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El altar a Cámpora, la pelea con Macri

*Por Eduardo Van Der Kooy. Otro paso de Cristina hacia su reelección. Pero con un teatro diferente: la juventud, asimilada a la de los 70, organizaciones sociales y una presencia peronista raleada.

Señales de hacia donde iría. Los K intentan quebrar la alianza del PJ disidente con el jefe de Gobierno porteño.

Cristina Fernández y el kirchnerismo se dieron el viernes otro gusto. Convirtieron los 49 días turbulentos que debió gobernar en los 70 Héctor Cámpora en una liturgia peronista tan válida para ellos, quizá, como el memorable 17 de Octubre.

Equipararon ese pequeño tránsito político a un verdadero proceso histórico, con supuestos rasgos de épica y coraje. Mecharon en dosis abundantes la realidad con la ficción , como lo han hecho en estos años de Gobierno y de poder. Con ese telón de fondo, la Presidenta dio otro paso en la búsqueda de su reelección.

El kirchnerismo parece enamorado, sobre todo, de la retórica y la nostalgia de esos tiempos lejanos. Aquella retórica no tiene nada que ver con el mundo de este siglo ("Patria sí, colonia no", fue un cántico apolillado que sonó en Huracán). La nostalgia, más allá de la inevitable que provoca el simple paso de la vida, resultaría también difícil de entender. La llegada de Cámpora representó una fugaz felicidad colectiva porque puso epílogo a una dictadura. Pero fue, a la vez, el inicio de la incubación de una tragedia que se plasmó con el golpe del 76. Entonces ¿por qué razón la invocación y la exaltación? El peronismo siempre ha estado cruzado por reinvenciones y misterios

El camporismo de hoy forma parte de una reinvención. El misterio consiste en saber cómo hará Cristina para conciliar en campaña electoral esa nueva corriente con el viejo PJ que, sin dudas, le dispensa desconfianza . Hay otro misterio: cómo serán superadas las fricciones que hubo en la previa al acto de Huracán entre el Movimiento Evita, que movilizó la mayoría de la gente, y dirigentes de La Cámpora que intentaron coparlo.

Allí no se agotarían las dudas. Cristina llamó a los jóvenes a la concordia y a ampliar las bases del kirchnerismo. Las mismas palabras que tantas veces utilizó su marido para crear la transversalidad y la concertación, luego echadas a un cesto. La Presidenta reclamó también evitar los sectarismos, pero al hacer un repaso de la historia argentina, sólo habló de Juan Perón, de Néstor Kirchner y de ella misma.

Perón eligió a Cámpora sólo por su fidelidad y moderación. Lo ladeó con un dirigente de conservadurismo acérrimo, Vicente Solano Lima. La dupla ungida por el viejo general apuntó, con justeza, a marcar límites para la puja interna que sostenían en el partido los sectores juveniles, que promovían una indescifrable vía al socialismo, y la dirigencia histórica, que simpatizaba con los orígenes peronistas. También con muchas de sus peores mañas. Perón puso fin a la incertidumbre cuando regresó al país y desplazó del trono a Cámpora.

Lo hizo sin demasiada compasión.

Una mañana, a poco de su arribo, llamó al propio gabinete de Cámpora a su casa de Gaspar Campos. Fueron todos los ministros con excepción de Esteban Righi –ahora procurador de la Nación– y el entonces canciller Juan Carlos Puig. Cámpora entendió que debía dar un paso al costado, y al poco tiempo lo dio. Otra paradoja entre el pasado y el presente. Juan Manuel Abal Medina (padre), como secretario General del PJ, fue el primero en reclamar la renuncia de Cámpora cuando Perón volvió. Su hijo, también llamado Juan Manuel, es hoy funcionario con influencia creciente en el gobierno de Cristina, reivindicador del ex presidente setentista y puente con La Cámpora.

El camporismo nació como expresión política cuando los Kirchner llegaron al poder. Pareció, en principio, un reflejo emotivo que, sin embargo, sirvió para articular alianzas con organizaciones sociales, piqueteras, de derechos humanos y grupos de dirigentes a la deriva. Esa amalgama se utilizó como herramienta revisionista. Aunque fue, en especial, un modo de cimentar el poder del ciclo K. La única identidad del conglomerado con el ex presidente de 49 días podría pasar por el reconocimiento de su partida en silencio y haber sabido soportar con entereza el refugio al que lo condenó la dictadura, hasta su muerte.

Aquel origen improvisado y ambiguo del camporismo ayudaría a explicar algunas confusiones de este tiempo. Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, cobijado ahora por los jóvenes cuando su vida política estuvo atada al viejo peronismo bonaerense, que rendía sólo pleitesías a Perón. O Amado Boudou, el ministro de Economía, un cuarentón largo, que corteja a una juventud que probablemente ignore su pertenencia a la ortodoxia económica, mutada de repente.

