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Crónicas de Corrientes: ¿Jacinta Pichimahuida, a mí?

Cuando vivíamos en casillas rodantes en plenos esteros correntinos, los escasos pobladores de la zona, enterados de que yo era maestra comenzaron a mandarme los chicos durante las vacaciones para que los "reforzara".

Por Cristina Wargon

@CWargon

Me encontré así un buen día con una pequeña escuela en la casilla. Las nenas con grandes moños blancos en sus trencitas y los nenes  relucientes de tan limpios, todos en patas y... sin hablar una palabra de castellano...

No creo haber aportado nada a su educación, se limitaban a dibujar y para colmo ni siquiera aparecía un vestigio de realismo mágico. Todos dibujaban camiones.

La Negra ya había nacido y observaba todo asomando la nariz  por encima de su moisés. Debí imaginar sus pensamientos y dejado a la orilla del Paraná para que se la comiera un yacaré pero como no hablaba... era tan hermosa!

Finalmente me salió un nombramiento de maestra "de verdad" en una escuela que quedaba a veinte kilómetros de las casillas.

La ida y la vuelta eran absolutamente azarosas. Iba en el único colectivo que pasaba por la mañana rumbo a  Misiones y volvía con el único que  salía de allí rumbo a Corrientes. Si llovía en cualquiera de los dos extremos  sólo quedaba rezar y esperar con paciencia a que algún camionero me llevara.

Éramos solo tres maestros  en una escuela rancho. El director que se había adjudicado el primer grado, la que suscribe que pagaba derecho de piso con segundo, tercero, cuarto y quinto, y Chabela que  arriaba cómodamente el sexto.

Dentro de los múltiples problemas que había que afrontar cada día,  uno de ellos era el  enamoradizo corazón de Chabela... mi colega tomaba cada día el ómnibus desde la capital de Corrientes pero si el chofer le alteraba la libido seguía con él hasta Posadas desapareciendo hasta que se le terminaba el amor.

Recuerdo que tenia una libido  altamente sensible porque semana  de por medio yo cargaba también con los chicos de sexto.

Mi tarea como maestra fue soberanamente deficiente: habían ocurrido inundaciones, unos 60 kilómetros más abajo pero por unas esas insólitas equivocaciones del Gobierno Nacional, nos llegaba también a nosotros los elementos para hacer locro para los inundados. Así que a las ocho se izaba la bandera y de allí en más los maestros preparábamos la comida. El tiempo que nos quedaba  para el aula era poquísimo, pero visto a la distancia creo que lo mejor que hice por esos chicos fue darles de comer. Igual, como me tomaba el trabajo con una seriedad sarmientina, cuando venía la época de la siembre del arroz, los padres los mandaban a trabajar y allí iba con mi autito (ya teníamos una Renoleta) casa por casa a tratar de convencerlos de lo imposible: el estudio.

Recuerdo, y recuerdo tanto que debería seguir escribiendo hasta cubrir el diario y terminar un libro y tal vez otro. Porque finalmente  todo allí, en esa Corriente que evoco con añoranza era aun mucho mas raro de lo que me permitía ser yo.

Los cazadores furtivos de yacaré, las fiestas de Itatí a pleno chamamé, vino y lujuria, los sapitos que cubrían todo el espejo del baño y que terminaron por tener cada uno su nombre, las víboras ñacaniná que parecían temibles pero no picaban, los coches trabados días enteros en el barro, la crueldad de los arroceros, la ferocidad mansa de los peones el Paraná tibio, denso y peligroso,...y en el medio, o alrededor, mi hija y yo. Esa misma correntina porá que ahora viene a acusarme de ser  rara... Ahora que lo pienso... le tiraría un zapucay por la cabeza! angá!

PD) Como la vida es tan extraña quiso que volviera muchos años y varias vidas después a retirar, junto con mi hija, un Martín Fierro. Cuando me tocó hablar dije simplemente "este premio se lo dedico a Corrientes que me dio dos hijos y me permitió ejercer la tarea mas noble y peor paga: maestra rural". Cuando el escenario del teatro se vació, me quedé sola un largo rato, pensando...