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Cuidado con el desempleo juvenil

Que más del 17 por ciento de los jóvenes argentinos no estudie ni trabaje es un dato preocupante, que requiere de respuestas del Estado nacional y una amplia cooperación internacional.

Hace unos días, los diarios publicaron una noticia inquietante. Dice que "un 17,9 por ciento de los jóvenes del país no estudia ni trabaja", lo que significa que casi 18 de cada 100 chicos o chicas que buscan trabajar no encuentran un puesto. Esta tasa de desempleo es bastante más elevada que el doble de la estimada para el total de la población urbana, que es del 7,35 por ciento, según la encuesta de hogares del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) correspondiente al segundo trimestre de este año.

Es cierto que las cifras del Indec están muy desacreditadas, hasta el punto de que la industria, el comercio o los servicios se guían más por las investigaciones de consultoras privadas o independientes del Estado.

Pero aun basándose en datos oficiales, el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf) señala que el 52 por ciento del total de desocupados tiene entre 15 y 29 años, la mayoría de los cuales tampoco estudia. Y si a ello se agregan los altos porcentajes de deserción en la escuela secundaria, que suben por supuesto en los sectores más pobres y marginales, se tendrá una idea más clara de la dimensión de la cuestión planteada.

El desempleo juvenil es, en efecto, uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, que castiga sin piedad no sólo a los países emergentes sino también a los más ricos y desarrollados.

Recientemente, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advirtió que la crisis global en curso acarrea el riesgo de marcar a toda una generación, por los efectos de la brusca caída de la actividad laboral y una tendencia al alza del trabajo en condiciones precarias o no registradas.
Se trata de un fenómeno que data de mucho tiempo atrás y que está vinculado a las deficiencias del sistema educativo, la exclusión social, la pobreza estructural y las regulaciones y restricciones del ingreso al mundo laboral por primera vez. Sucede que se hace cada vez más honda y ancha la brecha entre los avances científico-tecnológicos y los sectores más rezagados de la población, que no tienen una formación adecuada para acceder a puestos de trabajo cada vez más entrelazados con esos avances de la ciencia y la técnica.

Los jóvenes que no terminan la escuela secundaria constituyen una categoría cada vez más extendida, pero también en el nivel universitario o terciario se plantean esos desfases, ya que faltan ingenieros y técnicos y sobran estudiantes o egresados en ciencias sociales y humanidades.
Se requieren, pues, respuestas globales a un problema que sobrepasa los límites de las naciones y las regiones, para constituirse en un tema casi universal.

Políticas adecuadas y realistas por parte del Estado nacional, más una amplia cooperación internacional, son las alternativas posibles para enfrentar este mal de nuestro tiempo.