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Charlas de Quincho

Pese a la aplastante victoria del domingo de la semana pasada, los festejos del oficialismo fueron pocos y de segundo nivel. Hubo un quincho K en el Bajo Flores, donde se reunieron legisladores y ¿futuros? funcionarios, y donde se especuló sobre posibles cambios en el Gobierno.

Sin embargo, lo más saliente sucedió en una influyente embajada donde su titular se mostró eufórica y anunció una nueva etapa en el vínculo bilateral (la euforia se entendió 24 horas más tarde). Otro asado K, en un populoso distrito del GBA, convocó a 80 dirigentes; allí el tema central fue hacia dónde derivará la relación del Gobierno con la CGT. Veamos.

¿Y el rey qué dice? El rey no dice nada, no habla. Este diálogo se repitió en los pasillos y los salones del hotel Bourbon, inaugurado para la cumbre de mandatarios iberoamericanos, un emprendimiento de la Casa Real de España que este año tuvo poca agenda y menos asistencia, al menos de las estrellas del Cono Sur. Como Juan Carlos I° es una especie de anfitrión sin serlo -creó esas cumbres para armar un portal de entrada de Europa a América Latina con recursos que no tenía ningún otro país de ese continente-, los presidentes y representantes de presidentes esperaban escuchar algo de su boca sobre la crisis europea, esa guerra que el resto del mundo mira por TV temiendo que sus coletazos alcancen a alguno de los mirones por el efecto dominó. Esta ventaja del silencio cuando un país se incendia alimenta los sueños de parlamentarismo de algunos políticos, que envidian los fueros de un monarca o un presidente europeo que se resguarda de las crisis que terminan pagando sus primeros ministros que dependen de los parlamentos.

Héctor Timerman, representante de Cristina de Kirchner en esa cumbre, se sentó con el rey y José Luis Rodríguez Zapatero, quien sí dio señales de lo que viene en todo el arco de países que están a punto de cambiar de Gobierno porque los ha vencido la crisis. Eso le hizo decir al canciller criollo, a quien en la mesa del almuerzo del viernes le sirvieron el menú vegetariano a que lo obliga su opción gastronómica en la vida -el resto devoró las carnes que servía Fernando Lugo en el Bourbon-, que la reunión de Cristina de Kirchner esta semana en Cannes con el G-20 no sólo va a ser dura, sino durísima. Por eso se concentrará hoy con la Presidente antes de viajar él esta noche hacia el balneario en donde se hará la cumbre, para cerrar la agenda de los temas a charlar con los otros integrantes del grupo pero, más importante, lo que hablará a solas con Barack Obama.

Esos grupos como el G-20 tienen que revalidar su importancia cada tanto de acuerdo con la posición que tengan frente a los temas de la agenda global. Lograron desplazar al G-6, pero si no aportan nada en esta cumbre francesa -es la percepción de la Argentina en estos preparativos previos-, el grupo perderá importancia. Esperan allí un choque entre China -que no quiere ser el responsable de un final peor para esta crisis- y Estados Unidos, y, por otro lado, Europa, que es responsable inmediata de que Grecia, con quita o sin quita, termine en el default. La posición de Cristina en ese foro será recordar las crisis argentinas de la deuda y reivindicar la renegociación que hizo Roberto Lavagna cuando era ministro de su marido, que logró una de las quitas más altas de la historia de estas pujas entre defaulteadores y acreedores. La representación argentina no se siente llamada a exponer mucho más, porque lo más importante es la reunión con Barack Obama, que todavía no tiene hora ni día, entre jueves y viernes próximo, seguramente en el Palacio de Festivales que ha hecho famoso a ese balneario.

¿Por qué iba a hablar el rey si nadie habla por acá tampoco? Los reelegidos del 23 de octubre están obligados a mantener secreto sobre su decisiones en estas horas sobre cambios en equipos de Gobierno. Cualquier señal que lancen será la alegría de los beneficiados, pero también la bronca de los damnificados. Por eso los gobernantes tienen que tomar decisiones sobre personas cuando ya lo que dan otras alternativas, algo difícil en un cambio de Gobierno. Cristina se refugió en Río Gallegos recogida además en el luto por el primer aniversario de Néstor. Daniel Scioli partió hacia el extranjero sin festejar con los suyos el triunfo electoral - que limitó la noche del domingo en La Ñata a algunos amigos de la TV, familia, pero sin funcionarios- y además sólo con Karina Rabolini, es decir, sin los acompañantes que suele sumar a sus viajes de descanso. Para Presidente y gobernador cualquier señal que den sobre sus equipos será un inconveniente gratuito antes de los que tendrán el 10 de diciembre cuando deban comunicar altas y bajas.