Habría otras asimetrías claras entre aquella juventud que se esperanzó con Cámpora y los muchachos que siguen a Cristina. La JP veía al poder administrativo como una tierra casi ajena . Prefería bascular a manera de puntal externo, con un afán más movimientista que partidario. El crecimiento de La Cámpora, en cambio, responde a su inserción en distintos estamentos del Estado . En empresas y ministerios clave. Quizá, menor arrojo militante que sus precursores pero, con seguridad, mejor remunerado.

Esa juventud camporista siempre fue tenida en cuenta por Kirchner. Pero el ex presidente sabía que para cualquier ingeniería electoral requería de gobernadores, intendentes y sindicalistas. De hecho, luego de caer en las legislativas del 2009 se atrincheró con todos ellos. Cristina intenta variar esa ecuación amparada en el envión social que le otorgó la muerte de su esposo. La Cámpora ha crecido en participación política acicateada por la propia Presidenta y funcionarios de parecido paladar. Nilda Garré, Carlos Zanini y Alicia Kirchner figuran, en ese aspecto, a la cabeza. La ola cobra una altura impensada: existe en ese círculo quienes promoverían a alguno de los jóvenes –¿Abal Medina, Pedro Cabandié, Andrés Larroque?– para acompañar a Cristina en la fórmula presidencial.

Esa juventud es la que no concibe, ahora mismo, otra candidatura que la de Cristina. Es también la que alienta la jugada de un aliado en Buenos Aires, el diputado Martín Sabbatella, para acotarle las posibilidades a Daniel Scioli. De esa usina, además, nacieron los rumores sobre una reforma constitucional para permitirle en el 2015 otro turno a Cristina, como si octubre ya hubiera pasado. La Presidenta los desautorizó porque no era la ocasión.

La oportunidad, simplemente, es también lo que aguarda Cristina para comunicar su candidatura . La oportunidad no llegará antes de fines de mayo porque el ministro Florencio Randazzo aclaró que el tiempo legal para presentarlas vence recién el 24 de junio. La incertidumbre, aunque no sea tal, es otro enredo para la oposición.

El kirchnerismo ha dejado por ahora tranquilos a los radicales, aunque sueña con darle una sorpresa en las elecciones de hoy en Catamarca. Después de pactar una tregua con Scioli pareció volver sobre Mauricio Macri. El jefe porteño estaba por salir de su indecisión política y progresar con su candidatura presidencial cuando volvieron las ocupaciones en la Ciudad . Y volvieron también los encontronazos con el Gobierno.

Hay una cronología que resulta imposible soslayar. La semana pasada la jueza María Cristina Nazar determinó que la toma del Parque Indoamericano, en diciembre pasado, no fue delito y archivó la causa.

Impuso el criterio –melodioso para los K– acerca de que donde hay una necesidad hay también un derecho . Pocos días después hubo intentos de ocupaciones frustradas y otras concretadas, como las viviendas de Villa Soldati. ¿Podría existir algún vínculo político oculto entre una cosa y la otra? Las miradas del macrismo divergen: hay quienes creen detectar influencia K sobre Nazar; otros opinan que se trata de una jueza sencillamente incompetente.

El fallo de Nazar tuvo otras consecuencias. Sirvió para que cayera un pedido del Ministerio Público Fiscal que ordenaba la detención de seis personas que habían estado involucradas en la ocupación del Indoamericano. Entre ellos, por lo menos, un par de punteros kirchneristas. Varios de esos punteros, según la información macrista, estuvieron ahora en la toma de casas de Villa Soldati. Algunos testimonios de los ocupantes parecieron dejar huellas: "No estamos cometiendo ningún delito" , declararon ante las cámaras de televisión.

Las convulsiones regresaron en un momento en que Macri debe definir tres claves políticas . Su sistema de alianza con el peronismo federal, donde la diáspora siempre prevalece sobre la unidad. El broche para que Francisco De Narváez termine siendo el candidato en Buenos Aires, donde ya venció a Kirchner. La definición de la estrategia electoral en Capital: ¿debe llevar la elección en el distrito el mismo día que las presidenciales? ¿O debe anticiparlas? Una victoria antes de octubre ayudaría a su candidatura. Parece claro que la base del armado del jefe porteño descansa en Capital y Buenos Aires.

El kirchnerismo lo sabe y procede.

Desparrama tres candidatos en Capital y sumará un cuarto, el diputado aliado Carlos Heller.

De Narváez suele ser hostilizado cada vez que recorre el conurbano.

Esos hechos poco tienen que ver con sus palabras. Los K han lanzado una formidable campaña para instalar que el triunfo de Cristina sería, a siete meses de los comicios, irreversible . El Gobierno exacerba su molestia con Washington por el avión que trajo pertrechos para entrenar a policías. Aunque la Justicia falló la inexistencia de delito en ese episodio y archivó la causa.

Es el otro relato sobre la realidad, que el kirchnerismo siempre tiene a flor de labio.