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El fracaso de Osama Bin Laden

* Por Emilio Cárdenas. Después de casi diez años de escapar constantemente a una persecución realmente tan tenaz como implacable, Osama Bin Laden encontró finalmente la muerte.

Como era previsible, las fuerzas armadas norteamericanas lo ubicaron en la ciudad residencial de Abbottabad, al norte de Islamabad y al intentar capturarlo, ante la resistencia que opusiera, terminaron con su vida.

Así el terrorista más buscado del mundo, idealizado por algunos por predicar -desde el fanatismo- la violencia, sembrar el odio y atentar inhumanamente -y con la peor de las crueldades- contra la vida de miles de civiles inocentes, tuvo que hacerse cargo -tardía pero inexorablemente- de sus responsabilidades.

Sus recetas, las de la violencia más aberrante, no prendieron sino fugazmente y minoritariamente en algunos pocos en el mundo árabe. Porque es difícil abrazar la violencia. No obstante, por algunos años hubo ciertamente quienes creyeron en su prédica asesina como vía para liberar al mundo árabe y lo tuvieron como héroe. Sin perturbarse, ni estremecerse de espanto, ante los tres mil muertos provocados por el atentado del 11 de septiembre de 2001.

Ocurre que en su derredor, esas muertes parecían inevitables. El propio comunicado emitido por el gobierno de Pakistán luego de su deceso, nos recuerda que, desde su llegada a ese país, murieron más de 30.000 civiles inocentes y unos 5.000 integrantes de las fuerzas armadas paquistaníes. Y no hay que olvidar a la mayoría shiita de Irak sabe bien lo que significa la ola de destrucción y muerte que fuera capaz de sembrar Al-Qaeda en sus ciudades y no la olvida.

Hoy la prédica de Bin Laden parece haber sido reemplazada en el mundo árabe por el accionar de miles de jóvenes tan idealistas como valientes que, en cambio, eligen el camino de la no-violencia, el de la protesta pacífica. Y han conseguido así derrocar, en Túnez y Egipto, nada menos que a Ben Alí y Hosni Mubarak, dos de los enemigos más notorios que Bin Laden procurara destruir por el camino de la violencia, infructuosamente. En rigor, tan sólo logró que sus intentos fueran utilizados por ambos ex presidentes autoritarios para permanecer en el poder, negar a sus pueblos las libertades individuales y justificar sus propias violaciones de los derechos humanos.

El camino del cambio requiere el coraje de animarse a salir desarmados a las calles para, desde allí, reclamar mayores libertades y un futuro más digno, sin utilizar las mismas armas del autoritarismo, las que siembran la violencia. Sin ánimo de venganza. Sin búsqueda de revanchas. Sin matar y dañar a mansalva. Mirando más al futuro que al pasado.

Las revueltas que conmueven al mundo árabe parecieran entonces pertenecer a una clase diferente de revolución. Distinta, pero tenaz y audaz a la vez. Aunque no inhumana. Basada en la esperanza y no en el resentimiento. En la búsqueda de un futuro distinto, por oposición a reaccionar con violencia contra un pasado que se considera injusto. Desde las ideas y la acción en el plano de la política y no desde el uso indiscriminado de la fuerza, caiga quien caiga. Sin abrazar los extremismos, ni caer en el fanatismo. Con la razón y la verdad como sustitutos de las armas o las bombas.

No obstante, lo cierto es que Al-Qaeda no está vencida. Para nada. Sigue siendo una peligrosa realidad respecto de la cual es necesario mantener en alerta, en todas partes. También en la Argentina, que ha conocido el salvajismo de la violencia fanática. Al-Qaeda tiene entre sus líderes a otro hombre quizás menos carismático, pero probablemente aún más peligroso que Osama Bin Laden. Me refiero al médico egipcio, Ayman al-Zawahiri, que paradójicamente radicalizara sus convicciones en las prisiones del régimen de Mubarak que ya ha sido derribado, pero por la vía pacífica.

La lucha contra el terrorismo continúa y es tarea de todos. Las computadoras incautadas en el operativo, como en el caso de Colombia, pueden ayudar a encontrar a otros delincuentes que militan en Al-Qaeda, tan a más peligrosos que el líder caído. Pero lo cierto es que nadie está fuera del alcance de los odios inhumanos que inspiran el accionar de Al-Qaeda; ni de la crueldad irracional de sus atentados, lo que no debe jamás olvidarse. Porque, en nuestro caso particular, sabemos bien, por experiencia, cual es el costo de hacerlo.