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El hijo de los cuarenta

Para muchas mujeres llegar a los 40 es crucial; desgarradas entre la menopausia y aburrimiento, a veces optan por tener un hijo.

Para muchas mujeres llegar a los 40 es crucial; desgarradas entre la menopausia incierta y el aburrimiento cierto, entre aprender bonsay o divorciarse, a veces optan por tener un hijo.  La elección es agotadora, pero pareciera que gratificante.  Lo que ocurre con "ellas" será tema de otra historia; valga por hoy detenerse en "el", el demoledor hijo de los cuarenta.  Veámoslo accionar en una visita aciaga.  Fue un domingo, día por excelencia dedicado al apolillo, cuando a las diez de la mañana alguien me levantó las frazadas, me sometió a un prolijo análisis y luego con candorosa voz de cuatro añitos preguntó: "¿Esto es una abuela?". ¡Qué te tiró de las patas!

La madre que los parió

Les aseguro que se trata de una buena amiga, pero no existen las amigas perfectas, y ésta, en el rubro de las imperfecciones, luce seis hijos en su solapa.  Venía de visita con el menor, el hijo de los cuarenta.  Y si considero que todo niño es peligroso por definición y esencia, éstos suelen ser la ruina total.

Las escasas ínfulas pedagógicas que alguna vez supo tener su madre habían desaparecido totalmente frente a este animalito del Señor.  Su extrema veteranía en el tema la había llevado a un desinterés absoluto por el crío, adobado con arrebatos de idolatría inexplicables y una perversa tendencia a reírse cuando la ocasión sugería exactamente lo contrario.  He aquí la típica madre cuarentona mezcla de abuela prematura con ovulación tardía.

No contribuía a la mejor hechura del diminuto vándalo la influencia evidente de hermanos mayores que, como también es folklore, suelen deslizarse desde una pedagogía espartana a los extremos vicios del hedonismo.  Entre ellos siempre hay uno a quien se le da por enseñarle a saludar cual un cortesano del siglo XV, mientras otro le inculca que lo mejor que se puede hacer con una anciana es pasarla a cuchillo.  Un tercero le enseña los rudimentos del karate mientras las hermanas mujeres, en los momentos en que no quieren desnucarlo, lo vuelven un presumido total alabándole las pestañas y

festejándole sus monerías más ruines.

En fin, ese era el cuadro de la situación, así que comprendí que nada bueno podría esperar de la madre y cualquier hecatombe, podría devenir del niño.

La pequeña historia  es larga y por supuesto , continuará