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Conviven los votos, el relato y la realidad

*Por Carlos Sacchetto. Los dirigentes gremiales están convencidos, y lo han hecho saber, de que cuando la Justicia actúa sobre alguno de ellos, es el Gobierno el que la alienta. Carlos Sacchetto.

Si la mayoría de las encuestas que se conocen no son erróneas y dentro de dos semanas más de la mitad de los argentinos confirma en las urnas el anticipo de las elecciones primarias, Cristina Fernández será reelegida como jefa del Estado ostentando un récord. Ella será, después de Juan Domingo Perón, la postulante presidencial que haya obtenido el mayor porcentaje de votos en la historia.

Para eso necesitará alcanzar el 52 por ciento, es decir, algo menos de dos puntos adicionales de los que consiguió el pasado 14 de agosto. En este especial desafío, tendrá como adversario al radical Alfonsín, pero no Ricardo, el actual candidato a presidente, sino Raúl, su padre ya fallecido, quien el 30 de octubre de 1983 se impuso con el 51,75 por ciento de los votos.
Superar esa marca se ha convertido en un objetivo que compromete a todos los cuadros que integran los equipos oficiales de campaña. Imaginan que será una halagadora ofrenda para su jefa.

Malos antecedentes. Muchos de ellos ya festejan por anticipado, pero esa equiparación a otros mandatarios y a otros momentos históricos tiene sus riesgos de no ser auspiciosa.

El Perón que encabeza la tabla de los más votados y que ganó en 1951 con el 62 por ciento no terminó su mandato porque fue derrocado por un golpe militar cuatro años después.

El Alfonsín que ocupa el segundo lugar tampoco terminó su período y debió adelantar la entrega del poder a Carlos Menem en 1989, en medio de una crisis hiperinflacionaria.

Felizmente, ninguna de esas dos circunstancias podría encontrarse hoy en una extensa lista de acechanzas que perturben a los argentinos de cara a la inauguración de un nuevo período presidencial.

Hay, en cambio, otras preocupaciones quizá más formales pero no menos importantes si se advierte que han transcurrido ya 28 años de ininterrumpida vida democrática.

El caudal de votos que se vaticina para la Presidenta expresa un mayoritario estado de conformidad con lo que Néstor Kirchner, primero, y Cristina, después, han hecho desde el Gobierno, con la situación actual y con las expectativas que se plantean hacia adelante en materia de realizaciones.

Nadie puede desconocer ese valioso capital que acumula la jefa del Estado. Pero semejante hegemonía política, con un previsible alineamiento del Congreso y una hoy comprobable dependencia de la Justicia, acerca al Gobierno al facilismo de los excesos.

Uno de ellos es el empeño puesto en la construcción del llamado relato kirchnerista, a la que contribuyen buena parte de la intelectualidad y una cada vez más extendida red de medios financiada y disciplinada discursivamente por el oficialismo. ¿Cómo se compadece ese relato con la realidad? No fueron pocos los adherentes al Gobierno que quedaron boquiabiertos y desconcertados hace unos días, cuando se difundió un prolijo informe de una ONG sobre el crecimiento de las villas en el conurbano bonaerense.

La población en esos asentamientos aumentó el 55 por ciento desde 2001 y este proceso se extendió desde 2006. Más de 500 mil familias viven allí, sin contar las que están en las mismas condiciones en el interior del país. Esto no quita méritos a todo lo positivo que ha hecho el gobierno de los Kirchner, pero es una parte de la realidad que el relato épico de la "revolución" ignora. Se avanza, pero no vivimos en el mejor de los mundos.
Hechos oscuros. Tampoco ese relato da cuenta de los problemas internos que casi a diario se advierten en el Gobierno. De la última semana, hay dos que se destacaron.

Uno fue la patinada del verborrágico jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, cuando salió a respaldar la detención del dirigente ferroviario Rubén Sobrero, a quien el juez tuvo que liberar por falta de pruebas. En forma reservada, la mayoría de los ministros y ocupantes de la Casa Rosada criticó con dureza a Fernández.

Ese episodio liberó la reacción corporativa del resto del sindicalismo, incluida la CGT liderada por Hugo Moyano, que se victimizó solidariamente con un adversario ideológico como es Sobrero.

La Presidenta cuestionó la actitud corporativa y también lo hizo el candidato a vicepresidente Amado Boudou. En los gremios, aseguran que, desde ese momento, Moyano enfrió su relación con el ministro rockero.

Los dirigentes gremiales están convencidos, y lo han hecho saber, de que cuando la Justicia actúa sobre alguno de ellos, es el Gobierno el que la alienta. Por eso hubo interpretaciones diversas sobre un segundo y misterioso episodio ocurrido el miércoles por la mañana. Ese día fue baleado el auto en el que viajaba Javier Fernández, integrante por el oficialismo de la Auditoría General de la Nación, sin consecuencias para el funcionario.

Fernández es uno de los operadores del Gobierno ante los jueces que tramitan causas con connotaciones políticas. Las que involucran a sindicalistas están entre ellas. ¿Una advertencia?