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Cuándo golpear a un señor

Criada en la telaraña de azúcar de ser una mujer bien educada, hay momentos en que una no sabe qué hacer.

Por Cristina Wargon

@CWargon

Por ejemplo: ¿debo o no debo darle una rotunda patada en los genitales a un señor? Finalmente, cuando decidimos que sí, estamos cuatro cuadras adelante y quince minutos después. Por si alguna vez le ocurre lo que voy a narrarle, hágame caso, prodúzcale una orquitis aguda y siéntase feliz.

Preludio del drama

Salía de mi casa en pleno Abasto, barrio querido, pero que no puede ocultar su amenazante condición ni aun en pleno medio día. Una nube cubría la ciudad ocupando las veredas, y el aire era algo muy parecido al betún de los zapatos diluido en sulfuro. Además, debía ir a un banco, tarea asaz deprimente que jamás me predispone a la bondad humana. Me gustaría detallar mi ropa porque es uno de los elementos que pueden sembrar duda sobre el relato: una súper minifalda o algo provocativo, tal vez enmarcarían la situación de otro modo. Muy lejos de esto, partía con jeans, remera blanca y un saco negro. Es cierto que mi pelo siempre tiene aspecto de salir de un gran revolcón en la almohada, pero con él nací y la humedad no ayuda.

Comienza el drama

A poco de andar por la vereda sin árboles, apoyado contra una pared estaba el señor. Mucho mas viejo que mi papá, aspecto astroso, un par de muletas, barba de cinco días y un ojo tuerto; sin embargo, en contradicción con su aparente fragilidad su voz sonó estentórea: "Buena moza, ¿me puede decir la hora?" -¿Puede alguien negarle la hora a un señor sólo porque a todas luces es pobre, deforme, tuerto y tal vez mendigo? Sartre decía que cuando niño, él pensaba que los pobres existían sólo para que ellos pudieran ser buenos dándoles una limosna, y ¿quién puede ser malo con un pobre tan pobre? Así que me detuve y dije: "dos menos cinco" (¿alcanzan a leer en esta afirmación algo erotizante?). El señor extendió su mano derecha, aferrando con fuerza su muleta izquierda y no sin cierta galanura se presentó: "Me llamo Juan Marino y vivo en este hotel" (levanté la vista y sobre una entrada apta para todo tipo de violaciones se leía "Hotel para Caballeros").

El dilema volvía a ser: "¿Le doy la mano o porque el pobre es tullido, bizco y algo roñoso, huyo? Esa maldita formación de colegio de monjas me llevó a estrecharle la mano. Y murmurar: "mucho gusto".

Juan Marino malinterpretó el gesto y de allí en más comenzó la hecatombe.

Seducción al estilo Abasto

Juan Marino se aferró a mi mano y acomodó su muleta bajo el otro brazo... Obviamente la presentación amenazaba con ser larga. Con discreción comencé a tironear, tratando de recuperar mi mano, pero procurando no ser brusca para que el señor no se fuera de culo al piso, estropeándose algún otro miembro que tal vez tuviera sano.

Juan Marino no sólo que no aflojaba ni un centímetro, sino que avanzaba por mi brazo en procura del legendario codo. En tal difícil situación física, finalmente el muy hijo de puta se despachó textualmente: "¿No es una suerte que vivamos cerca?" "Mmmmmmmmm...", respondí yo forcejeando como loca.

"La cuestión de las mujeres para mí es un problema", prosiguió imperturbable. "No es que no haya, pero me da miedo de enfermarme ¿Vos que andas sola y parecés limpita, no me podes visitar el domingo?"

 

Pues bien amigas mías, ese precisamente es el momento en que una debe olvidarse que es una dama, olvidar que el otro es pobre, tullido o tuerto y reventarle el testículo izquierdo de una certera patada.

Salí corriendo. Casi al llegar a la esquina todavía lo oía gritando: "¡No te olvides, te espero el domingo!" ¡Oh Dios ¿por qué las monjas, en lugar de punto arroz, no nos habrán enseñado un curso de corte y confección dictado por Lorena Bobbit?!