Es cierto que la Presidente habló en Río Gallegos de cargos de gabinete junto a Carlos Zannini, pero nadie que diga algo sobre su futuro dice la verdad en el Gobierno. En esas soledades patagónicas, Cristina se solazó con los relatos que le llegaban desde Asunción sobre la cumbre de mandatarios, como los exabruptos del ecuatoriano Rafael Correa, que hizo, por lo menos eso, reír al rey y a los demás invitados con desaires hacia el representante de la OCDE, Angel Gurría, sobre quien ironizó al decir que no le gustaba que hablaran primero los burócratas que los políticos para dar cátedra y que esperaba que alguna vez en las reuniones de la OCDE llevasen a algún político de la región para que les diese cátedra a los burócratas. Cuando iba a hablar Pamela Cox, se retiró de la sala a los gritos porque el Banco Mundial (la Cox es vicepresidenta para América Latina de ese organismo) le había rechazado a él un crédito cuando era ministro de Economía de Alfredo Palacio en 2005 por no estar de acuerdo con su plan económico.

No acercó mucha claridad sobre las minucias del encuentro con Obama ayer al mediodía Hillary Clinton, en la charla telefónica desde Washington con Cristina de Kirchner, cuando la Presidente hacía las maletas para regresar de Río Gallegos a Buenos Aires. Primero porque Hillary no irá a Cannes, donde la representación norteamericana, como en todos los viajes que hace un presidente de Estados Unidos, no la maneja la secretaria de Estado (el Ministerio de Relaciones Exteriores), sino el National Security Council, o sea la oficina política de la Casa Blanca. La canciller de Obama había pedido el viernes pasado a la Cancillería hora para hablar con la Presidente y le dieron turno recién para ayer. En esa charla, que naturalmente los voceros del Gobierno calificaron de positiva y hasta afectuosa, Hillary la felicitó por el triunfo del domingo pasado, recordó a Néstor Kirchner y le dijo a Cristina que espera una mejoría en las relaciones entre los dos países «dejando de lado las dificultades que hemos tenido».

¿Cómo no festejar estas señales, que comenzaron el martes con el anuncio de esa reunión con Obama? La primicia de ese encuentro se festejó en varias sedes, la principal en la residencia de Vilma Martínez, embajadora de los Estados Unidos, que celebró la apertura de un nuevo momento en las relaciones con la Argentina frente a un grupo de diputados del oficialismo y la oposición cuando no se había comunicado aún el encuentro con Obama y a quienes había invitado para agasajar al administrador de la NASA Charles F. Bolden jr. y a una treintena de científicos y oficiales expertos en materia espacial. Jorge Landau, Ruperto Godoy y Eduardo Amadeo, entre otros, no entendieron hasta el día siguiente de qué hablaba entusiasmada la embajadora Martínez. Esa delegación norteamericana se dijo conforme, después de entrevistarse con Cristina de Kirchner, con los logros en materia espacial de la Argentina, seguramente fruto del ingenio criollo que nunca descansa, pero también de la continuidad. El actual director del Instituto de Actividades Espaciales, Conrado Varotto -uno de los grandes científicos argentinos-, está en ese cargo desde 1994, cuando gobernaba Carlos Menem, quien también festejó la puesta en órbita de otros satélites fabricados por el INVAP, que es de donde viene Varotto y un grupo de científicos ligados a esa empresa mixta que en la jerga política son llamados los «12 apóstoles»; son quienes manejan esos proyectos más allá de los cambios políticos y tienen gente de diversas observancias políticas que les permiten siempre controlar los cargos de conducción de esos proyectos.

Ese silencio en la cúpula amortiguó los festejos por el triunfo arrasador del oficialismo en las elecciones del domingo, en sordina también porque era un resultado que en los cargos nacionales y en Buenos Aires estaba ya anunciado desde las primarias del 14 de agosto. Los protagonistas de esa jornada -Cristina y Scioli- se apartaron de las algaradas de otros tiempos, dejando a los funcionarios y grupos liberados para fiestas de contrafrente con ministros y legisladores. La más significativa fue el martes por la noche en el único quincho kirchnerista con denominación de origen, el que tiene en su casa del Bajo Flores, calle Cachimayo, Juan Carlos Dante Gullo, diputado nacional saliente y legislador porteño entrante, que juntó para un asado de la victoria a más de medio centenar de militantes del oficialismo, todos con cargos asegurados por lo menos en dos de los poderes del Estado (en el tercero, el judicial, nadie tiene nada seguro, ni los jueces y fiscales).

