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Encuestadores o lobbistas

Tras las elecciones porteñas, los yerros de la mayoría de las encuestas permiten sospechar que eran intencionadas.

¿Incapaces al extremo de equivocarse groseramente una y otra vez, o, directamente, manipuladores a sueldo?

Sólo las respuestas a esos interrogantes podrían explicar el desempeño de encuestadores de opinión pública a los que el amplísimo triunfo de Mauricio Macri sobre Daniel Filmus dejó desairados, como personas que fueron puestas a realizar un trabajo del que poco y nada saben.

Lamentablemente, el yerro no es nuevo, sino uno más de una larga cadena, algunos de cuyos eslabones, por citar los más recientes y recordados, están bien presentes: las elecciones misioneras en las cuales el obispo Joaquín Piña impidió que Carlos Rovira, impulsado por Néstor Kirchner, accediera a una fórmula que podía permitirle perpetuarse en el poder; los comicios de renovación parlamentaria de 2009, en cuyo duelo cumbre Francisco de Narváez se impuso a la dupla Kirchner-Scioli en la provincia de Buenos Aires, y las recientes elecciones por la gobernación de Tierra del Fuego.

En todas ellas, ocurrió algo muy similar a lo que se observó en días recientes con los comicios porteños: los candidatos del kirchnerismo que hasta pocas horas antes del acto electoral aparecían imponiéndose, en algunos casos con largura, o cayendo por una magra diferencia, terminaron perdiendo con amplitud, como pierde la verdad en las mentirosas mediciones de inflación del Indec.

Lo grave y lo que mueve a la reflexión es que, con ligeras variantes, las consultoras que en el mejor de los casos se equivocaron son las que forman parte de un elenco estable muchas veces contratado por el Gobierno y que suele generar con la difusión de sus muestras la idea de que el candidato oficialista siempre va adelante, cómodamente adelante.

Y por si los yerros, monumentales a veces, vale la pena reiterar, no fueran suficientes para dejar al descubierto la situación, los encuestadores pasan después a asumir un rol de analistas políticos, para el que algunos están académicamente preparados, y van de canal de televisión en canal de televisión haciendo piruetas dignas del mejor equilibrista para explicar lo inexplicable y para intentar convencer a la audiencia, y quizá también a sus clientes, de que bajar del ring completamente magullado y casi imposibilitado de asistir al desquite no necesariamente debe ser visto como algo malo.

Un mero repaso de aquellos actos electorales y de algunos otros de menor repercusión permite ver que entre los que incurren en errores metodológicos no faltan la consultora Equis, de Artemio López; Analogías, de Analía del Franco; Ibarómetro, de Doris Capurro; Ricardo Rouvier & Asociados, de Ricardo Rouvier; OPSM, de Enrique Zuleta Puceiro, y CEOP, de Roberto Bacman, entre los que tienen más exposición. Y muchas veces, no siempre, con el Gobierno como cliente.

Por cierto, el de las encuestas no es un mundo de héroes y villanos. No existen las empresas que jamás se equivocan y que siempre trabajan por amor al arte, pero sí queda claro que otras consultoras han logrado últimamente un grado infinitamente mayor de confiabilidad, algo en lo cual quizá tenga mucho que ver el no tener como cliente a un gobierno opresor, como es el del kirchnerismo. Es el caso de Poliarquía, Management & Fit, Giacobbe y Asociados, Isonomía y Opinión Autenticada.

Está claro que, por sus modos de ejercer el poder y de ir tras un mundo a su medida, el kirchnerismo es un cliente muy particular. Eso explica que más de una vez alguno de sus contratados haya caído en el ridículo, inmolándose en público para dibujar números que la realidad de las urnas ya habían dejado atrás.

En algunos países, España y Estados Unidos, por ejemplo, es de rigor que un encuestador rápidamente informe quién lo contrató y para qué. Son sociedades no tan tolerantes a la mentira y al engaño.

Lo que ha venido ocurriendo con las encuestas es demasiado evidente como para que las partes interesadas sigan mirando hacia otro lado, en especial cuando se está frente a una serie de elecciones que culminarán con el gran acto de octubre. Entonces se elegirá un presidente de la República, lo cual permite suponer que la ciudadanía asistirá a un festival de todo tipo de números en el que el Gobierno hará valer, como lo ha venido haciendo, su condición de todopoderoso comprador.

Es exigible a los poderes y a las empresas encuestadoras una transparencia tal que permita saber quien encargó la medición y con qué dineros se paga. Pero no hay que soslayar que también el periodismo tiene una alta cuota de responsabilidad en lo que ha venido ocurriendo, y la posibilidad de ser una pieza importante para evitar que se siga estafando a la opinión pública.

Nadie se hace operar una rodilla por un cirujano cuyos pacientes casi siempre terminan quedando rengos. Es así de simple. Más allá de cualquier juicio de valor, con sólo tener el archivo a mano se puede saber quien merece espacio y quien no.