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Después de las elecciones

*Por Arnaldo Pérez Wat. La expectativa antes de los comicios fue como la de los televidentes frente al último capítulo de una novela: todos saben que la muchacha va a ganar.

Tras haber cesado el ruido, podemos reflexionar, sin añadir nada nuevo, sobre el comportamiento del ciudadano en la magna convocatoria electoral.

Por lo general, se acude al ardid para dañar a la persona de otro partido. Es cierto que siempre fue necesario tramar: si la maquinación se redujese a cero, no habría más políticos. Pero si todo se traduce en una secreta y artificiosa asechanza para destruir al contrario, vamos hacia un retroceso rayano en el absolutismo. Este tramar en las sombras es más agudo cuanto menos personas intervienen. Aunque, es cierto, puede resultar efectivo si su moral es lo suficientemente aceptable.
En segundo término, los cabildeos adyacentes a las internas han puesto de relieve que candidatos que piensan del mismo modo tienen también los mismos intereses para derribar con medios no santos al opositor.

Tamaño criterio se ha generalizado en todos los terrenos; hoy se conspira contra las instituciones y hasta en contra de la Constitución misma. Semejante desatino lleva a producir un efecto negativo. Más en los negocios públicos que en los particulares; más en las personas que en las cosas.
No obstante, no podemos transigir con este ánimo turbulento y ambicioso que parece ser la única empresa que anima el espíritu de la política. Ésta ya ha tocado fondo, de manera que nos queda la esperanza de un renacer. Es hora de pensar que lo ideal sería que dicho ánimo se inclinara constructivamente por el reconocimiento y el respeto del bien común.

En lo tocante a los medios de difusión, la expectativa anterior a los comicios fue como la que experimenta la gente en vísperas del último capítulo de una telenovela: todos saben que la muchacha va a ganar, pero quieren ver cómo termina.

En este ítem, agreguemos que el poder de la pantalla fabrica muchos famosos pero pocos ilustres. Puede ser famoso un corrupto o un objeto material. Ilustre, en cambio, es un científico, un filósofo o un escritor cuando han proporcionado grandes beneficios al género humano.

En los comicios, se ha visto que, con la propaganda, un candidato pudo lograr cierta reputación y que nunca estará seguro de poder conservarla. Lo demás permanece invariable: El que posee más capital tiene ventaja, pues puede efectuar más publicidad.

Asimismo, con los medios, se ha dado la sensación de que el "diálogo" se convierte en una débil porfía. Cada facción defiende no ya su verdad, sino su infalibilidad política. Las diferentes tesis o posiciones no son más que una defensa del postulante mismo. Porque razonar y comprender resulta trabajoso. Más expeditivo es sugestionar mediante el anuncio iterativo. Y más efectivo aun, con el soborno.

Todo lo dicho nos conduce a la conclusión de que lo prudente consiste en tomar conciencia de que nadie tiene por completo la razón. Debemos, pues, continuar apostando por el diálogo constructivo donde nacen las ideas, el progreso y el bienestar de las grandes naciones. Con el silencio y la apatía, estaremos próximos a la bancarrota de la nación débil.

Históricamente, cuando se habla de civilización, se alude al tiempo en que se comienza a experimentar en los grupos humanos un principio de diferenciación unido a su consiguiente adelanto. Y en ese avance o elevación, se constata que la dignidad existe en todas las clases sociales del mundo.

Tener dignidad significa poseer ideas y sentimientos elevados, nobles y sublimes, los cuales se manifiestan en las palabras y en los actos que hacen que la persona inspire respeto y admiración. Mientras esta virtud no se extinga, conservaremos la esperanza en el despertar de una auténtica política.