Junto al «Canca» se sentaron hombres de peso en la nueva era, como el presidente del Banco Nación, el mendocino Juan Carlos Fábrega; el vicegobernador electo Gabriel Mariotto; el presidente de Télam, Martín García; el eterno José María Díaz Bancalari; el rector de universidades varias, Ernesto Villanueva; el senador que sale pero va de diputado Eric Calcagno; el mítico Carlos «Cuto» Moreno, que reelige banca; el operador José Salvini; el senador por Neuquén Marcel Fuentes, que siempre sueña con regresar a la Cancillería; Ofelia Cédola, que tiene ahora banca por esa provincia como José Ottavis; el legislador Juan Cabandié y los diputados Teresa García, el matancero Luis Cigogna y Ariel Passini. Aunque la convocatoria era para festejar, la charla derivó rápido a la conspiración y el armado de nuevas posiciones en el Congreso. La presencia de Díaz Bancalari, Cicogna y de la García era importante porque son los representantes de la guardia vieja de Diputados, con la que va a chocar seguramente la joven guardia de los kirchneristas que asumen bancas sin ganas de pagar el derecho de piso tradicional en el Congreso, que habilita a los legisladores a tener cargos importantes sólo cuando han cumplido el segundo año de mandato. Los jóvenes, con el auxilio de operadores como el dueño de casa, Gullo, avanzan sobre las posiciones enemigas derribando esa valla del derecho de piso que, entienden, demora los tiempos de la revolución, que no puede detenerse en esas precedencias protocolares. Pase lo que pase, estos dos frentes protagonizarán grandes peleas el año que viene en el Congreso.

Claro que también se desmadejaron situaciones de cambio en el gabinete, más que por los destinos de los actuales ministros o sus reemplazantes, por las necesidades de la agenda del nuevo Gobierno. La tea encendida, para no decir que es ofidio en la mano por sus connotaciones aciagas, es la relación del Gobierno con Hugo Moyano. Los presentes en el quincho de Cachimayo desde ya que se dijeron apartados de cualquier información solvente sobre ese entripado, en el cual el Gobierno aparece en crónicas que presumen de agoreras enfrentado con el jefe sindical. Uno de los presentes, mientras devoraba una morcilla de las buenas -nunca menos, dice Gullo cuando sirve asado-, recordó que cuando Néstor Kirchner asumió en 2003 tuvo una reunión a solas -salvo la presencia de un funcionario que recuerda todo lo que oyó- con Moyano. El jefe sindical le acercó una minuta con 25 reclamos. En siete años, se escuchó esa noche, el Gobierno concedió a la CGT 24 de los 25 reclamos de 2003 -el que se le negó desde entonces es el pedido de la reducción del IVA a los alimentos, algo por lo cual tampoco este cacique no va a derramar una sola lágrima-. Reflexionó uno que escuchaba: ¿se le dio tanto a este socio para después pelearse con él? Nadie se animó a contestar porque hay respuestas posibles por sí o por no.

La línea de corte en las relaciones entre el Gobierno y los sindicalistas es qué haría el Gobierno con el dinero de las obras sociales. Los caciques de todas las tribus repiten por lo bajo que los aportes de los trabajadores y empresas a las obras sociales están en la mira del Gobierno para aliviar una tesorería que se puede complicar si se enrarece la economía el año que viene. Hasta ahora, el Gobierno ha negado que hará eso, pese a que recibe señales de temor todos los días. ¿Para qué lo haría -dijo uno de los comensales- si el Gobierno ya maneja ese dinero, del cual les retiene a los gremios unos $ 10 mil millones desde los tiempos de Kirchner en un fondo solidario que usa como propio? Si la idea fuera ésta, ¿encontraría el Gobierno el funcionario del área laboral que la comparta, un ministro que encabezase tamaña pelea con los gremios, que se unirían superando todas sus diferencias? Para el Gobierno, la idea de que los aportes a las obras sociales son del Estado la impuso Domingo Cavallo; los sindicalistas y el Gobierno dicen que ese dinero es de los aportantes, o sea un dinero privado. Pero ya se sabe cómo pasan fondos privados a ser públicos en el país de la contabilidad creativa.

