DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

El horror económico

*Por J.F. Marguch. En el año 1996, la ensayista francesa Viviane Forrester publicó un pequeño gran libro que preanunciaba la grave crisis actual de la economía globalizada.

n el año 1996, la ensayista francesa Viviane Forrester publicó un pequeño gran libro que preanunciaba la grave crisis actual de la economía globalizada y denunciaba la ominosa transformación del trabajo humano en la principal variable de ajuste de los países con problemas presupuestarios crónicos y endeudamientos incontenibles. La obra se llamaba, muy acertadamente, El horror económico y tuvo tirajes millonarios.

A 15 años de su aparición, la lectura de ese texto sigue causando indignación por la ceguera e imbecilidad generalizada de la clase política, en particular de las izquierdas, cuyos patrimonios ideológicos históricos tienen, con mayor o menor riqueza, teorías esencialmente económicas: el marxismo y la socialdemocracia.

Se suponía que podrían resistir mejor el avance del neoliberalismo, pero fueron las primeras en claudicar. Con Willy Brandt, Felipe González, Mario Soares y François Mitterrand a la cabeza, entregaron a los mercados las llaves de las ciudadelas socioeconómicas de sus respectivos países.

Formas de inhumanidad. Forrester sostenía que la ofensiva neoliberal, degenerada en neoconservadurismo, apoyada en la revolución tecnológica de la robótica y la informática, destruyó la tradicional importancia del trabajo humano en la creación de la riqueza de las naciones.

La consecuencia inmediata fue, lógicamente (con perversión de la lógica), la precarización laboral y el desempleo. Casualmente, los principales costos sociales de la crisis de nuestro tiempo.

Pero lo que la autora no podía prever era la inhumanidad que encerraba esa transformación, la irracionalidad y la barbarie de los ajustes que implicaba la globalización ejecutada en nombre de un eficientismo que, se decía y aún se dice, traería un manejo austero de los recursos financieros.

Para ello, la fórmula que prometía beneficios inmediatos era la jibarización del Estado. Uno a uno, fueron desmontados los sectores claves del llamado Estado de bienestar, esa bestia negra causante, según los neoconservadores, de todos los males de la humanidad, desde Otto von Bismarck, su creador, en adelante.

Destrucción masiva. El resultado de esa teoría fue la destrucción de una generación entera, sobre todo de los jóvenes, que aportan prácticamente la mitad de las legiones de excluidos del mundo.

Quienes cruzaron el meridiano del medio siglo de vida y han sido expulsados del trabajo tienen escasas o nulas posibilidades de reinserción, ni siquiera siguiendo cursos de adiestramiento para desempeñar nuevos oficios, que, por lo demás, fueron borrados de los programas de reincorporación del cesante a las fuerzas laborales.

Porque las amputaciones presupuestarias más duras se aplican a los programas asistenciales, educativos y culturales.

La juventud aporta a ese drama su propia generación quemada, sobre todo si es inmigrante en países del occidente de Europa y, peor aun, si profesa el Islam.

Un bárbaro al poder. Si hay alguien en estos días que encarna la inhumanidad y barbarie de los ajustes es el flamante presidente del gobierno español, Mariano Rajoy.

Desde que juró su cargo, el 21 de diciembre de 2011, perpetra recortes presupuestarios que, a pesar de sus apelaciones al equilibrio fiscal y a la reducción del endeudamiento, son una de las peores facetas del horror económico.

Sucede que al ser trasladados esos principios a la realidad han diseminado la desesperanza y, al igual que en Grecia (como acaba de denunciarlo Mario Monti, primer ministro de Italia y una de las principales espadas del mercadismo, que comienza a adquirir una llamativa conciencia política), la vida misma se ha convertido en una sobrecarga para aquellos que son marginados.
Hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense, que detonó la crisis financiera internacional, España tuvo un comportamiento bastante aceptable con respecto a los inmigrantes, documentados o no.

Es verdad que abundaron empresarios que aprovechan a los indocumentados para exprimirlos sometiéndolos a condiciones de trabajo cercanas a la semiesclavitud.

Pero ahora es el propio Estado el que acomete con mayor ferocidad contra ellos, apoyándose en las mefíticas excrecencias del colapso económico: xenofobia, racismo, intolerancia (focalizada en la islamofobia).

Una regresión. La última hazaña de Rajoy es el anuncio de que cancelará la tarjeta sanitaria de 153.469 inmigrantes en el término de dos años.

Para seguir teniendo acceso a ella, y poder recibir así asistencia médica primaria y medicamentos, los trabajadores extranjeros deberán inscribirse en la Seguridad Social, lo que permitirá al gobierno hispano oponer todo tipo de trabas burocráticas para realizar esa inscripción.

De hecho, la obtención del DNI, un requisito básico, se arrastra actualmente durante varios años.

Según denunciaron organizaciones no gubernamentales opuestas a la iniciativa gubernamental, los inmigrantes causan menos gastos en salud que los españoles, y no suponen una carga para la deteriorada economía del reino.

Pese a ello, la pérdida de la tarjeta provocará la interrupción de atención médica y la provisión de medicamentos requeridos por enfermedades crónicas o de tratamiento prolongado, y esto puede ser catastrófico en caso de epidemias.

El decreto –que está a punto de sancionarse– supone una regresión, porque será una vuelta a la década de 1980, cuando los extranjeros indocumentados tenían acceso reducido al sistema nacional de salud.

Circo sin pan. ¿Cuánto ahorrará el Estado con este horror económico? No más de 240 millones de euros, una cifra ridículamente baja si se la compara con el volumen total de la economía española.

Peor aun si se la compara con las evasiones fiscales de, por ejemplo, los clubes de fútbol. El Atlético de Madrid debe al Estado 155 millones de euros; el Barcelona, 48 millones; el Betis, 35 millones; el Zaragoza, 33 millones.

Solamente el Real Madrid y otros cinco clubes cumplen con sus obligaciones tributarias. Para el fútbol hay una tolerancia que ya no se dispensa al extranjero indocumentado.
¿Lo de siempre, "pan y circo"? No, porque España es ahora un circo sin pan para millones de excluidos.

Y nadie puede creer que "pan y circo", o fútbol para todos, sea una humanitaria política de Estado.