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Cristina, un récord y el clásico enigma peronista de la herencia

Por Pablo Ibáñez . Cristina de Kirchner atravesará mañana el primer día del que puede convertirse en un período récord: la mayor permanencia de un clan familiar en el poder. Es el cálculo prospectivo de un ciclo que arrancó en mayo de 2003 y, a priori, finaliza en diciembre de 2015.

La temporada de Néstor Kirchner -algo más de 4 años y medio- sumada a las dos gestiones de su esposa completará 12 años y siete meses. Unas cuantas semanas más que la sumatoria de los tres Gobiernos -dos truncados- de Juan Perón y el breve anexo de su viuda, Isabel.

Lo que puede leerse como un antojo estadístico, un registro burocrático, acepta una interpretación -sujeta a variables- más pretensiosa si, como gusta a algunos K, se asume al kirchnerismo como un «movimiento» que se nutre del peronismo, pero tiene dimensión propia.

Los dos ensayos de Perón tuvieron finales traumáticos: uno derivó en una larguísima proscripción; el otro, en una brutal dictadura. El kirchnerismo tropezó con el episodio de la 125, que lo arrastró a la derrota del 28-J, pero reverdeció y encara fortalecido su tercer round.

El 54% de octubre es -con su contracara, la dispersión opositora- el combustible esencial de la solidez con que Cristina arranca su segundo mandato. Pero en ese tránsito y a futuro, quedan sogas sueltas, incógnitas, elementos indefinidos y apuestas germinales. Veamos:

Este sábado, derivación del 54%, Cristina de Kirchner termina de consagrar su liderazgo: la jefatura, exclusiva y excluyente, de eso que electoralmente se denomina Frente para la Victoria, políticamente kirchnerismo e ideológicamente «modelo nacional y popular». Sin ampulosidad, Dolina ensayó una respuesta al acertijo sobre si el kirchnerismo es o no peronismo: para que exista el kirchnerismo, dijo, antes tuvo que existir el peronismo; el segundo no podría haber existido sin el primero. En eso -así como el primer Perón tuvo que ordenar las diversas tribus que contribuyeron a su triunfo en el 46 para definir una jefatura única, indiscutida- Cristina reedita formatos del PJ. Sin embargo, por esteta o por convencimiento, aborda al partido desde un sitio diferente: vindica más a Evita que a Perón, a quien apenas menciona.

Perón, y los peronismos que lo sucedieron, jamás pudieron resolver el enigma de la herencia: Perón delegó su poder en «el pueblo» -es decir, en nadie- y las variantes posteriores del PJ, Carlos Menem, Eduardo Duhalde o Antonio Cafiero -por citar los tres dirigentes con cargos más trascendentes- no construyeron continuidades. Lo más cercano a eso fue la decisión, de última instancia, del bonaerense de bendecir a Kirchner como la bala de plata para evitar el triunfo de Menem. Centralista, solitaria en el poder, es incierto determinar qué hará Cristina cuando, como dijo desde Venezuela, en 2015 se despida del Gobierno. ¿Construirá un heredero? ¿Como Perón se librará de esa responsabilidad futura? ¿Permitirá que opere la lógica propia del PJ y proclame a quien, quizá, no sea un garante del modelo K?

La elección de Amado Boudou como su vice -y la de Gabriel Mariotto como vice bonaerense- sugirió esa alternativa pero a poco de bendecirlo, el kirchnerismo derramó maldiciones sobre el ministro de Economía y hasta la Presidente, en un procedimiento engañoso, lo trató con frialdad, o desprecio, en público. La designación de Hernán Lorenzino en el Palacio de Hacienda reinstaló la idea de la preferencia de Cristina por Boudou como un potencial candidato presidencial para 2015, pero la experiencia de estos últimos meses deja en suspenso cualquier suposición. Por la negativa o por la positiva: ¿qué confirma la hipótesis ultra-K de que Daniel Scioli o Juan Manuel Urtubey no tienen chances de suceder a Cristina? ¿Apostará todo, Cristina, a una figura propia, reconstruida en planeta K como -por citar dos nombres recurrentes- Boudou o Juan Manuel Abal Medina?

Unas semanas atrás, la Presidente deslizó ante la consulta de un gobernador que está dispuesta a asumir la jefatura del PJ si hay un acuerdo global de los jefes provinciales para que lo haga pero que, así y todo, su presencia en la cúpula partidaria sería protocolar. Confirma una tendencia: el desinterés por el PJ y su aislamiento de los gobernadores. El gabinete, y el modo en que se resolvieron los escasos movimientos en el equipo, refuerza esa línea: no quedan, salvo Florencio Randazzo y Juan Manzur -de vínculo directo con el tucumano José Alperovich- figuras con entidad propia ni, tampoco, referentes con origen en los pactos sellados por Kirchner. En ese aspecto es emblemática la mudanza forzada de Aníbal Fernández hacia el Senado y de Julián Domínguez a Diputados. Cristina parece encaminar su Gobierno hacia un esquema de pureza K, quizá el primer movimiento hacia convertir a todos sus ministros en potenciales herederos.