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El Teatro Colón otra vez burlado

La caída de la temporada es otra metáfora de la decadencia de Falstaff, ese personaje de Shakespeare en Las alegres comadres de Windsor, que fue noble y ahora está en ruinas, burlado, al borde del delito.

La temporada renga del Teatro Colón venía a los tumbos y se paralizó. La asamblea de los trabajadores en el escenario duró hasta el momento de abrir el telón durante la Función de Gala de Falstaff, la ópera de Verdi. El drama alcanzó su clímax. El director general saltó de su palco al proscenio para despedir al público escandalizado. "Váyanse a su casa".

La caída de la temporada era otra metáfora de la decadencia de Falstaff, ese personaje de Shakespeare en Las alegres comadres de Windsor, que fue noble y ahora está en ruinas, burlado, al borde del delito.

El director había acusado a los trabajadores de "piqueteros que cortan el escenario". Según él, "les molesta el teatro abierto" y boicotean su normal funcionamiento.

El delegado Parpagnoli preguntaba a su vez, "¿Es funcional este tipo de conflicto a algún sector del gobierno de la ciudad? Para los trabajadores, no. El discurso de la conciliación obligatoria se redujo al envío de un paritario a la asamblea. Ni siquiera conocía los montos de los sueldos. Necesitamos funcionarios idóneos y capacitados, y nos envían provocadores."

El problema no se reduce al reclamo salarial. En la función anterior y única de Falstaff, se desplegó un cartel recibido con aplausos y algunos abucheos. "Trabajadores del TC en lucha". Un cantante del coro expresó el malestar ante la falta de diálogo con el director y el jefe de gobierno. Pidió un minuto de silencio que fue cumplido por el teatro en pleno, con la orquesta de pie, a lo que siguió una ovación. 

Pero la incomunicación prosiguió hasta el detonante de la función de gala, un fiasco.
Ese público no fue prevenido con antelación de los acontecimientos. Sin conocimiento de causa, descargó su bronca sobre "los gremialistas". ¿Frustración para quienes ostentan la violencia simbólica en el teatro majestuoso? ¿Revancha de los humillados y ofendidos?
La escalada de la incomunicación responde a los intereses en juego y a contradicciones que llegaron al franco antagonismo desde la asunción del hijo de Franco.

El viernes pasado, al mediodía, se manifestaron las orquestas Filarmónica y Estable en las puertas del Teatro. Mientras tanto, el Cuerpo de Baile ensayaba para su función de protesta en el Cervantes, ya que el director general levantó la temporada de ballet. El detonante había sido el estado de los pisos del escenario y de las salas de ensayo, lo que ocasionó lesiones a 15 bailarines, La primera bailarina no fue recibida. El fallo de un juez conminó al gobierno de la ciudad a reparar los pisos en un plazo de cinco días.

Durante el concierto en la calle escuchamos a los músicos y profesores de las orquestas, entre ellos había concertinos y solistas reconocidos internacionalmente. Denunciaron el maltrato y las malas condiciones de trabajo, igual que los bailarines y el personal escenotécnico y administrativo. En el foso de la orquesta falla la iluminación en los capuchones de los atriles y a un violinista le cayó un panel de la baranda. La sensación acústica en el foso no es la  misma. La madera que cambiaron perjudicó la vibración.

Una hora más tarde, los periodistas y críticos serían sorprendi dos en la conferencia de prensa convocada en la jefatura de gobierno, donde el director del Teatro Colón tiene su despacho. Se acusó a "un grupo reducido" que violó acuerdos para dialogar y tomó al público como rehén, impidiendo la función de gala. Se trataría de "un grupo profesional bien preparado. Serán sancionados con todo el peso de la ley", sentenció. Para la gente de prensa, no eran creíbles esas palabras, después de haber escuchado antes a los músicos en la puerta del teatro.

Resultaba increíble que un grupito impidiese a los músicos acceder al foso de la orquesta.
"Ellos no tienen proyecto de teatro. Nosotros, sí.", aseguró García Caffi. ¿Será el de la privatización?

Conocidas las medidas punitivas, el lunes pasado se realizó la más numerosa de las convocatorias de los trabajadores en las puertas del teatro. Más de 400 personas escucharon adhesiones de otros teatros del país y de la Scala de Milán. Se notó la presencia de un amplio espectro periodístico, legislativo y político. Se denunció la penalización de la protesta y la criminalización de los involucrados. "El único impedimento para el acuerdo es García Caffi, que persigue a los cuerpos internos, incluido el ballet y el sector escenotécnico", dijo el representante de ATE.

Otra queja de los artistas y del personal apunta al dispositivo de seguridad, la vigilancia contratada, parte de la tercerización. Un teatro convertido en "una fortaleza", controles y cámaras que apuntan al interior. Se calcula en 9 millones de pesos el gasto de seguridad.

El conflicto no se reduce al plano gremial. Es cultural y político. Durante la visita de Barenboim con La Scala de Milán, hubo una conferencia de prensa entre los delegados del Colón y la Scala. En una declaración conjunta, señalaron la pugna de dos modelos de teatro. El único modelo exitoso en la relación inversión económica–rédito social es el sistema de producción propia, ya que favorece más funciones por título, y acrecienta el repertorio, cuyos derechos permanecen en las instituciones. Cuestionaron los modelos de administración y gestión cultural que externalizan las actividades y tercerizan las prestaciones. Condenaron la precarización de los contratos, la ausencia de concursos, la falta de paritarias y la utilización espuria de los espacios, lo que desvirtúa la función de los teatros. Esto provocará la pérdida de los planteles profesionales, artísticos, técnicos y administrativos. Este vaciamiento convertirá a los teatros en meros edificios históricos pasibles de ser usados como lujosas salas de alquiler. La cultura y sus instituciones, como fuente de negocios y lucro. Lanzaron un llamamiento para garantizar políticas de Estado en la sociedad democrática.

La desinformación, las omisiones y la tergiversación mediática acompañaron a la reapertura del Colón. La situación real no había trascendido al público y a la ciudadanía. La invisibilidad del atropello al patrimonio tangible e intangible se debía en gran medida a la complicidad del principal multimedios, socio y sponsor de los negocios con fondos públicos en el Teatro Colón. A un mes de la reapertura, comenzó un ciclo de debates sobre la crisis y el conflicto en el teatro.

Esa discusión quedó abierta y debe adquirir mayor estado público, con participación de la sociedad civil, el periodismo, la legislatura, el público habitué y los sectores interesados en la renovación del arte y la cultura. Y se abrió una brecha en la maraña de la desinformación. Hasta en los medios tradicionales, para no perder credibilidad, comenzó a visibilizarse el verdadero aspecto del coliseo porteño, como un Falstaff golpeado en la noche de Walpurgis, ese aquelarre donde la codicia arranca su tajada. El filón público donde atropellaron ingenieros y arquitectos, profesionales con una gama amplia de complicidades. Funcionarios y directivos detrás del negocio de los contratos, las representaciones, los sponsor y la publicidad. La restauración conservativa costó 120 millones de dólares. Pero los camarines de las bailarinas se acortaron en aras de una confitería y se inundan cuando llueve. Los talleres fueron achicados y destruidos. ¿Y el subsuelo?  El Colón hace agua y el presupuesto solicitado para el año próximo por el Ente Autárquico TC es de 185 millones, cuando falta completar gran parte de la intervención agresiva sobre el patrimonio.