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El mejor amor es el que no fue

Todos tenemos un amor que llegó "hasta ahí" y sencillamente no fue.

Por Cristina Wargon

@CWargon

Las mujeres en particular nos acordamos con rencor de aquel que por motivos pocos claros, retrocedió entre explicaciones confusas y nos encendemos en furia cuando el susodicho optó por desvanecerse en la nada, tras una maraña de teléfonos que no respondían. Reconozco que a veces desaparecemos nosotras (pero eso que lo escriban ellos).

Sin embargo, vaya mi cariñoso recuerdo para todo aquel "que no fue", y en el lugar de su presencia dejó un blanco para pintarlo a nuestro antojo y nuestra embellecedora imaginación.

Ya ni me acuerdo de las caras de los señores que "no fueron" en mi vida pero en mi imaginación los veo guapos, sonrientes, siempre tranquilos y voluntariosos para las lides del amor. Es posible que ahora estén arrugaditos, malhumorados y desayunen con viagra. Pero, obvio, ese es un problema para las que se los llevaron.

Sus imágenes se enaltecen en la comparación de los que sí fueron, porque  sobre ellos no ha caído la ceniza de la rutina, no recuerdo de ellos la ropa tirada en el baño, las cuentas para pagar, los sinsabores de las suegras, ni los cuernos que eventualmente me pusieron.

Quiero citar como ejemplo extremo una carta de amor de Enrique VIII a Ana Bolena, cuando él todavía "no era": "Mi amada amiga: mi corazón y mi persona se rinden ante ti... te envío mi retrato, embutido en un brazalete, deseando poder estar en su lugar, si es que el regalo es de tu agrado. Tu fiel servidor y amigo, HR".

 

Ni el tiempo ni la traducción han podido disimular que al feroz Enrique le temblaban las piernas. Estaba a un tris de ser un señor "que no fue", sólo bastaba un gentil "no" de ella para caer de trasero en esa categoría, pero ¡Ay de Ana, tentada la moza por el retrato, aunque me temo que más por el brazalete, dijo sí. El señor "fue" y al final... ¡¡le cortó la cabeza el muy guanaco!!

María Walewska también tuvo la oportunidad de dejar en la categoría del "no fue", al mismísimo Napoleón. Una polaca de origen humilde (quizás prima mía) casada con un conde muy mayor con el que vivía apaciblemente, hasta que, cubierto de gloria y envuelto en la triunfante bandera francesa, apareció el enano en Varsovia. Verla y morir de amor fue una sola cosa, aunque como se sabe Napoleón era muy adicto a esas muertes. Pero la polaca era de una decencia a toda prueba (pensándolo bien quizás no era mi prima) y la historia registra al menos dos desaires de la moza. Leamos por favor esta encendida cartita de él: "Oh! Dé un poco de alegría a un pobre corazón que esta pronto a adorarla, ¿es tan difícil obtener una respuesta? Me debe usted dos. Napoleón"

 

Finalmente ella cedió y se lanzó a su desdichadísimo destino.

Si  estos dos personajes no hubieran sido más que una sombra en las vidas de esas muchachas, quizás estas damas podrían haberse juntado en un te imaginario y chusmeado: "¿Sabés que un rey quiso casarse conmigo? o ¡Y yo con Napoleón ni te cuento!".

 

Aunque recuerdo con cierta pena que nunca hubo un rey ni un Napoleón, en mi modesta vida, el resultado sigue siendo igual: hombre que no es, sirve para las mas bellas de las fantasías.