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De peluquero de las estrellas a la Villa 31

Rubén Orlando fue uno de los estilistas más reconocidos en los noventa, pero luego quebró y pasó a vivir en una Favela de Brasil y hasta vender manzanas en la calle. Ahora volvió al país donde abrió una escuela y un salón en la villa convencido de "hacer algo por los que menos tienen". DiarioVeloz.com habló con el peluquero y te cuenta su historia.

*Por Sofía Tarruella

@msofiat

starruella@diarioveloz.com

La nueva peluquería celebró su inauguración ayer, donde vecinas aprendices de modelo mostraron sonrientes sus nuevos peinados en la alegre y sencilla presentación del salón. A partir de hoy "Rubén Orlando, un estilo. Casa central" abre las puertas al público donde atienden junto al estilista, tres peluqueras que aprendieron la profesión en la escuela fundada allí hace seis meses.

"Quedó muy bonita, chica, pero linda, con el corazón grande. La aceptación fue muy buena, desde el principio cuando abrí la escuela, el barrio me recibió con un cariño muy grande. Principalmente con un gran agradecimiento por darle a las casi 200 chicas que están anotadas, una posibilidad laboral", contó orgulloso Orlando a Diarioveloz.com.

La escuela de peluquería comenzó a funcionar, cerca del actual salón, hace seis meses y desde entonces asisten cerca de 200 chicas de entre 15 a 18 años y algunas señoras.

El proyecto surgió con la ayuda de la Organización sin fines de lucro El futuro de los chicos que asiste al estilista y recibe la mitad de lo ganado en ambos proyectos: "Es muy importante porque aparte de enseñarles una profesión con salida laboral, ayudamos a esta ONG que hace mucho por los chicos", señaló Rubén.

Pero la carrera del profesional de la belleza, comenzó muchos años atrás. Durante la década del noventa el estilista marcó tendencia y fue uno de los más requeridos en el mundo del espectáculo. Tuvo varios locales en la Capital Federal, entre ellos uno que, en su momento, le costó un millón de dólares: "En ese tiempo compré una propiedad por 500 mil dólares que tenía 480 metros cuadrados, y después traje todas las cosas de Italia. Trabajaban 120 personas", recordó con un dejo de nostalgia el estilista.

Luego, las cosas cambiaron mucho, Orlando entró en quiebra y de la elegante cadena de salones de belleza, pasó a quedar desocupado y a tener vivir en el barrio de emergencia brasilero Rozhina, donde se convirtió en un buscavidas y llegó a vender manzanas acarameladas en la calle para sobrevivir.

El peluquero vivió once años en el país hermano, hasta el año pasado cuando decidió regresar a Argentina con un proyecto bajo su brazo y el anhelo de lograrlo: "Cuando volví, mi idea era hacer algo para la gente de la Villa 31. Muchas de mis empleadas, en mi época de esplendor eran de ahí y siempre quise hacer algo por la gente que tiene menos posibilidades".

Finalmente, fueron sus primeras experiencias de vuelta en su suelo natal, las que terminaron de convencerlo para crear el proyecto de un salón que fuera a su vez, un espacio de inclusión: "A la vuelta de mi viaje, me encontré con una gran discriminación y con una auto discriminación. Si vos a los chicos no les das la posibilidad de formarse en la villa, no salen a otro lado. Cuando dicen que son de acá, al 80 por ciento no los toman en el trabajo porque les tienen miedo de que los vayan a robar, o simplemente desconfían. Con esto, tienen una salida laboral asegurada en mis salones o los salones de mis amigos estilistas", explicó el estilista.

"Uno se da cuenta que desde que vienen a la escuela, las chicas se fueron embelleciendo. El hecho de asistir a un lugar de belleza, te hace incorporar cosas, como aprender a cortarse mejor el pelo o maquillarse de otra manera. Desde que empezaron hasta ahora son como otras, están mucho más bellas y felices", concluyó el estilista.