo era jefe de campaña. Me respondió que a Schiavi solo lo despabila hablar de dinero, el tipo es un recaudador nato (como todo jefe de campaña), promete futuras participaciones en el gobierno a quienes aporten fondos electorales. Schiavi estuvo vinculado al grupo SOCMA (de ahí su vínculo con la familia Macri) y aunque era ingeniero agrónomo sus negocios de cabecera eran las refacciones de estaciones de trenes. Hizo mucho dinero en los 90 con ese trabajo de arquitectura ferroviaria hasta que pasó de las estaciones de trenes a negocios ferroviarios más complejos. El trencito inútil de Puerto Madero –El Tranvía del Este- fue parte de sus proyectos con el kirchnerismo.

Schiavi fue el responsable de psicopatear a millones de argentinos cuando se lanzó la tarjeta SUBE. Una iniciativa digna terminó convirtiéndose en una pesadilla por una ingeniería de comunicación tan oscura como quien la llevaba adelante. Mientras eso ocurría, DiarioVeloz.com lo sorprendió "pirateando" con espectacular morocha en Plaza Armenia y custodiado como si fuera el Presidente de la Nación por tres vehículos y media docena de guardaespaldas.

Siempre vestido de gris, con el rostro del sueño permanente (salvo, según dicen, cuando le hablan de dinero). Todo lo que habló tras lo de Once mostró la crudeza y estupidez de palabra de un personaje no apto para funciones públicas delicadas en las que está en juego la vida de miles de pasajeros. No fue el único responsable, pero viendo su historial se comprende más porqué pasó lo que pasó.

¿De qué sirve mucha plata cuando tuviste responsabilidad en tantas muertes, heridos y víctimas doloridas de por vida, y si hay justicia tu única seguridad futura es un calabozo?

Frances McDorman interpreta a una mujer policía en el film de suspenso y humor negro "Fargo", de los ya míticos hermanos Cohen. Al final de la película, después de una serie de muertes absurdas como los personajes de la trama, McDorman le pregunta a su prisionero criminal: "Tantas muertes y por qué? Sólo por un poco de dinero".

Frase célebre aplicable a la masacre ferroviaria de Once.