Como en estas reuniones kirchneristas hay siempre un margen generoso para la nostalgia, cayó sobre el debate la vieja idea peronista de crear un sistema único de salud que junte al privado -prepagos-, al sindical y al público de todos los niveles del Gobierno. Ese sistema lo proclamó el peronismo de 1973, a quien se le atribuía traer al país el modelo español que había inventado el marqués de Villaverde, yerno del dictador Francisco Franco, y que se aplicaba ya en Filipinas. El final de aquella experiencia setentista dio por tierra con todos esos proyectos y también con esa reforma de la salud, que es quizás en lo único que podrían coincidir los sindicatos con el Gobierno para algún retoque. Pero como se repite bajo ciertos techos oficialistas, ¿es posible hacer una reforma así sin Ginés? Ahí se interrumpen los comentarios porque nadie quiere que ninguna función tambalee por hablar de más justo ahora cuando todo tambalea.

Esa noche del martes hubo algunas disculpas para el asado del «Canca»: Landau estaba en el quincho de la Embajada de los Estados Unidos que se contó arriba. Carlos Kunkel, otro habitué de Cachimayo, se quedó en Florencio Varela para participar del asado que hizo con pocos el intendente local, Julio Pereyra. Al día siguiente, un grupo sciolista ensayó por las suyas un festejo pero en la Capital, en un lugar emblemático para ese sector, la tanguería Cátulo, en el Abasto donde se hizo grande Scioli. Había un motivo añadido que moderó la fiesta, porque se trataba también de despedir la diputación de una figura que pudo habitar las milongas en los años 40, Roberto Passo, amigo de Daniel Scioli, y sindicalista del gremio SUTACA (que nuclea a los trabajadores del Automóvil Club), a quien el 10 de diciembre se le termina la temporada legislativa en la provincia.

Un contexto ambiguo, además, como casi todo lo que tiñó los eventos peronistas de la semana pasada: entre las buenas noticias de las victorias del domingo y el recuerdo por la muerte de Néstor Kirchner. Estuvieron tres ministros bonaerenses: Martín Ferré de Producción, Oscar «Cacho» Cuartango de Trabajo, y Javier Mouriño, a cargo de la Secretaría General de la gobernación, entre unos 80 dirigentes del PJ bonaerense, tumulto de inagotables interrogantes sobre la conformación del futuro gabinete del gobernador. Los ministros, sobre quien caían las consultas, evitaban precisiones pero en las mesas rodaban, inevitables, las versiones. 1. Que Ricardo Casal, ministro de Seguridad, seguirá en su cargo a pesar de que le insistió a Scioli la idea de que su ciclo en esa cartera había terminado y porque, advirtió, podría producirse un avance en el esquema nacional de sectores K que lo han elegido como enemigo móvil, en particular un fortalecimiento de Nilda Garré a partir de la posible designación de Fernando Pocino, una figura de su cercanía como número dos de la SIDE en lugar de Francisco «Paco» Larcher. 2. Que Scioli tiene decidida la fusión de Economía e Infraestructura en un solo ministerio que quedará bajo la órbita de Alejandro Arlía, actual titular de la cartera económica. 3. La llegada de dos mujeres: la ya confirmada de Silvina Gvirtz, hermana del productor de 678, en Educación y la todavía en veremos de Carla Campos Bilbao, actual subsecretaria de Agricultura de la Nación, esposa del intendente de Moreno y futuro diputado nacional Andrés Arregui, a la cartera de Asuntos Agrarios que deja vacante el randazzista Ariel Franetovich.

Sobre Campos Bilbao se dice que porta una doble dosis de morenismo: es del partido de Moreno y tiene estrecha relación con Guillermo Moreno. 4. Intrigas sobre lo que ocurrirá con Desarrollo Social, la cartera que abandona Baldomero «Cacho» Álvarez y que pretenden tribus kirchneristas: el movimiento Evita de Emilio Pérsico que propone a Fernando «Chino» Navarro, y el mariottismo que se ilusiona con ubicar allí a Sergio Berni, actual subsecretario de Alicia Kirchner y futuro senador provincial. Así y todo Berni puede ser el poder detrás del trono del Senado bonaerense que a partir de diciembre presidirá Gabriel Mariotto.

A la espera de certezas, con Scioli con decisiones cerradas y por momentos sólo compartidas con Alberto Pérez, su jefe de gabinete, un interrogante general es cómo moverá las piezas el gobernador en el todo que enlaza su gabinete con la Legislatura. Si crea el ministerio de juventud, por caso, ese lugar lo pretendería Santiago Carreras, de la JP y La Cámpora -aunque por momentos pertenecer a ambos espacios es como declararse chinojaponés: de lejos parecen iguales pero están en guerra permanente- ante lo cual le provocaría una baja a Mariotto en el Senado ya que ese dirigente de Lomas es el futuro senador más mariottista.

