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Con los tapones de punta: espionaje y conspiración hipermercadista

Después de muchas décadas en silencio, entraron en colisión con las grandes cadenas hipermercadistas. ¿Mito urbano eso que desconectan las heladeras cuando cierran sus puertas al público? El peor enemigo que Guillermo Moreno pueda imaginar.

Por Jorge D. Boimvaser

@boimvaser

info@boimvaser.com.ar

Es como que un día se despertaron de la larga siesta y el monstruo arremete contra todos los que no lo dejaron dormir.

"Eso que los mercaditos chinos cortan la cadena del frío cuando cierran las puertas de atención al púbico es un mito instalado por los hipermercados",  dice uno de sus comunicados. "Ellos son quienes desenchufan las heladeras cuando nadie los ve", arremeten con furia.  ¿A quién creerle cuando no lo podes corroborar por tus propios medios? Creer que el Estado supervisa éstas cosas es otro cuento chino.

Casi no pasa jornada sin que Miguel Calvete –vocero de la cámara que los agrupa-, envíe comunicación a los medios y casi todos son imperdibles. Nada de quedar bien con todo el mundo (Lenin decía: "A veces hay que quedar bien con Dios, con el Diablo... y con la suegra del Diablo"), le pegan duro a las grandes cadenas y le dicen a Guillermo Moreno que el acuerdo de precios así como viene no sirve. El Secretario de Comercio no se atreve a correr con su pistolita de juguete a esta gente que tiene una genética milenaria de guerras y resurrecciones. Definitivamente, vas al China Town (Barrio Chino, al pié de Barrancas de Belgrano) y comprobás en las góndolas que no hay prohibición de importaciones para los productos que vienen de Oriente. No podés subestimarlos porque sean chiquitos de altura. Eso hicieron los yankys en Asia con los vietnamitas y así les fue. Tuvieron que ganar en las películas de Hollywood lo que perdieron en el campo de batalla.

Pero al margen de que Moreno arruga frente a los chinos, una historia que parece de cine protagonizado por dos de las grandes cadenas internacionales. La francesa (C) y la de USA (W), (en esta nuestro Don Alfredo C. ausente con aviso).

Fue como todas las grandes historias de espionaje, ciega a los ojos de la ciudadanía. Ocurrió cuando W decidió desembarcar en la Argentina apuntando a ganarse el segmento de consumidores que buscan precios económicos.

Un gerente del rubro alimentos, por caso, convocaba a un productor de cítricos y le hacía una gran oferta por toda la producción (ese fue el caso testigo que conocimos). El productor aceptaba la oferta y apenas salía de las oficinas de la nueva cadena recibía una llamada de la otra cadena, que le mejoraba la oferta.

¿Es cosa de Mandinga si se repite una y otra vez? No, el diablo no anda haciendo estas  travesuras.

Así una y otra vez en todo el rubro alimentación. Los chicos de la W, acostumbrados ellos a hacer siempre éstas cosas, le pidieron intervención a la Cámara que agrupa a los comerciantes argentinos y norteamericanos.

Una llamada a Miami y un equipo de ex agentes de la CIA dedicados –después de la caída del Muro de Berlín- a cuestiones de espionaje industrial llegaron a Buenos Aires con toda la parafernalia de aparatos para hacer barridos electrónicos. En criollo, a buscar micrófonos y cámaras ocultas.

Al mando del equipo venía un mexicano llamado Franco Vila (titular de SPY, con asiento en La Florida), experto en estas lides. Nos contó él mismo esta historia, y nuestra promesa de guardarla en silencio fue cumplida en el tiempo pero 15 años más tarde está prescripta.

Lo que descubrieron fue impresionante. Hasta en los baños de las oficinas de la nueva cadena de súper había escondidos pequeños micrófonos de una fidelidad auditiva exquisita. Cuando le hacían una propuesta de compra a cualquier gran proveedor, al toque se enteraban los franceses y le mejoraban el precio. Imaginá que unos centavos de diferencia en decenas de toneladas es un paquete de plata importante como mantener la palabra. Por eso había que hacer una contra oferta antes de firmarse las órdenes de compra.

Franco Vila detectó los micrófonos escondidos y estableció que eran los mismos que utilizaban los espías franceses. ¿Una guerra de espionaje industrial encabezados por los servicios de inteligencia de París y Washington en el corazón de la Argentina?

Sí, muchos millones en juego y sin guerras a la vista los chicos malos tienen que tener en que divertirse, y el espionaje industrial fue el rubro elegido.

Vila desactivó la electrónica enemiga, y dos veces al año sus técnicos  vienen a la Argentina a monitorear que no haya oídos invisibles interfiriendo sus oficinas de compras.

Obvio que nunca vas a ver en el cine una historia de suspenso donde se pelean por 5 toneladas de limones, mandarinas y naranjas, pero que existen estas tramas en la vida real no tengas duda. .

Franco Vila dejó las pruebas en manos de la gerencia del hiper, quien decidió en su momento no llevar el caso a la justicia y mantenerlo en silencio frente a la opinión pública. Hubiera sido una confrontación tribunalicia entre dos potencias "occidentales y cristianas" y eso no es buena prensa ni para los franceses ni para los gringos. Además, no había forma fáctica de probar que los micrófonos fueron instalados mientras se construían las oficinas comerciales ni que su origen era el utilizado por el espionaje galo.

Era una pulseada de monstruos y ahora se le suma los chinos que también intervienen en las peleas de los grandes. Ellos (los llamados "puertas rojas" y  "puertas azules" según la "orga" a la que pertenezcan) tiene una experiencia milenaria en saber cuándo asomar la cabeza y cuando esconderse. O cuando "saber español" o decir "no entiendo".

"Guillelmo Moleno no puede apletar chinitos",  se imagina uno diciéndoles al Secretario de Comercio y el hombre tiene que meter violín en bolsa (o revolver en otro cajón). Entonces dicen que el acuerdo de precios es insuficiente y del otro lado silencio de radio.

Y un detalle para no comprometer a Franco Vila, si aún sigue en el oficio del espionaje y contra espionaje industrial. Cuando nos confesó la guerra secreta entre la "C" y la "W" no lo hizo sabiendo que estaba charlando con un periodista. Fue un error que lo dejamos pasar en el momento de la charla para poder acceder a la historia completa. Y cumplimos quince años la promesa de guardar silencio. Ya prescripta por el paso del tiempo, es toda tuya.