DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Domicilio privado

*Por Ángel Stival. La película del joven director italiano Saverio Costanzo (Roma, 1975), es siempre un placer. Pero podría ser también un deber. Ángel Stival.

Más en estos días, en los que el recinto de deliberaciones de las Naciones Unidas en Nueva York asiste a la repetición de discursos ampulosos y hasta cínicos acerca de los derechos de los pueblos y de la igualdad de las naciones, mientras, a la hora de los bifes, Estados Unidos e Israel pretenden que Palestina lave los trapitos sucios en casa antes de ser reconocido como miembro pleno del organismo mundial.

Cuesta comprender que un pueblo errante como el judío condene a esa penuria a otro.

Cuesta también, mucho más de lo que se piensa, mirar de cerca, aproximarse sin prejuicios a ciertas realidades de las que los medios suelen transmitirnos imágenes muy generales y tan repetidas como los discursos en la ONU. De atentados que dejan escombros e incendios y misiles que no dejan nada. Pero los dos matan gente, hombres, mujeres, niños, en cantidad.

Domicilio privado , película de 2004, lo hace. Mira de cerca a israelíes y palestinos, los aproxima como personas de carne y hueso que tienen sexo y edad y dudan, discuten, pelean, aman y odian. Es una mirada doméstica que, en lo esencial, muestra lo absurdo como natural: soldados israelíes que ocupan el piso superior del domicilio de un profesor palestino y confinan a la familia al piso inferior. Hay roces brutales en los días que dura la ocupación, pero también complicidades, acercamientos y una variada gama de reacciones humanas.

"Las cápsulas de gases lacrimógenos vuelan como moscas. Salen de todos lados. Veo cómo dos cápsulas se chocan en el aire y caen sobre unos periodistas. Las piedras caen como si vinieran del cielo. Hay varias cubiertas encendidas y un viento fuerte y arremolinado que se levanta de golpe convierte el lugar en un pandemonio". En ese escenario infernal, descripto por el enviado especial de Clarín a Ramallah, asiento de la Autoridad Palestina, vive gente –judía y palestina– que trabaja, descansa, ríe y llora como cualquiera de nosotros.

Lejos están de pensar en ellos quienes discursean en Nueva York y sólo aspiran a evitar el precio político de vetar una resolución de la ONU.

Así nunca habrá solución, como tampoco la plantea en realidad Domicilio privado . Queda flotando algo que no parece tener fin, pero que apuesta por el hombre y el diálogo y es una lección de inteligencia para los políticos y para quienes no terminan de superar sus prejuicios.