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El día que mi hija robó un bebé - Segunda parte

Según afirma mi filósofa de cabecera Mirtha Legrand: el público se renueva, valga entonces un resumen de lo ocurrido.

Vivíamos en Córdoba, mis dos hijos eran adolescentes y mi hija quería, con toda la fuerza de sus briosos catorce años, viajar sola a Buenos Aires para un festival de rock. Por entonces yo estaba divorciada a cargo de las dos bestezuelas, ganándome el pan con el sudor de mis dedos y cuidando desesperadamente los centavitos. Esto último precisamente había sido mi argumento, que creía imbatible. ¡No tenemos plata para ese viaje y basta de discusiones! ...Como esta nota pretende ser didáctica. Va un consejo de oro, no discutan jamás con un tierno borrego en formación... ¡Péguenle!

Me había relajado. ¿Alguien conoce un argumento mas fulmíneo que estar sin un peso? ¡Sí, mi hija!

Luz Cámara Acción!!!

Estábamos cenando...¡adivinaron!, otra pizza (la escasez, unida a la falta de ingenio culinario, siempre da como resultado prepizza recalentada) Cuando la Negra luciendo su mejor cara de arcángel posando para una catedral preguntó:

-¿No es cierto mami que vos nos enseñaste que las cosas son de quién más las quiere?

Rebusqué en mi memoria y allí estaba. La frase originalmente provenía de Hemingway (creo), y es un bello concepto que, en términos generales exalta el amor. Temblé y esperé lo peor: ¿Qué podía haber hecho la muy ladina basándose en tan hermosas palabras?

-Sí- musité.

-Bueno, ¿te acordás que me dijiste que no había plata para que viajara al Festival? - la Negra tenía una expresión temiblemente serena, de esas que una ve en las películas de Las Vegas cuando un fullero ha ligado una escalera real servida. Las manos comenzaron a sudarme y se me cayó una aceituna al piso para alegría de Hermeto, nuestro gato, que sentía una descontrolada pasión por las aceitunas.

-¿Y? pregunté, calculando velozmente para que lado me iba a caer cuando me desmayara.

-¿Te acordás que la tía Michi me regaló una medalla de oro para el bautismo?

Lamentablemente me acordaba, del bautismo y de la tía Michi. El primero había sido impuesto por su padre y contra mi voluntad. Cuando estaba casada, -pensé con ira-, yo no tenía el menor control sobre la educación de mis criaturas, en cambio ahora de divorciada - me detuve y reflexioné un instante- ahora directamente ¡no tenía control sobre nada! El descubrimiento me deprimió casi tanto como evocar a mi ex marido pero guardé silencio . Según había leído en todas las revistas sobre el tema era clarito que decir una indirecta como "el hijo de puta de tu viejo" era terriblemente perjudicial para los niños. Así que siempre intentando cumplir con la pedagogía me silencié lo que pensaba sobre su papá. Me limité sobriamente a preguntar:

-¿Y qué pasa con tu medalla de bautismo?

-¡La vendí y me saqué el pasaje a Buenos Aires en tren!

No fue exactamente un desmayo. Solo caí sobre Hermeto, que se tragó el carozo de aceituna y durante mucho tiempo me miró con ojos de reproche. La muy maldita se había agarrado de mi parte agnóstica y ciertas cuestiones pendientes con la tía , para consumar su delito. ¿Delito? ¿Acaso la medalla no le pertenecía legítimamente y a mi me importaba un cuerno? Algo había quedado claro: el viaje estaba en marcha. Y todos entre el temor, mi protesta y su alegría triunfante nos acercábamos a la tragedia... el robo del bebé nos esperaba en ese horizonte que no alcanzábamos a ver. ( Continuará)