Especulaciones nomás, ya entrada la medianoche, cuando habían pasados los discursos, que centralizó Ferré, y se habían abalanzado sobre el menú: crepes de verduras y ricota de entrada, un principal a elección entre lomo, pastas y pescados, al igual que el postre de helados, frutas o el clásico «vigilante» de queso y dulce a gusto de cada comensal y eran muchos: además del scrum ministerial estaban el flamante intendente de San Martín Gabriel Katopodis, el menos afortunado Daniel Gurzi que quedó en el camino en Quilmes, el secretario de Deportes, Alejandro Rodríguez, -que seguirá en su cargo el próximo mandato-, Juan Courel (jefe de asesores), Pablo Zurro, el diputado Jorge Varela a quien algunos mencionan como posible jefe del bloque del FpV bonaerense, los futuros legisladores Martín Cosentino, Guido Lorenzino, y funcionarios varios como Carlos Giannella, Hugo Bilbao y Santiago Cafiero.

La fiesta más importante del año en San Isidro fue el sábado cuando cumplió 60 años uno de los empresarios más queridos y brillantes, Enrique Duhau. Fue en la quinta que posee en las Lomas de San Isidro, que casi sólo se usa para este tipo de encuentros. Todo perfectamente organizado.

Hasta el parking. A la quinta ingresaban sólo en auto los familiares; el resto estacionaba afuera y eran acercados por una flota de minicamionetas. La comida -Clara Laferrere- se esfumaba de las manos, y no por el hambre sino por la exquisitez de lo que se servía. Para no hacerlo aburrido, se desreguló la ubicación de los invitados. Al fin y al cabo, la mayoría eran liberales. Por ello es que no había mesas asignadas para cada uno sino que era de libre elección. Como el cumpleañero, mucha gente relacionada con el sector agropecuario pero matizada con ejecutivos financieros e industriales. John Nelson (Compañía San Jorge), Martín Berardi (Siderar), Pablo Cairoli (Capital Markets), Gloria Fiorito, Santiago Nelson (Compañía General de Hacienda), el abogado Lorenzo Sojo; Augusto y Cecilia Darget, John Nelson (San Jorge), Ernesto Van Peborgh, «Dicky» Smith Estrada, Emilio Ocampo, Carlos Morgan, Agustín Etchebarne, el exembajador en Londres Fernando Mirré, entre otros.

El comentario dominante fue el dólar, ese bien tan querido de los argentinos y al cual se acude en momentos de crisis. Había en todos, obvio, temor que los controles redunden al final en un dólar más caro y que pase con este insumo lo de la carne: que aumenta pese a la fiscalización para su exportación. Admitieron que esas medidas son naturales en este momento del Gobierno, que acaba de ganar las elecciones por amplio margen. En una semana acumuló el anuncio de la reunión con Obama -que además festeja en público como un avance y sin temor, por ahora, de que los socios de la izquierda se enojen-; la obligación a petroleras, mineras y aseguradoras a liquidar divisas de exportaciones en el país, y los controles redoblados sobre el mercado cambiario. Son medidas que sólo puede sostener una administración con poder de votos renovado.

Vamos a terminar con un chiste escuchado anoche en un casamiento celebrado en un hotel de San Telmo. Rivke, una amable anciana, regresa a su casa de Israel desde Nueva York: lleva una valija, un bolso de mano y una caja con un gato siamés adentro. Cuando hace el chequeo, la empleada le dice que tiene que despachar el gato, que no puede llevarlo con ella en la cabina. La mujer opone una leve resistencia, pero una azafata que estaba ahí le dice:

-No se preocupe, señora, yo voy a cuidarlo y a mirarlo para que esté bien.

La viejita acepta, aborda, el vuelo parte y una vez cumplidos sus deberes habituales, la azafata baja a la bodega para ver cómo está el gatito. Para su sorpresa y horror, el animalito está muerto en la caja. Le avisa al comandante, y éste llama a Tel Aviv para que le consigan un siamés exactamente igual. Con gran trabajo y tras una intensa búsqueda en cuanta veterinaria hay en la ciudad, la aerolínea consigue un siamés idéntico y lo ponen en la caja. Cuando la anciana va a retirar su equipaje, en cuanto abre la caja empieza a gritar:

-¡Este no es mi gato! ¡Este no es mi gato!

El empleado le responde:

-Pero señora, claro que es su gato...

-¡Este no es mi gato! ¡Este no es mi gato!

-¡¿Pero cómo sabe que no es su gato?!

-¡Mi gato está muerto!