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Incluso en la guerra hay buenas noticias

En los últimos días, y en un contexto internacional en el que la incertidumbre energética es más norma que excepción, Israel y Líbano firmaron un memorándum de entendimiento para el trazado de fronteras marítimas y explotación hidrocarburífera. Pareciera que, al final de cuentas, incluso en la guerra hay buenas noticias.


Sin lugar a dudas, una de las principales consecuencias de la guerra entre Rusia y Ucrania (además de las pérdidas humanas y de infraestructuras clave)  ha sido un descalabro en los precios internacionales de la commodities que afectó principalmente a los costos de los hidrocarburos. Estos aumentos, acompañados de la ahora persistente duda sobre el abastecimiento energético, impulsó a países antes despreocupados por sus stocks a prestar más atención al respecto y, en la medida de lo posible, asegurar recursos propios para ser menos vulnerables ante shocks externos.
Como suele suceder en política internacional, todos los eventos de este tipo tienen ganadores y perdedores, pero por ahora no nos ocuparemos de ellos. Además de los ajustes en términos económicos y de mayor o menor vulnerabilidad ante las potencias energéticas, estamos viendo como, en la actualidad, ciertos actores comienzan a vincularse con socios hasta meses atrás impensados.

A la lista de reencuentros entre viejos conocidos que inauguró Estados Unidos acercándose nuevamente a Venezuela (al calor de la escasez de hidrocarburos, de los que Caracas tiene gran capacidad de explotación), en los últimos días presenciamos un nuevo capítulo, aún incipiente pero prometedor: la firma de un memorándum de entendimiento entre Israel y el Líbano relativo a las fronteras marítimas de estos países, quienes se encuentran formalmente en guerra. Se trata de una de las disputas de más larga data entre estos Estados de Medio Oriente, quienes, a partir del trabajo del mediador estadounidense Amos Hochstein, lograron un primer paso significativo. Las negociaciones tienen como objetivo acordar soberanía sobre un área de 860 kilómetros cuadrados que tanto Israel como Líbano reclaman como parte de sus respectivas Zonas Económicas Exclusivas. 

Si bien se trata de la piedra basal para temas de mayor envergadura en el futuro, hay que considerar que este es tan solo el primer paso de un proceso más largo. Por parte del gobierno israelí, aún resta la aprobación de su consejo de seguridad, luego del conjunto de gobierno y finalmente del Parlamento, quien también debe pronunciarse al respecto. Algo similar sucede para la confirmación libanesa.

Con la firma de este acuerdo geográfico y estratégico, otra de las cuestiones que se  destraba es la explotación de los yacimientos gasíferos en el Mediterráneo. El memorándum suscrito prevé dejar bajo control israelí el yacimiento de Karish, mientras que el Líbano explotaría el campo de gas de Qana, situado al noreste. Sin embargo, y como una parte de este último superará la delimitación fronteriza, Israel se llevaría parte de los beneficios de la explotación. En concreto, de confirmarse en todas las instancias, recibirá el 17% de los beneficios del gas que encuentre la empresa francesa Total, poseedora de la licencia libanesa. Para el traspaso de este porcentaje, oficiará de mediadora la compañía que detenta la concesión, para evitar el contacto entre los países formalmente en guerra.

Una novedad de este entendimiento entre las partes, cuyos vínculos diplomáticos son inexistentes, es que ambos lo calificaron como positivo en términos generales y, especialmente, por no haber tenido que renunciar a los objetivos impuestos. Según un comunicado enviado por el primer ministro Lapid, se trata de ”un logro histórico que fortalecerá la seguridad de Israel, inyectará miles de millones en la economía israelí y garantizará la estabilidad de nuestra frontera norte”. Mientras tanto, el presidente libanés Michel Aoun calificó al borrador como “satisfactorio”, en tanto “preserva los derechos del Líbano a su riqueza natural”. 

Este acuerdo, que fue viabilizado (aunque no impulsado) por Hezbolá, es un buen primer paso para el restablecimiento de vínculos entre ambos países pero de ningún modo significa paz en la región. Para que Israel firme un tratado de paz con el Líbano, también debe hacerlo con Siria, algo que por el momento parece improbable. Además, el texto tampoco implica una delimitación de las fronteras terrestres, separados únicamente por una “línea de repliegue” temporal decretada por la ONU en 2000, coincidiendo con la retirada de las fuerzas israelíes del sur del Líbano. 

El memorándum es, a la vez, un triunfo para la administración del presidente Biden.  Tras la firma de los Acuerdos de Abraham (2020) en los que Donald Trump ofició de mediador y se erigió como un pacificador de parte de Medio Oriente, el actual mandatario de Estados Unidos puede exhibir un inesperado pacto entre su gran aliado y un país donde la palabra del grupo Hezbolá es vital.

El anuncio se realizó en un contexto más que particular para ambos países. Por un lado, por la profunda crisis económica en el Líbano (una de las peores en su historia, cuyo origen data del 2019), además de la carencia de fuentes energéticas para proporcionar electricidad a su población. Por otro lado, sucede a pocos días de un recambio de autoridades en los dos Estados. El mandato del presidente libanés finaliza junto con el corriente mes de octubre, fecha para la cual el Parlamento debe haber elegido su sucesor (es una negociación que lleva infructuosamente casi 90 días). A esto se le suma la ausencia de un gabinete de ministros consolidado, en la medida en que el Premier no pudo formar gobierno, por lo que el país se acerca a un escenario de profunda incertidumbre (no existe una ley de acefalía que pueda subsanar la vacancia de autoridades ejecutivas). En tanto, Israel también se enfrenta a un proceso legislativo. El 1 de noviembre recurrirán a las urnas por quinta vez desde 2019, proceso en el cual el ex primer ministro Benjamin Netanyahu, junto con una alianza de derecha apoyada por grupos religiosos, tiene serias posibilidades de retornar al poder.

Por último, hay otros actores que también ven con buenos ojos la posibilidad de extracción de hidrocarburos en el mediterránteo. Se trata de los Estados europeos, en búsqueda frenética para diversificar sus fuentes de abastecimiento energético. En junio de este año, la Unión Europea suscribió un acuerdo con Israel para comenzar a recibir gas a través de las conexiones existentes con Egipto. Si bien el aporte que podría hacer el Estado judío a Europa es menor en términos de volumen (previo a las sanciones a Rusia consumía cerca de 400 mil millones de metros cúbicos al año y se estima que estos yacimientos que podrían entregar aproximadamente 75 mil millones), le sirve a la Unión para recortar la dependencia del gas ruso. 

A pesar de que la firma de este acuerdo sea la conclusión de un proceso prolongado y arduo en el que se involucraron numerosos actores con aún más diversos intereses, no hay dudas que el contexto internacional coadyuvó a que se arribe a condiciones que conforman a las partes, como así también a sus socios actuales y potenciales. Pareciera que, al final de cuentas, incluso en la guerra hay buenas noticias.

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